Crónica de domingo: El pan nuestro de no todos los días

Crónica de domingo: El pan nuestro de no todos los días

Me he comido, aproximadamente, 10 585 panes de la bodega desde que me anotaron en la Oficoda recién salido de maternidad hasta ahora, que cumpliré los 29 años. Todo ello ocurrió en un país que parece una barra de pan, como las que pregonaban los bicicleteros, en cuya parrilla llevaban atadas grandes cajas de cartón, duro y caliente. 

Cuando aún los dientes no me habían brotado, mis padres se alimentaron gracias a mí y pudieron comerse, por lo menos, uno y medio cada uno. En el momento en que comencé a masticar, al reconocerme como un ser omnívoro y hambriento, volvió la repartición tripartita, como la vida y la muerte, nos correspondía uno por persona. 

Estoy seguro de que los viejos, cuando era niño, muchas veces me donaron los suyos: uno para mojar con la leche y el café del desayuno, el otro para la merienda a la hora del receso y el de cuando llegara de la escuela con el estómago pegado al espinazo.

En el cristianismo, la carne de Jesús se representa como pan. Por tanto, ellos me regalaron una parte de sí mismos, sustento y fe, para que yo creciera sano y fuerte. Nunca me dijeron nada, porque sabían que el sacrificio se convierte en alarde si uno se vanagloria del mismo. Aquí alardeamos mucho, de tamaños, de grosores y de malas suertes, pero nunca del sacrificio que se hace por los hijos. 

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Al cumplir los 12 años, mi padre se marchó y transfirieron su pan a otra bodega. El nuevo no sabía igual al que seguía recibiendo con mi madre en la casa: el de siempre, la corteza se desmoronaba al tocarla, pero el interior era como roer goma; en el otro, el exterior resultaba duro, como la piel de las piedras, pero lo de adentro se derretía con la saliva. Luego entendí que eso sucedía según quién la horneara y dónde, y si en esa parte de Cuba por la izquierda se vendía mejor el aceite o la harina.       

Asimismo, cuando visitaba al viejo los fines de semana, este me había guardado dos o tres para poder sentarnos a conversar. Él me preguntaba si ya había descubierto el amor y me repetía, una y otra vez, que debía ser como la unión de los dos panes, el de siempre y el nuevo, duro por fuera, pero mantener intacta la ternura. Años después, él murió, y la Oficoda lo eliminó de sus registros, pero sé que su carne está en mi carne, por las veces que lo suyo fue mío.

Pan de la bodega
Pan de la bodega

De los 10 585 panes de bodega que he devorado, solo una vez fue con mantequilla de maní y otra con Nutella. Con jamón y queso contabilizan unas cuantas, pero no superan ni de cerca el número que recurrí al aceite y sal (o su versión mejorada en que se le agrega una rodaja de tomate), o con la nata que flotaba por encima de la leche y que mi madre recolectaba en un pozuelo, o con azúcar blanca (en ese entonces) y hacerme la idea de que así sabía la gloria o el pan de gloria. 

Muchos de ellos no los disfruté como hubiera querido, porque estaba a la merced de lo que encontrara en la cocina, no de mis antojos: aguacate, restregarlo en el sartén para untarlo con una salsita del bistec de los domingos, con la que se freían los huevos del lunes, para ahorrar grasa, plátano, café, una mortadella de la Casilla a la que le quitaba las porciones verdes con la punta del cuchillo. Hubiera utilizado hasta hielo si este supiera a algo. 

El de la cuota, por muy mío que fue y es, nunca alcanzó. Debías decidir en qué momento de la jornada recurrirías a él: en las mañanas, para no irte en blanco para el trabajo o la escuela; en la tarde, en lo que se cocinaba el arroz de la comida; o en la noche, cuando la maldita circunstancia del insomnio por todas partes te lanzaba a la blancura polar del refrigerador. Solo tenías una posibilidad para elegir. No se permitían segundas oportunidades. 

Por ello, se buscaban alternativas. Te levantabas temprano a velar al panadero y salías a la calle, en bata de casa o con un short viejo y las chancletas para bañarte, a darle gritos antes de que doblara la esquina, para asegurar el desayuno. Ahora parece que la mayoría de ellos ya doblaron la esquina, todas las esquinas, y los perdimos de vista. Si no te quedaba más remedio, le ibas de frente a una cafetería donde te ofertaban panes con medallón o croqueta o tortilla, o ilusiones que te vendían como hamburguesas. Poco a poco, estas también han doblado la esquina. 

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Ahora en la casa, al llegar, no pregunto lo de siempre: ¿ya llegó?, sino: ¿hoy toca?; y mi madre no necesita contexto para comprenderme. Se siente, no sé, raro, eso del pan nuestro de no todos los días, como si me hicieran añicos una verdad. 

Tal vez sea porque los 10 585 panes que me he comido, uno por cada jornada que he permanecido en la Isla, representan lo que soy y cómo llegué a serlo: el sustento y la fe de mis padres; el pensamiento de que no hay patrones determinados y que el pan con aguacate te mata el hambre tanto como el de lechón; la manera en que comprendí la solidaridad cuando me enseñaron que dividiera mi pan con los compañeros de la primaria con menos posibilidades;  y, por último, la esperanza constante de que mañana vendrá mejor que hoy.  (Ilustración: Carlos Daniel Hernández León)

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7 Comments

  1. Otro problema, como tantos otros incomprensibles para muchos cubanos.
    No hay pan normado, según dicen por «falta de harina» y nos preguntamos el pan que venden los particulares a altos precios de donde sale?
    Los niños ….la mayoría sin leche…y ahora también sin pan?
    Hay manera de entender estas cosas?

  2. Es una vergüenza y un abandono total del Estado Cubano la situación del pan en Cuba, hoy y siempre.
    El pan es el salvavidas de los trabajadores, de los escolares, de los viejitos y jubilados para los que constituye un almuerzo ó comida del día y un alimento de lucro para los insensibles, vendedores ambulantes, panaderos estatales, MIPYMES, y toda la cadena de aprovechadores de la situación que genera el desabasteciiento y la indolencia hacia el principal alimento de nuestra nación, más que el preciado arroz.
    Me pregunto, ¿ por qué cada vez que se enreda el problema de ha harina en Cuba, los directivos, los dirigentes políticos y estatales y las principales figuras del país, justifican las carencias con el bloqueo, los barcos, el financiamiento, la carencia de divisas, los retrasos y cuantos argumentos haya para echarle mano y limpiar sus imágenes ?
    ¿ Por qué si conocen lo que representa para la familia cubana, desde hoy no estamos priorizando el poco dinero que al final ponen siempre, los contratos, las gestiones y los compromisos para garantizar la harina del pan que se va a producir dentro de 4, 5 ó 6 meses si ya con más de 60 años de bloueo hemos aprendido a burlarlo cuando nos conviene ?
    ¿ Por qué llegamos al punto de que una jabita carísima de pan a $ 150 ó $200 pesos de hoy para mañana valga $ 300 pesos solo porque el barco no llegó a tiempo, por qué llegamos a la ridiculez de entregar el mísero pan de la cuota un día sí y otro día no, por qué tengo que echarle calabaza a ese pan, ó boniato , ó cualquier invento y estamos gastando dinero en sectores que hoy no garantizan nada ? ¿ tendremos que tener un Primer Ministro panadero para que esto brille y se resuelva ?
    Pienso y es mi opinión, que con esa mentalidad y este demostrado proceder que hoy tenemos,podemos tener bloqueo una pila de años más y seguiremos teniendo estos mismos problemas con el pan, los especuladores, las carencias y las dificultades que no hemos sabido sobreponernos a esas justificaciones lamentablemente.
    Seguimos llorando y no superando las dificultades…..

  3. Muy buen comentario, yo en lo personal debo decirte que durante mi infancia comi bastante pan, tengo una hija que hoy tiene 21 años y en algun momento tuve que empezar a comer casabe, para darle el mio. Esto provoco que un dia ella le comentara a una compañerita mi papá es un aborigen le gusta el casabe, a lo que le respondi ¡No mi amor a mi me encanta el pan y si fuera con huevo frito o tortilla mas, no digas eso a nadie. Un abrazo

  4. Al menos tienes la posibilidad de preguntar si te toca. Por los lares desde donde te escribo hace mucho tiempo que sencillamente no toca. Debes pagarlo a altos precios si quieres que tus niños y padres ancianos puedan dignificar en algo el ya paupérrimo desayuno y la «mágica» merida de la escuela.
    Excelente trabajo que elogio por su magistral redacción y la dolorosa realidad que describe.

  5. Muy buena crónica,mientras leía recordaba que cuando mis hijas eran pequeñas, de la bodega a la casa solo daba a mi pan ,un pellizco, ellos todos eran para mis niñas.

  6. Gracias a q vives en mtz aun puedes preguntar si hoy toca….si vivieras en cualquier otro municipio de la provincia no tendrías ese problema pues allá ni siquiera tienen ese privilegio de un día si y otro no…

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