Nostalgias de un mochilero: Hato de Jicarita

Cuando los tiempos de la conquista, los colonizadores se repartieron los ricos suelos de la Isla en hatos y corrales. Así llamaban a las divisiones de tierra, y de ahí surgió el nombre de un pequeño pueblo al sur del matancero municipio de Unión de Reyes.

Hato de Jicarita es un pueblecito de casi 800 habitantes. Se erige como una cicatriz en la abundante vegetación, con humildes casitas a ambos lados de la carretera.

Eso sí, cuenta con un policlínico, una farmacia, bodega, y el círculo social, que agrupa a los bebedores del lugar. Como en todo caserío, también cuenta con una leyenda alimentada por el paso del tiempo y la imaginación ilimitada de los hombres.

Cerca de allí corre el río Hatiguanico. Se suma a la prodigalidad de las riquezas hidrográficas con que les bendijo la naturaleza. 

Cuentan que siglos atrás en sus riberas unos piratas guardaron un tesoro, y hay quienes aseguran haber divisado un gran cofre en época de sequía, cuando las aguas bajan su nivel. Pero cuando los buscadores de tesoros fueron en su búsqueda, las aguas y la floresta lo sepultaron durante décadas. 

El río atraviesa la Ciénaga de Zapata y alimenta la imaginación de los lugareños. Junto a la leyenda del tesoro pirata, Hato de Jicarita disfruta de otra invención fabulosa: la escuelita donde hace más de una década conocí a la maestra Alina Quiñónez, quien impartía clases a una docena de niños de diferentes grados.

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También recuerdo a Nestico, un muchachito muy vivaracho, a quien sorprendí orinando a la intemperie, como dueño y señor del monte; a Iliadnis y a Yurima, que jugaban a las muñecas. Eran niños que conocían el verdadero significado de la libertad, siempre trepando árboles y bañándose en el canal. 

Todos, niños de fáciles sonrisas, que disfrutaban la vastedad de la naturaleza, y que quizá fue el tesoro más tangible que recuerdo de aquel pueblecito de leyenda.

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Sobre el autor: Arnaldo Mirabal Hernández

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