Por allá por el año 800 de nuestra era, los peligros con los que se podían encontrar los compradores en un bazar de la ciudad de Bagdad eran múltiples: balanzas trucadas, consorcios de comerciantes que subían los precios indiscriminadamente y artículos falsos.
Por suerte para los ciudadanos se podía confiar en el muhtasib (inspector del mercado) para mantener el control. Este era designado por el mismísimo Califa para garantizar que los artículos que se comerciaban fueran auténticos y tuviesen un precio justo. Además, debía asegurarse de que las rutas comerciales no estuvieran abarrotadas y que el agua de las reservas del mercado fuese potable.
Infringir las reglas del inspector, o de sus asistentes, era castigado con altas multas y, en el peor de los casos, los guardias confiscaban los productos del infractor. Supongo que ser muhtasib era considerado una labor prestigiosa, lo que reflejaba el valor que la sociedad daba al comercio y a la integridad en el bazar.
Pese a las diferencias, tanto geográficas como de época, ese es, a grandes rasgos, el papel fundamental de cualquier equipo de inspección que supervise cualquier tipo de actividad económica: garantizar que el comerciante sea ético y honesto, y respete los derechos del comprador.
Ante la compleja situación económica que atraviesa nuestro país, el inspector tiene que volverse esa entidad que regule el comercio, siempre amparado por la ley, y que proteja al ciudadano de a pie, a ese que se le va el salario en comprar lo poco que pueda encontrar.
El libre albedrío de la oferta y la demanda solo trae consigo especulación, corrupción y que las familias con menos recursos sean las que terminen pagando el extra. Incluso las economías desarrolladas de libre mercado mantienen sus cuotas de presión sobre los mercados.
Pero tenemos que entender que, en el contexto actual, el inspector debe ser dinámico y saber actuar en la medida de la situación a la que se enfrenta. De poco vale una multa absurda ante reglas idílicas o si al final el problema de fondo queda sin resolver.
De nada sirve parar un camión con 200 personas adentro, bajar a todos los pasajeros y multar con una cifra astronómica al chofer, por las razones que sean, si, cuando al final el inspector se va, a los pasajeros no les queda más remedio que volver a acudir al infractor, el cual de seguro intentará recuperar la pérdida.
Por otro lado, tampoco abogo por los extremismos, pues por citar solo un ejemplo, en estos momentos no es funcional exigirle a un barbero particular que lleve guantes de nitrilo o vinilo para poder prestar su servicio, si hasta en nuestros hospitales tenemos déficit de guantes desechables.
Es ahí cuando el inspector perdería su sentido de ser y su presencia termina provocando que hasta los negocios honestos prefieran cerrar, para evitar ser víctimas de una voluntad enfocada en cumplir «la tasa de multas diarias» por cumplir”.
Nuestros muhtasibs deben ser honestos, íntegros, incorruptibles y hacer cumplir la ley a cabalidad, pero ante todo deben ser objetivos y actuar en consonancia con los tiempos que se viven para beneficiar al que compra y respetar al que vende.