El pasado 22 de diciembre se recordó en el periódico Girón a Roberto Vázquez. No pude estar, viejo querido, porque andaba en las actividades por el 75 aniversario del Cine Teatro Cárdenas. Y entre las cosas que me enseñaste del periodismo, es que para informar, difundir, testimoniar la cultura, hay que vivirla en la práctica, en los procesos, y no desde un universo virtual, que replica, que cuenta lo que otros vivieron, obviando las sensaciones, las perspectivas creativas, el resultado, defendido en escenarios, libros, y galerías. El acto vivo y efímero.
Siento mucho que haya coincidido el homenaje y las vivencias del Cine Teatro Cárdenas, que me corresponden, por mi profesión, de donde nacen las reflexiones de la columna; pero allí estaba, entre tus otros colegas, y como siempre me acompañas con tu gorra, con tu elegancia, con tu onda de viejo lindo, que mantuviste hasta el final, porque eras de estirpe, jaranero, simpático, romántico, enamorado de la vida, y libre de todo extremismo.
Te extraño en la calle y en los pasillos, te extraño en tu puesto, ante tu vieja computadora, con tu gracia, tu bondad, tu desenfado y tu profundo sentido de la vida.
Recuerdo cuando empezamos El que no calla, que fue el instante en que comenzó nuestra relación profesional y humana; primero, la reunión con la dirección de la Uneac y Girón, el proyecto de lo que podía ser, involucrando a varios, y también el sueño del Semanario Yumurí, que jamás se concretó.
Aquella reunión no hizo que fructificara la columna, sino el encuentro en la calle Manzano, contigo y Fernando López Duarte, tu amigo inseparable, que fue como un pacto.
Sabíamos entendernos y entender, por la mirada, por un consejo, por las risas cómplices, por el tono de la voz, por un guiño de ojos. Fueron años de trabajo juntos, lidiamos con varias generaciones de periodistas, directivos y trabajadores de Girón, y siempre todo salió bien.
No importa donde yo estuviera, Camagüey, Cienfuegos, México, España o Estados Unidos, que con seriedad, con rigor y respeto, jamás dejó de salir la columna.
Vázquez fue y sigue siendo un caballero, donde escasean, la honestidad, la honradez, la bondad.
Lo extraño constantemente, porque hasta un cumpleaños suyo celebramos, con su familia dispersa; también compartimos, desde el periodismo, experiencias cristianas, porque murió siendo un ferviente católico, un hombre con un amplio dominio de la lengua española y un amante de la familia, de sus principios.
Vázquez fue profesor de español, entre otras profesiones, específicamente en Limonar, y era muy querido allí.
Viejo querido, no pude estar, pero sabes que estuve, porque estás siempre.
Así quiero comenzar este año, este mes, honrando tu personalidad, tu entrega.
Índice Escénico también forma parte de tu memoria.
El mejor halago que me han hecho en mis años de periodista, me lo hizo Roberto Vázquez: «la hija de Celestino», no porque yo me le acercara al magistral oficio de mi querido Cele, sino porque copié de él esa obsesiva compulsividad con que escribía. Después de que dejé de manejar, Vázquez cargaba conmigo para todos lados en aquel pequeño carro, que se hacía más diminuto por lo que uno encontraba en él: la libreta de la bodega, panes, zapatos, nylons…, de todo como en botica. Y sí, sé que se estará riendo abiertamente, como cada vez que hacía el cuento delante de él. Era un caballero, a la antigua. Siempre repito frases de él y de Celestino, que nunca dejarán de acompañarme. Lástima que Girón no haya invitado a ese homenaje a sus viejos compañeros, que durante muchos años hicimos un periódico diario con él, viviendo más en el medio que en nuestro propio hogar. Estoy segura de que Roberto, Aurora, Othoniel, Odalys no hubieran rehúsado la convocatoria. Mi querido Vázquez, siempre estarás, también, en mis recuerdos.