El Cinematógrafo: Pobres, pobres criaturas

Pobres Criaturas

Tal vez soy un ser vulgar, suspenso en sensibilidad y un completo incapaz a la hora de entender el mundo que me rodea. Es decir, una pobre criatura en toda la extensión del concepto. Da igual el calificativo que merezca, lo portaré con orgullo. Lo que sí sé es que, luego de dos visionados, no consigo disfrutar de esta… obra, ni entender del todo las razones de su abrumadora acogida, con lo cual no me quedan muchas opciones aparte de la reclusión entre mis películas de siempre.

Es posible que lo que entiendo por películas, desde que mi fiebre por ellas alcanzó el punto de no retorno, no es lo que hoy entienden quienes las hacen, o quienes las solicitan. Porque vivo en una ciudad sin cines en funcionamiento, que si no, más de una vez me vería tentado a reclamar el precio de la entrada. Esta sería una de esas veces.

Aquí tenemos a Bella, nuevo modelo de “la novia de Frankenstein” que se embarca, en la piel de Emma Stone, rumbo al autodescubrimiento de su feminidad. Y, tras una premisa tan sugerente, nace el viaje más nauseabundo, soporífero, inacabable, que he emprendido este año: dura las dos horas y pico peor justificadas en mi biografía reciente, porque las he padecido como un apagón tropical con mosquitos, penumbra, batería escasa y todo lo necesario para establecer esta comparativa de irritación y tedio.

Pobres Criaturas

El maltrato estético y la degradación (sentimental, mental) que se empeña en hacerme sufrir Yorgos Lanthimos, a quien seguía con interés desde hacía un par de películas, dejaron tal huella en mi ánimo que en la primera noche me vi obligado a superarlo con una programación improvisada de reanimación fílmicorrespiratoria. Para ello, como hago casi todos los días, me refugié en películas de las que considero buenas, agradables como mínimo, muchas veces lejanas en el calendario pero más vivas y admirables que este bodrio multipremiado.

Por culpa de Pobres criaturas coloco a su director en el archivo cada vez más amplio de sospechosos habituales; o sea, las víctimas secundarias de esa sórdida modernidad que parece requisito para arrasar en festivales, galardones y reseñas. Las primarias, claramente, somos nosotros, los espectadores que esperamos una película y obtenemos una falta de respeto hacia lo que denominamos como tal. En consecuencia, la confianza con que acudo al cine reciente es cada vez menor en comparación con el correspondiente a otros períodos.

No obstante, pese a las diversas experiencias aberrantes que he acumulado en el área del posclásico (la Saló de Pasolini, el Calígula de Brass, la Psicosis de Van Sant o el Love de Noé ilustran bien lo que quiero decir), por más que me horrorizasen, ni siquiera ellas me permitieron en su momento vaticinar un desatino al nivel de Pobres criaturas. Todo cuanto alberga me parece fallido o, en el mejor de los casos, desaprovechado, incluyendo la dirección artística, el vestuario, los efectos especiales, ¡el guion!, las interpretaciones… El reino del sinsentido, mas, no precisamente a lo Lewis Carroll.

Aunque resulta fácil y lógico en gran medida, no quiero tornarme apocalíptico: actualmente, también hay realizadores magníficos, autores de suma coherencia, talentos en forja diaria; solo que el virus contraído por Lanthimos parece muy contagioso y cada vez reafirmo más que en el aplastante cambio de gustos a mi alrededor no parece haber mucha cabida para los míos. Por ejemplo, en este caso, solo pedía a mis ojos un poco de atractivo y buen ritmo, y terminé hallando espanto en grandes dosis y aburrimiento mortal, feísmo y antipatía.

Pobres Criaturas

¿Fue mi culpa? Probablemente sí. Con esto mismo de mostrar personajes femeninos capitales, ¿qué hago yo estudiando la sutil y genuina grandeza de las mujeres tratadas por Ernst Lubitsch o George Cukor, cuando expertos de medio mundo dictan “Chantal Akerman, Lars von Trier…”? Asimismo, me declaro culpable por esperar otra cosa de una época que me ha enseñado a recelar, de Cannes en Cannes, de Oscars en Oscars, con amarga asiduidad.

Nadie me manda a mezclarme con gentuza como John Ford o Raoul Walsh, esa clase de amistades que te marcan e incompatibilizan con lo mediocre, que te enseñan el cine de una manera que puedes flexibilizar pero no traicionar desde el aplauso ingenuo, ni desde la admisión de una bazofia por sus meras credenciales. Por ello, alabar Pobres criaturas, más que legitimar lo mal hecho, equivaldría a negarme a mí mismo y a mi razón de ser en esta sección, y al porqué defiendo el invento de los Lumière cada día a toda hora.

Una vez comprobado esto, como de costumbre, te encuentras perdido en el marasmo del mayormente olvidable cine de hoy; verás mil corrientes de moda pasar y muy pocas asentarse para influir en su justa medida; disentirás de muchos sobres abiertos en una gala extranjera para reconocer determinada labor fílmica; añorarás la inocencia que se pierde a todo tren, camino de la indeterminación de un arte sin riendas, y muy escasos contemporáneos te complacerán a la altura de lo que deseas ver y gozar en pantalla.

Pobres, pobres de nosotros, que en la trampa hemos vuelto a caer.

Pobres Criaturas

Ficha técnica

Título original:Poor things; Año: 2023; Nacionalidad: Reino Unido, Estados Unidos, Irlanda; Dirección: Yorgos Lanthimos; Guion: Tony McNamara, basado en la novela de Alasdair Gray; Fotografía: Robbie Ryan; Música: Jerskin Fendrix; Montaje: Yorgos Mavropsaridis; Reparto: Emma Stone, Willem Dafoe, Ramy Youssef, Mark Ruffalo; Duración; Dos horas y 21 minutos.

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