Sustraerse en el tiempo, a los días de la nefasta hecatombe de agosto del año precedente en la base de Supertanqueros de la Zona Industrial de Matanzas, es necesario, pues si por una parte mostró la cruda realidad que hurgó en lo más profundo del dolor, por otra se conoció de qué material especial están hechos los valientes, decididos, solidarios y altruistas, capaces de todo en cruciales momentos.
Ejemplos manifiestos se apreciaron por doquier, más allá de quienes de forma heroica enfrentaron y extinguieron las llamas.
Entre las actuaciones colaterales e imperecederas apreciadas en aquellos instantes estuvo la de Ariel Aragón Vargas, conductor de un Combi-Lada verde con chapa 077 181, que durante y después del siniestro tendió su mano y, de forma gratuita, trasladó a lesionados, familiares, personal de Salud y demás pasajeros desde la zona roja hasta el Hospital Universitario Clínico Quirúrgico Comandante Faustino Pérez Hernández; y a un sinnúmero de estos luego los devolvió a sus respectivos hogares.
Por capricho o coincidencia de la vida, la familia de Ariel está unida por lazos de amistad a la de Leo Alejandro Doval Pérez del Prado, uno de los jóvenes bomberos lamentablemente fallecidos durante el siniestro. “Mi hijo, Lázaro Javier, estudiante de Cibernética en la Universidad de La Habana, estuvo junto con él en la primaria, secundaria básica y el preuniversitario en la Vocacional Carlos Marx. Ambos se querían como hermanos”.
Los recuerdos provocaron en el interlocutor varias paradas. No obstante, el diálogo fluyó rápido. Demostró que fueron sus valores humanos y los detalles referidos cuando le informó sobre el incendio María García Fernández, su esposa, los que influyeron en su inolvidable demostración de altruismo.
“Cuando la Naturaleza descargó su furia por mediación del rayo sobre el tanque mediado de petróleo crudo, me hallaba en plena faena en casa, como artesano en la técnica basada en el mosaico tradicional romano en cerámica industrial.
“A partir de ese momento mil cosas pasaron por mi mente. Estaba absorto cuando una llamada telefónica de mi hijo Lázaro Javier me devolvió a la realidad. Dijo: ‘Papá, explotó un tanque de petróleo al caerle un rayo en el techo’. Un rato después volvió a llamarme para decirme que aquello estaba peor, con mucho calor, cerca de donde la llamarada y el intenso humo negro ocupaban un gran espacio y crecían con rapidez. La situación tensa y el peligro de quemarse y explotar otro tanque era inminente, tal como ocurriera en la madrugada siguiente.
“Mi niño cumplía el Servicio Militar Activo, fue destacado a ese lugar, por lo que fui en su busca en momentos en que el personal y la técnica, incluida la canina, eran extraídos y llevados a lugares seguros. Todavía impactan en mis oídos sus fuertes palabras: ‘Papá, esto está muy caliente, se queman mis pelos del brazo’. Era para volverse loco, pero logré ir por la Vía Blanca. Recogí en el camino a un custodio que me pedía calma. Se lo agradecí, pero no podía.
“Pasados esos momentos, en las primeras horas de la mañana del sábado 6 me dirigí hacia el Comando de Bomberos de la Zona Industrial, para ayudar a mis compañeros en lo que fuera, con una manguera o cualquier otra cosa, les dije, pero no me lo permitieron, porque se carecía de técnica para apagar un fuego de tal magnitud. Me pidieron que me fuera, que no corriera riesgos, y me dolió dejarlos allí, ante el peligro, las dos veces que fui.
“Como oficial del Minint, ahora en retiro, transité por varias especialidades, y no me es ajeno completamente lo de bombero, aunque lo visto en la Zona Industrial, como se ha reconocido por expertos locales y foráneos de todas las latitudes del mundo, era lo nunca o pocas veces visto en cualquier país.
“Faltaban recursos y venezolanos y mexicanos no solo los brindaron, sino que, cerca del fuego, de forma titánica, batallaron como uno solo con los cubanos. Gloria eterna a todos, en particular, a los caídos en tan noble y valerosa misión”, y rompió a llorar desde muy adentro de su pecho.
Unos minutos después, manifestó que, dadas las circunstancias de no poder hacer nada, se dijo: “Entonces, ¿qué hago? Tengo que ayudar de alguna manera. En casa no me quedo en estos momentos en que todos debemos contribuir. Miré el carro y surgió la solución. ‘Lo haré con él, llevaré al hospital a las personas heridas, quemadas, etc., y también a los familiares’. Luego surgieron otras variantes, porque al doblar por la calle Contreras y Magdalena, donde se hallaba la parada de ómnibus hacia el citado centro hospitalario, había una doctora, que recogí.
“¿Hacia dónde usted va?, pregunté, y respondió: ‘A cubrir en el hospital. Mis compañeros lo necesitan, están desde ayer allí, todos debemos ir’. Me miró asombrada cuando le dije que subiera, que no le costaría nada. Me dio las gracias y no paré hasta la P ubicada al costado del preuniversitario José Luis Dubrocq, donde detuve la marcha y llamé a otras personas vestidas con batas blancas.
“Llegué al lugar, congestionado de damnificados, familiares, amistades, personal médico y demás. Allí recogí a algunos lesionados dados de alta y los llevé para sus casas. Luego, para identificar al carro y lo que hacía, elaboré el cartel donde indicaba traslado gratis a lesionados por el fuego y sus familiares.
El Combi-Lada de Ariel no solo transitó por la ciudad de Matanzas hasta que fue extinguido el fuego, sino muchos días después, en cumplimiento de similar misión con accidentados y familiares, incluido el día del sepelio de las víctimas mortales del siniestro. “No hubo descanso, como tampoco lo tuvieron quienes enfrentaron el fuego, el personal médico, de apoyo, los hermanos venezolanos y mexicanos. Era un momento decisivo, y no podía haber otra respuesta.
“Me siento agradecido por las muchas personas de Cuba y fuera de ella que reconocieron cuanto hice, y sirvieron de aliento en cada momento para no detenerme, ayudar, apoyar sin reposo. Recibí mensajes desde Italia, España, Estados Unidos y otros países, y eso me reconfortó e hizo crecer. Me sentía mucho más útil que hasta entonces. Estuvo el estímulo de mi esposa, hijos, familia, transmitiéndome un ánimo vital que persevera y perdura”.
En referencia a su generosidad manifestó que “fueron días tristes, agitados, llenos de dolor por la pérdida de amigos míos, de Leo Alejandro, a quien amé como hijo propio desde muchacho, y de otros compañeros valiosos. Cuanto hice era lo debido en esos momentos, nada comparado con quienes ofrendaron sus vidas”.
Encuentre este y otros materiales en nuestro dossier: Supertanqueros: Memorias del fuego