El Cinematógrafo: Sin malos rollos

Ficha técnica

Título original: No hard feelings

Año: 2023

País: Estados Unidos

Dirección: Gene Stupnitsky

Guión: Gene Stupnitsky, John Phillips

Fotografía: Eigil Bryld

Música:

Reparto: Jennifer Lawrence, Andrew Barth Feldman, Laura Benanti, Matthew Broderick

Duración: 103 minutos

De repente, el último verano. Ese título insignia del cine y teatro estadounidenses, sin que su material de origen tenga que ver en absoluto con el más reciente trabajo de Jennifer Lawrence en calidad de actriz y productora, le viene como anillo al dedo. Suena a súbito fin de una etapa en la vida, a incierto principio de otra: probablemente lo mínimo que se debe transmitir al contar peripecias juveniles tan significativas como la pérdida de virginidad y la reafirmación de la identidad, a un nivel básico y decente de habilidad narrativa.

Y si bien son muchas las películas donde el período estival marca un antes y después en las vidas de sus personajes, la sencillez de un título como No Hard Feelings (literalmente “sin rencores”, y llevado a un correcto Sin malos rollos en la traducción española, mientras que en Latinoamérica han optado por el irritante Hazme el favor) no implica necesariamente banalidad o que esta sea una comedia del montón. Por el contrario, supone una suerte contar con ella en el panorama actual.

Obviando que clasifique en el apartado de los teenagers y no en otros que hayan alcanzado mejor reivindicación o prestigio, Sin malos rollos representa la bofetada sin contacto que cualquier visitante regular de los 80 lleva ansiando propinar, desde hace mucho, a esos que, celular en mano y redes sociales en mente, de tan dormidos que se han quedado en los laureles han dejado de ser espectadores para convertirse en permisores de la flacidez emocional y falta de chispa tan presentes en el cine de su tiempo.

Para eso, con el fin conjunto de despertar de su letargo a la exigencia, a la curiosidad por descubrir nuevas formas de mostrarnos las cosas, a las tantas maneras de abordar una película que hoy apenas interesa practicar y tampoco parecen preocupar a la gran masa que paga por ser vulgarmente entretenida, ahí está Jennifer Lawrence: al mejor estilo de una superheroína generacional al rescate de sensaciones perdidas, seduciendo a un adolescente, peleando desnuda en la arena, sacudiendo los bordes de la pantalla de tanto dilatarle la pupila al encuadre cada vez que sonríe con picardía…

Sin malos rollos

Duele en el alma admitirlo, pero su encanto y energía llenan tanto el espacio que uno se olvida de Phoebe Cates saliendo del agua con su bikini rojo en Aquel excitante curso (1982, Cameron Crowe), o de la esperadísima consumación carnal entre Tom Cruise y Rebecca de Mornay en Negocios arriesgados (1983, Paul Brickman): definitivamente, la Maddie que compone Lawrence es la cumbre de las fantasías húmedas masculino-preuniversitarias a ritmo de sintetizador, sobre todo porque se nota lo consciente que está de ese efecto y que así lo ha querido expresar en pantalla de principio a fin. Confirma nuevamente, y ni que le hiciera falta confirmar nada tras su impactante rendimiento en Gorrión rojo (2018, Francis Lawrence), que es brillante y sensual, magnética y versátil, seria y divertida…, por más que para muchos recalcitrantes esta última cualidad sea incompatible con el elemento de atractivo físico y jamás admitan, ciñéndome a las dos o tres primeras que me vienen a la cabeza, que guapas a la vez que graciosas han sido actrices tan dispares como Marilyn Monroe, Paula Prentiss, Diane Keaton…

Dentro del género adolescente, Sin malos rollos responde al subgénero de temática Last American Virgin, léase casi siempre “prisa indescriptible por yacer en la cama con la persona de mis sueños”, con lo cual acaba dignificando su árbol genealógico desde la raíz, siendo mejor que muchas de sus antecesoras históricas, incluso la ineludible El último americano virgen (1982, Boaz Davidson), y siempre peor que los más hondos y vastos coming-of-age –o historias de crecimiento– por centrarse más en la etapa sintetizada de descubrimiento sexual que en el paso del tiempo relativo a esas edades.

Sin malos rollos

Ni es una obra maestra ni le encuentro la menor pretensión de serlo, cosa que me agrada y no me induce a repensarla según otras variantes en que pudo ejecutarse, actividad muy tentadora cuando nos ponen frente a nuestros ojos la reivindicación de algo que recordamos con cariño o en vano ansiamos ver recuperado, ya sea un estilo visual, una manera de actuar, un determinado uso de la banda sonora, un código moral en desuso, o en este caso toda una tradición asfixiada, sepultada concretamente cuando American Pie (1999, Paul y Chris Weitz) se hizo saga.

El resultado es tan agradable, vistoso y reflexivo que vale la pena recordarlo así, políticamente incorrecto, un poco a contracorriente de lo actual sin desecharlo del todo –pienso en el tempo de las escenas y en la brisilla de cine independiente común, elementos muy poco ochenteros–, con un sentido del humor erótico que lo mismo acalora que refresca, y una protagonista de esas que Lee Marvin describiría como “una mujer capaz de volver hombre a un niño y volver niño a un hombre”.

Algunas películas también tienen esa facultad.

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