Tus ojos develan lo que tu boca no

Pregunto cómo te sientes en estos días encapotados en que parece que todos perdimos la cabeza, porque la llevamos baja, con el mentón recostado al pecho, u oculta en la capucha del abrigo para guarecernos de las rachas de viento invernales, y desde lejos parece que nos hubieran decapitado. Me respondes “bien, ahí, tú sabes”. 

Juro por estos ojos que tengo aquí, pardos oscuros, casi negros —que hubiera querido que fueran azules como los del abuelo que se los llevó a la tumba y no se los heredó a ninguno de sus descendientes—, que no te creo. 

Fotos: Raúl Navarro

Tratas de colocar en tu cara la misma expresión de los ángeles en los óleos, la ingenuidad en su forma más pura. No obstante, en el fondo de tu iris, que luce igual al tronco cercenado de un flamboyán, marrón, y que muestran los círculos irregulares por cada año sobrepasado, noto la falsedad.  

Fotos: Raúl Navarro

“¿Cómo anda todo?”, interrogo a un segundo sujeto y se encoge de hombros. Con su lenguaje extraverbal quiere decirme que no sabe. Mas, la mirada no sincroniza con su gesto. Sus ojos azules, un cielo eléctrico con jirones de nubes dispersos, no me comunican esa inseguridad que desea transmitirme. Él sí sabe, pero prefiere callar. Quizás intenta, a través del silencio, hacer desaparecer sus problemas, como si los hundiera en el fondo de un sombrío mar. 

Fotos: Raúl Navarro

Entonces, entiendo que me ofrece dos versiones de sí, una con la boca y otra con los ojos. En la primera, muestra al que todo le resbala, el barco al pairo a merced de la corriente, otro tipo más con una tarjeta de salario, pero al que no le aceptan transferencias para comprar calabazas. En la segunda, por el contrario, emerge el superviviente, al que los días se le amontonan como pedacitos de plomo y lo aplastan de a poco, otro con ganas de comerse un bistec. 

Entonces, regreso a la carga. “¿Cómo estás?”, le lanzo al siguiente. Me observa por encima de los espejuelos y sin hablar contesta con otra pregunta: “¿Cómo crees que estoy?”, y sus cejas se enarcan como para darle énfasis a la frase nunca dicha. 

Fotos: Raúl Navarro

En ese iris amarillento resaltan las pequeñas venas rojas de quien ha dormido poco a causa de las preocupaciones del cazador, cuyo sustento depende de los hábitos de otros animales. 

“¿Cómo estás?», le pregunto a otro y me clava su mirada de vidrio blindado. No parpadea. No pestañea. Parece un cuchillo de restaurante romo, pero que aun así puede cortar la carne, mi carne, o quizá por el tono verde oscuro con vetas blancas se asemeja más al hacha de obsidiana de los aztecas.  

Fotos: Raúl Navarro

“¿Dime cómo te trata la vida?”, le suelto a otra persona. Este levanta la vista hacia el firmamento. La dirige al segundo piso de este biplanta, donde abajo estamos nosotros y arriba, Dios. A lo mejor reza por ayuda o busca a alguien a quien echarle las culpas, todas las culpas, para aligerar sus cargas. Tal vez la explicación sea más sencilla, solo me rehúye. 

Fotos: Raúl Navarro

Los ojos delatan lo que los labios no quieren contar. La verdad puede ser un chicle. Con la lengua se estira hasta que se convierte en un fino hilo a punto de partirse —como el hilo con que tejían los tapices del destino aquellas morias griegas—;  o la pegas al cielo de la boca y me afirmas que de tan elevada no la comprenderé; o la compactas en un montoncito y la escondes en la hendidura de una muela, porque crees que no podré soportarla. Por ello, siempre me decantaré por lo que me dicen tus ojos, no tu boca.

Fotos: Raúl Navarro

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Fotos: Raúl Navarro

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