Si algo caracteriza al maestro Enrique Pérez Mesa es la sencillez y la solidaridad. Afirma que tiene un andar calmado y que prefiere la emoción de contar con varios enemigos. Viste con ropa deportiva, su esposa lo “regaña” a diario porque ¿quién ha visto a un director de una orquesta sinfónica andar con esas pintas? Pero a Enrique le encanta esa naturalidad que vive en él desde que era niño y su familia lo invitaba a escuchar música.
“Con apenas nueve años me regalaron un disco con la Sinfonía número 40 de Mozart y desde ese momento en la sala de mi casa comencé a dirigir con un arco mi orquesta imaginaria. Estudié violín con unos profesores rusos excelentes, pero siempre habitó en mí ese ‘bichito’ de dirigir. Me acerqué a Tomás Fortín, que fue director de la Sinfónica de Matanzas y me recomendó estudiar. Con ese consejo comencé y me acompaña hasta hoy”.
—¿Es cierto que suspendió el examen de admisión al Instituto Superior de Arte?
—Sí. Me preparé a conciencia en dirección de orquesta, pero un director es más que eso. Se necesita un bagaje cultural que en ese momento no tenía. Regresé a prepararme mejor, me presenté nuevamente y en esa ocasión me aprobaron. De esa etapa recuerdo especialmente las enseñanzas del maestro Guido López–Gavilán.
—¿Cuánto representa la Orquesta Sinfónica de Matanzas (OSM) y cómo llega a la Sinfónica Nacional?
—La OSM es mi casa. Me acogió como violinista, como concertino, como miembro del cuarteto de cuerdas, y me brindó la posibilidad de estar presente en la construcción de la Cámara Acústica del teatro Sauto para el concierto por su 30 aniversario. Es más de la mitad de mi corazón: allí se encuentran mis amigos, me inició como director de orquesta y me educó como ser humano.
“A la Sinfónica Nacional llegué en su mejor momento técnico-musical, pero existían algunas contradicciones entre sus integrantes. Había viajado a la capital para cumplir compromisos profesionales con los músicos de la Nacional, y cuando terminé el último concierto me pidieron que me quedara, que era necesaria mi presencia. Creo que fue la primera vez que pudieron escoger a su director.
“Durante este tiempo he intentado limar las fricciones para que la música fluya. Considero que un director no tiene la verdad absoluta: hay que escuchar, sobre todo debemos acercarnos a los que tienen más experiencia, porque una orquesta es como una familia o un equipo de fútbol, donde debe existir la unidad y hay que ‘empujar parejo’ para que salga lo mejor posible la obra”.
—¿Qué debe tener un director de orquesta para alcanzar el éxito?
—Tiene que escuchar todo tipo de música, tiene que estudiar, tiene que conocer de historia, de política, de religión, de literatura. Si no cuenta con estas herramientas estará totalmente desarmado. Usted puede ser la mejor versión técnicamente que, si no cuenta con una cultura que lo acompañe, no es capaz, por ejemplo, de resolver una metáfora musical o de enfrentar una obra.
—¿Cómo acabar con el mito de que la música sinfónica es para la élite o poco atractiva? ¿Cómo acercarla más a la gente?
—La música es para los viejos, para los jóvenes, para los niños, pero hay que mostrarla tal y como es: atractiva. En mi caso ha dado excelentes resultados cuando la combino con la música popular cubana. He compartido escenario con Chucho Valdés, Omara Portuondo, Pablo Milanés, Adalberto Álvarez…
“El maestro Frank Fernández dice una frase: ‘solo existe una música: la buena’. Sobre eso debemos trabajar. Debemos insistir en el intercambio con los jóvenes, incluso con aquellos que no estudian música, para que reciban una especie de formación académica desde el punto de vista cultural. Eso los hará mejores profesionales.
“Hay que sacar los conciertos a la calle. La Sinfónica tuvo el placer de participar junto a Silvio Rodríguez en su gira por los barrios. Recuerdo especialmente una zona de Centro Habana donde no creí que reconocieran nuestras interpretaciones, y cuán equivocado estaba. Unas 10 mil personas nos acompañaron todo el tiempo y comprobé el poder de la música.
“Debemos buscar nuevas formas e ideas para que nuestro arte llegue a todos los rincones y que las personas se sientan representadas con nuestra propuesta”.
—¿Cómo es Enrique cuando no está sobre el pódium?
—Soy una persona desorganizada, tanto que en casa pierdo las partituras, y un poco torpe en la cocina. Me gusta reunirme con mis amigos, tomarme una cerveza, conversar sobre la actualidad política y cultural, pero si algo realmente me trae tranquilidad es compartir con mi familia. Vivo en Cojímar, y luego de terminar un concierto o ensayo regreso allí, donde me esperan mis hijos, mis nietos y mi esposa.
—Si tuviera que reprocharle algo a la vida, ¿qué sería?
—En la música he hecho cuanto he querido y he dirigido las mejores orquestas sinfónicas del país. Cuando toque la hora de marcharme, lo haré tranquilo porque creo que he aportado modestamente a la cultura cubana y he intentado que el mundo sea un poco mejor para todos. No tengo nada que reprochar.
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