Extraña forma de película

Extraña forma de vida, es una película como el amor entre sus dos protagonistas, Jake y Silva: directo, contenido, apasionado y mágico.

El último proyecto de Pedro Almodóvar, Extraña forma de vida, es como el amor entre sus dos protagonistas, Jake (Ethan Hawke) y Silva (Pedro Pascal): directo, contenido, apasionado y mágico, pero a la vez tan volcánico que pide durar más, existir por más tiempo.

Y precisamente el tiempo es, para la historia y también para la cápsula de media hora que la cuenta, el principal enemigo: tan insuficiente e injusto que quizá deba transcurrir demasiado hasta acabar notándose la influencia de esta obra en trabajos posteriores del genial cineasta y así sentir que su tributo al western valió la pena.

Porque, en cuanto a los lugares comunes y no comunes del género que aquí pisa Almodóvar, el Far West convertido en noticia más por un capricho autoral que otra cosa –confluyendo hasta el componente homoerótico en la figura del cowboy–, se queda “corto” más bien. La operación es en el fondo la misma que ejecutó Nicholas Ray en Johnny Guitar (1954), clásico de sabido aprecio en el manchego: valerse del salvaje Oeste como un marco decorativo, estético y mitológico en el cual realizar un ejercicio de pasiones más modernas y al día que los noticiarios. Aun así, es justo destacar que momentos como el del baño dionisíaco, que parece escapado del Grupo salvaje (1969) de Peckinpah, funciona como una inmejorable vuelta de tuerca metaficcional con respecto a la virilidad imperante en las películas de vaqueros.

Pedro participa del excelente terreno de juegos autoral que es el western como una vía distinta de acceso al melodrama, con el simple fin de acabar disparando parapetado tras su estilo de confort habitual –de hecho, el tono árido, rojizo y crepuscular de Matador (1985), el mejor homenaje que ha tenido Duelo al sol (1946), hace que me asombre poco la tan publicitada afinidad del director por los códigos estéticos y narrativos de esta corriente–. No obstante, juega con la desventaja de que, contrario al romance entre Johnny “Guitar” Logan y Joan “Vienna” Crawford, también vueltos a encontrar tras la extinción de las llamas solo para volverlas a avivar al primer intercambio de miradas, el de estos pistoleros reconvertidos cada cual en una extraña forma de vida es muy poco memorable y, por consecuencia, se nos revela una historia que se retuerce muy apasionada, más que apasionante.

La estupenda factura, el estilo clásico, los soberbios diálogos y la madurez reafirmada del creador cometen el pecado de no rematar a talento puro lo que era tanto un sueño para este último como para muchos de nosotros.

Ofrezco, por tanto, un puñado de dólares de recompensa a quien encuentre el resto de película robada por algún montajista malhechor: el tesoro perdido por el empeño de limitar a estos míseros 30 minutos una historia que pedía desarrollarse más; o sea, el tramo más abarcador y profundo, esfumado y ojalá existente, entre la última mirada de Ethan Hawke y el written and directed by Pedro Almodóvar.

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