Del otro lado del mundo: De vacaciones y en cuenta regresiva

Del otro lado del mundo en China. Foto: Lisandra Pérez Coto

Hay muchas formas de despedirse. Aquí, del otro lado del mundo, hemos optado desde que arrancó octubre por añadir después de cada risa, después de cada fiesta o del viaje al supermercado: “Cómo los voy a extrañar…”. Y lo decimos todos, los más desinhibidos y los menos sociables, porque sabemos que así será más allá de las vivencias personales o la profunda nostalgia y el deseo de volver a casa. 

Lo hacemos porque ahora “aterrizamos” en que nos queda mes y medio para que acabe la aventura y sucede entre el asombro del “pestañazo” que han sido estos dos meses y la ansiedad ante el peso de los días que están por venir. 

Hay despedidas más simbólicas con post de Instagram, mensajes en post it, abrazos inexplicables, altas dosis de fotos que luego no dejas de ver en el móvil, mientras te invade una extraña mezcla de alegría, pena, felicidad, asombro, nostalgia y calma. 

Otras que simplemente no se dicen, porque quizá no sonaría muy cuerdo decirle te amo a una ciudad, a sus calles, a sus parques, a su gente; al banco donde te sientas a esperar a tus amigos, al sofá donde has reído a carcajadas, a las paredes donde todavía cuelgan tus recuerdos, los de aquí y los de allá, y que sabes, guardarás nuevamente en la maleta en pocas semanas. 

Es muy difícil decir adiós y saber que en muchos casos será para siempre, aunque despertemos con 80 mensajes en el grupo de WhatsApp, aunque a nadie le guste ya a estas alturas comer solo en casa y aunque se busque el mínimo motivo para reunirnos y conocernos por las risas, los chistes o las canciones.

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A solo 30 kilómetros de Beijing se extiende el Distrito de Arte de Songzhuang o Pueblo de los Artistas, una comunidad de más de 7 mil personas dedicadas al arte, la mayor de China, y una de las más conocidas en el mundo.

Desde mediados de los 90, el sitio de más de 14 mil habitantes (datos de 2020) perteneciente al distrito de Tongzhou, en los suburbios de la capital china, se ha configurado como un pilar importante, no solo para la industria artística, sino para el desarrollo de esa localidad, donde cientos de estudios, galerías y museos convierten el lugar en una auténtica referencia del arte contemporáneo en el Gigante Asiático.

Se conoce que en 1994 un grupo de artistas provenientes de la primera colonia de arte de China en el norte de Beijing –pintores, escultores, cineastas, dramaturgos, músicos, bailarines y diseñadores– se instalaron aquí. Songzhuang tenía entonces alrededor de 47 aldeas agrícolas pobres y algunas fábricas.

Muchos lograron alquilar estas granjas y otros espacios pequeños, a pesar del recelo de la comunidad nativa. Los artistas no solo instalaron allí sus estudios sino que contribuyeron significativamente al desarrollo de la localidad. Poco a poco “se corrió la voz” y para 2003 se estimaba que había unos 3 mil artistas en total, conformando el tono plural que caracteriza hoy al Distrito de Arte de Songzhuang, una aldea tan diversa como espontánea.

Llegamos hasta allí por pura coincidencia. La entrevista de la colega uruguaya a su coterráneo Mauricio Paz Viola, único artista latino del distrito, nos condujo durante 15 estaciones de metro y más de 20 minutos en ómnibus a esta comunidad alejada del bullicio y el glamour del centro de Beijing y de sus grandes rascacielos.

Lo primero fue el Let’s Play Sound Coffee, un pequeño café estilo vintage,  música de tocadiscos de fondo y decenas de vinilos para comprar; un sitio donde se mezclan pegatinas de The Beatles con el poster de Pulp Fiction y donde el café, dicho sea de paso, es exquisito.

En Songzhuang los artistas pintan en plena feria, cada tarde se venden antigüedades en las calles, se acumulan museos y galerías que a menudo cierran y la renta de espacios ronda los 5000 yuanes por mes. Es también un sitio espontáneo, donde la relación con la naturaleza y la comunidad de artistas ofrecen una profunda conexión alejada de la superficialidad o la ostentación de otros destinos similares, como Zona Artística 798.

Allí radica uno de los artistas chinos más reconocidos a nivel mundial, Li Hongbo, quien nos acogió en su estudio y nos dejó posar junto a algunas de sus esculturas de papel plegables, un estilo que define su línea artística, aunque no es la única. Li tarda por lo menos un año en concluir algunas de sus piezas que pueden incluir más de 4000 capas de papel, pero no dudó en recibirnos con la calidez y la humildad de los grandes, un gesto que agradeceremos siempre.

Songzhuang es respirar arte. A través de sus calles polvorientas y tranquilas se extienden las galerías taller, donde se pueden apreciar, desde exposiciones de pinturas, esculturas e instalaciones, hasta diseños cinematográficos. Todo destaca además por la calma, el olor a madera, a tinta y a tierra. Nada de ruidos, ni tráfico, ni despampanantes centros comerciales. Eso sí, arte en cada esquina: en contenedores transformados en micro galerías, en tiendas y comercios pequeños, en paredes de barrio y en grafitis tan modernos como tradicionales.

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Por momentos me replanteo un montón de cosas; me gusta cómo voy descubriendo cualidades que ni yo sabía que tenía, cómo me ven los demás, las primeras impresiones, los miedos en pausa que de repente afloran, la ansiedad que poco a poco creo que voy solucionando. En otros, cedo un poco la culpa por mis privilegios, me cuestiono demasiado lo que creo merecer y lo que no.

No han faltado las conversaciones sobre Cuba, un clásico de todo cubano que viaja al exterior. Nos interpelan en muchos casos con auténtica curiosidad, con preguntas interesantes y otras para las que, a veces, no tengo respuestas. También me preguntan por qué no me quedo, por qué insisto en regresar a un país en crisis, con apagones, donde el dólar ronda los 250 pesos en el mercado informal, donde escasean los alimentos, y donde probablemente pasen años antes de una recuperación gradual. 

Yo también me lo pregunto, pero siempre llego a la misma conclusión. La vida no es perfecta en ningún rincón de este planeta y vivirla se trata de prioridades. Y a mí, por ejemplo, me interesa ver crecer a mis sobrinos, que mis padres no envejezcan solos y disfrutar de los amigos que aún no se han marchado. No pienso en dejar el país quizá porque es mi zona de confort, pero también porque siento que todavía tengo metas allí, porque quiero hacer periodismo, y que eso ocurra desde y para el lugar donde creo que puedo ser útil, que es Cuba.

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La rueda de Tianjin, conocida como Tianjin Eye, resulta uno de los puntos de obligada visita a este municipio al norte de China.

Podríamos decir que llegar a Tianjin nos tomó día y medio si tenemos en cuenta el despiste de principiantes que nos condujo a intentar sacar boletos de tren el mismo día, justo al inicio de las vacaciones de medio otoño y en la estación equivocada. Por suerte, como novatos al fin, nada de lo anterior representó un conflicto y bajarnos en Beijing Railway Station, más que un contratiempo, fue una aventura que incluyó hutongs, cafeterías de gatos, extensas caminatas y un paseo nocturno inmejorable por el lago Houhai. 

Veinticuatro horas después ya corríamos para abordar el tren bala, luego de equivocarnos de vagones, y en menos de media hora nos recibía el tercer municipio más grande de China.

Caminar Tianjin en pleno mediodía es toparse con vendedores ambulantes con algodón de azúcar, souvenirs, agua en un coco tallado, globos de helio y dulces de todo tipo. Todo ello entre cientos de personas en cada feria o en las arterias principales por las vacaciones. Por suerte, al abrumador bullicio de las calles comerciales le siguió el atardecer en Tianjin Eye, la rueda que atrae a miles de fanáticos cada día para ver desde las alturas la imponente belleza de esta ciudad, un espectáculo imprescindible si se visita la ciudad.

Tianjin es considerada una de las cinco ciudades centrales nacionales, de gran relevancia histórica. Su urbe amurallada fue construida en 1404. Como puerto de tratado desde 1860, Tianjin ha sido un importante puerto marítimo y puerta de entrada a Pekín. 

Pero si de día remite constantemente a lo tradicional, la modernidad emerge en las noches con las luces de los edificios y puentes sobre el río Hai. Fueron pocas horas para descubrir una ciudad que es inmensa y hermosa. Nos despedimos de Tianjin exhaustos, felices y, sobre todo, con la ilusión del regreso. 

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Una semana de muy cortas vacaciones, de explorar literalmente sin rumbo la capital China, de caminar kilómetros mientras descubrimos los hutongs, una cafetería de gatos, y casi todas las líneas de metro.

Si algo te enseñan dos meses en Beijing es que no sabes nada de Beijing. Que cada quien tiene su propia versión de la ciudad, por lo inmensa e inabarcable, pero también por la propia percepción. Así, por ejemplo, una venezolana te dirá que la comida típica de Sichuan es lo mejor y a ti te parecerá horrible. O de pronto el bar donde siempre te dijeron que no fueras termina resultando tan acogedor que  te encanta. Igual sucede con los lugares, porque más allá de las guías turísticas y los comentarios o calificaciones de tripadvisor, cada quien construye su propia historia cuando recorre el Templo Lama, la Ciudad Prohibida o el Palacio de Verano, por ejemplo.

No es lo mismo Beijing en otoño-invierno, con la nostalgia a flor de piel, que en el soleado y cálido agosto del verano, donde la emoción de los recién llegados hace que todo nos parezca más hermoso y deslumbrante . Ni decidirse a desandar Pekín en metro, en bici o caminando, ni hacerlo sola se parece al “viaje” que se vive con una decena de latinos a tu alrededor.

Si alguna certeza te dejan dos meses y poco en esta ciudad es que no llegarás a conocerla del todo, que te irás con muchas deudas y sitios pendientes, que lamentarás dormir de más, y te llevarás junto al equipaje las ganas de volver.


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