La ausencia de un rey

El abuelo conserva en su teléfono la imagen de Leo vestido de bombero. Foto: Julio César García

De Leo te pudiera decir tantas cosas, pero tantas, que ahora no me sale ninguna. Fíjate tú. No sé por qué, pero no me salen las palabras. Es que, cómo explicarte, él siempre fue muy especial, desde que lo traía en la barriga. Imagínate que una vez durante el embarazo se me llenó de ronchas la piel, y la doctora me explicó que se debía a que el feto era más fuerte que yo. Siempre fue así. Con él todo parecía extraordinario.

Leo fue un niño que yo busqué. Como me había criado sola siempre quise tener dos hijos. Y todo se me dio como quería: un varón, de ojos claros igual que su hermano, para que no hubiera diferencia.

Cuando tenía cinco o siete años, no más, un día fuimos a uno de esos lugares a los que todo el mundo va cuando tiene problemas. Al llegar allí los dos hombres al frente se arrodillaron delante de Leo y me dijeron que tenía un rey, un espíritu fuerte. Sin embargo, más noble no podía ser. Era un niño muy conforme, si le regalaban algo al hermano en su cumpleaños y a él no, me decía: “No importa, Tata me lo presta”. Ellos se llevaban dos años y siete meses.

Montaje que pidió por sus 15 años con el uniforme y los trofeos del Real Madrid. Foto: Cortesía de la fuente.

Luego se fue desenvolviendo más y se volvió líder en su grupo al entrar en secundaria, y después en la Vocacional. Los profesores lo admiraban y sus amigos decían que era perfecto. Una vez lo definieron, hablando espiritualmente, como un alma muy vieja. Y realmente era muy maduro para su edad. Siempre me aconsejaba y se pasaba la vida peleándome para que paseara más, que me arreglara.

A veces una como madre no ve que los hijos van creciendo y los sigue tratando como niños. En un abrir y cerrar de ojos me cumplió los 15 y te confieso que nunca me gustó la idea de sesiones de fotos en los varones, pero una tarde salimos con los tíos para hacerle algunas. En esa oportunidad él pidió unas pocas tomas: entre ellas, un montaje con el uniforme y los trofeos del Real Madrid —era fanático al equipo—, y otra en Narváez. Por esos días coincidió la inauguración de un mural al costado del Cuartel del Comando 1, donde un bombero de espaldas contemplaba la ciudad. Entonces Leo se puso de espaldas, estiró el brazo por encima de la silueta del hombre y pidió que le tomaran la foto.

Imagen que al cumplir los 15 años Leo le pidió a los tíos que le tomaran. Foto cortesía de la fuente

No me di cuenta del momento en que se la hizo. Luego, cuando la vi, recuerdo que me impresionó mucho, porque el niño estaba vestido de blanco, de espaldas a la cámara y enfocado en el horizonte del dibujo que, si te fijas bien, asume la forma de los tanques de la Zona Industrial. Para mí fue una señal.

***

Siempre supe que a Leo le iba a pasar algo malo. Hay gente que no cree en esas… cómo explicarte… en esas se­ñales o avisos, pero yo sí.

Mucho antes de que sucediera el incendio, me ocurrió varias veces que, durante un día cualquiera de trabajo, yo tenía que interrumpir lo que estuviera haciendo debido a un llanto intenso, desconsolado, que me subía de pronto y no era capaz de contener. Las compañeras más cercanas se impresionaban al verme e intentaban calmarme.

—¿Pero Vivianne qué pasa, por qué lloras tanto?

—Ni yo misma sé —les contestaba—, pero me da mucho miedo lo que pueda pasarle a Leo.

Además, yo tenía un sueño recurrente, en el que una mujer vestida de blanco, a la que jamás le pude definir el rostro, me preguntaba a cuál de los dos niños le entregaría. “Pero no me hagas escoger, llévame a mí”, le decía una y otra vez en el mismo sueño, aunque ella se negaba también una y otra vez, y me aclaraba que no podía ser nadie más, porque yo tenía dos ángeles.

Leo muchas veces sentía que yo lo llamaba, incluso estando en el cuarto me gritaba “Dime mami”, cuando ni siquiera estaba cerca de él y mucho menos le había dicho algo. La conexión entre él y yo siempre fue muy grande.

Personas en las que confío mucho me han revelado que su misión en este mundo fue complacerme, ayudarme a que yo evolucionara espiritualmente, y eso es algo que me enorgullece y a la vez me duele, demasiado.

Pienso mucho en todo lo que ha sucedido y sigo encontrando señales, asociando hechos, estableciendo conexiones llenas de significado. En una ocasión, cuando estudiaba Economía en la universidad, realicé un trabajo práctico sobre la Zona Industrial de Matanzas. Como en aquel entonces mi suegro era jefe de mantenimiento en la zona, le pedí que me llevara hasta aquellos tanques que uno veía casi desde cualquier punto de la ciudad. En realidad estaba prohibido. Solo tenían acceso los trabajadores del lugar, pero me daba mucha curiosidad. Y para mí fue impresionante. Recuerdo que llegué hasta la base y me sobrecogió aquella estructura gigantesca. Te digo… no me la imagino encendida.

Bueno, el hecho es que no he regresado nunca más y la única vez que pisé esa tierra tenía la misma edad, exactamente, con la que el niño también entraría por primera vez allí.

***

Leo quería ser médico, y esta certeza la mantuvo desde hace muchos años atrás, cuando la abuela sufrió una aneurisma. Él cursaba aún la primaria, pero se obsesionó con el tema. De hecho, quería especializarse en Neurocirugía.

Le compré todas sus cositas, su esfigmo, estetoscopio, su uniforme; todo lo tenía listo. Ese era su sueño, que se convirtió en nuestro también, porque para nosotros sería un orgullo tener un médico en la familia. Iba a ser el primero.

Cuando empezó el Servicio Militar en el Comando 3 de Varadero, la novia le regaló unos libros de introducción a la Medicina con los que cargó. Él no quería llegar a la carrera en blanco y se los leyó completos. Realmente la dinámica en la unidad le daba bastante tiempo no solo para leer, sino hacer ejercicios, jugar cartas con los demás soldados. Allí nunca pasaba nada. En el tiempo que estuvo, solo una vez activaron la alarma y fue para espantar un panal de avispas que se había alojado en un equipo de informática. Él se sentía bien allá, el ambiente era tranquilo.

Leo y Fabián, momentos antes de salir para la Zona Industrial. Foto: Cortesía de la fuente

Incluso, se pasaba la vida escribiéndose con un amigo de la Vocacional que cumplía el Servicio en el Comando 1, de la Vigía, y bromeando le pedía que enviara una “candelita” al menos, que se aburría mucho.

Eso sí, antes de que pusiera un pie en la unidad, le advertí mucho que se cuidara, que un incendio en el aeropuerto podría ser muy peligroso; pero él siempre me contestaba lo mismo: “Tranquila mamá, que a mí nadie me va a tronchar mi futuro”.

***

La tarde en que cayó el rayo tuve una sensación muy fuerte. Se me erizó el lado izquierdo del cuerpo. Desde luego, lo primero que hice fue llamar a Leo, pero él estaba muy bien. Desde una azotea miraban y filmaban con los celulares la nube de humo que ya se elevaba por el aire.

Ese día hablamos hasta cerca de las 10 de la noche. Le repetí insistentemente que se cuidara y él, como siempre, intentó calmarme: “Duérmete temprano, que nosotros no vamos a ninguna parte”.

En lo adelante no volví a hablar con él. Poco después me acosté y no abrí más los ojos hasta el sábado, a las siete de la mañana, cuando me despierta una llamada del suegro de Leo, para preguntarme qué sabía del muchacho.

—Está bien, ayer hablamos bastante en la noche. ¿Por qué la pregunta?

—En la madrugada se fue para el incendio.

Me levanté, me vestí y salí para la calle. No sabía para dónde coger. Me monté en una moto que no recuerdo ni el color, ni he visto nunca más la cara del chofer. No sé si era botero, si le pagué o no. No recuerdo nada.

En medio de tanto nervio hablo con un amigo y me explica que había visto en el Parque de la Libertad un movimiento extraño, algunas carpas donde estaban atendiendo heridos, que pasara por allí. Al llegar me interceptó rápido una psicóloga que al ver cómo estaba me calmó un poco.

De ahí me fui a buscar por los hospitales. Primero llegué al Militar, donde todavía sin entrar se me acercó una señora, familiar igual que yo, y me preguntó a quién buscaba por allá. Entonces le expliqué que mi hijo pasaba el servicio en el comando del aeropuerto y en la madrugada se había trasladado a la Zona Industrial.

—Ay hija, me dijo, ese camión entró y no se salvó nadie.

Di el sí en el carro del suegro de Leo, camino ya al hospital Faustino. Me dijeron que grité, que hice no sé cuántas cosas más; pero en realidad no sé lo que pasó. Al llegar al hospital entramos como locas —la novia de Leo, la suegra y yo—, recorriendo las salas y mirándole el rostro a cada paciente encamado, a ver si reconocíamos a Leo. No nos hablábamos, pero por dentro teníamos la esperanza de reconocerlo.

Tay, la directora del Faustino, y Laurita, psicóloga, enseguida fueron a nuestro encuentro y nos ayudaron muchísimo, realmente fueron incondicionales y permanecieron con nosotras hasta que nos trasladamos hacia el hotel Velasco, donde se reunían ya los familiares de las personas desaparecidas.

Allí también llegamos con una esperanza: la esperanza de enterarnos de que a Leo le había dado tiempo correr. Pero después supimos que no.

***

Ya casi va a ser un año de los hechos, y créeme, muchas veces trato de no pensar en lo sucedido, pero hay imágenes que no se alejan de mi cabeza. Por ejemplo, cuando voy en una guagua y paso por el tramo de carretera frente a la universidad, donde se observa tan limpia la bahía con los tanques detrás, no hago más que imaginar la expresión de Leo al pasar justo por esa parte y sentir que se acercaba a esas llamas tan violentas.

También he optado por no pensar más en el momento de la explosión. Prefiero quedarme con la versión que nos explicó Jorge González —Popi—, médico forense, en la que nos decía que las altas temperaturas y la intensidad de una detonación como esa provoca la muerte inmediata, o cuanto menos, su pérdida total de conocimiento, por lo que la persona fallece sin margen a sentir ningún tipo de dolor.

Te repito, he preferido apropiarme de esa versión porque antes pensaba mucho… —y todavía lo hago— en ese instante, en esos segundos. Nadie se merece una muerte así, Leo menos. Hasta el día de hoy no he sabido si estaba montado en el carro o no, qué hacía específicamente antes de morir. Recuerdo que durante esa semana volví locos a los fotógrafos que cubrieron los hechos, pidiéndoles las imágenes. Tengo muchas imágenes, las tengo todas. Todo mi teléfono es eso. Para ver, detectar un detalle que alguien no vio.

Al final Leo siempre estará presente para mí, para mi familia, donde quiera que esté. Hay una parte del cuarto donde guardo todas sus cositas, los regalos que me hizo en los cumpleaños o Días de las Madres. Era muy detallista, y como sabía que me gustaban los elefantes, me regaló varios.

Hasta antes de comenzar su relación con la novia, él dormía conmigo. Tenía cama, pero dormía conmigo. Era mucho el apego entre ambos.

Sin embargo, hasta hoy no he sentido nada aún. No veo, no oigo, no sueño con él. Las personas que saben me dicen que tengo que esperar a que pase el tiempo, que todavía estoy muy dolida, que no estoy preparada. Pero te digo que es difícil no poder tocarlo, no poder besarlo, no volverlo a ver. Es muy difícil… Te podría decir mucho más de Leo, hay tanto por decir… pero las palabras no salen.

Grupo de la Vocacional con el que estudió Leo, y que le rindió homenaje tras los tristes acontecimientos en la Base de Supertanqueros. Foto: cortesía de la fuente


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Sobre el autor: Ayose García Naranjo

20 Comments

  1. Impresionantemente, doloroso y muy sensible el tema, además muy bien presentado por el periodista. Bendiciones para esos espíritus que partieron, consuelo y aceptación para los familiares y amigos. Paz y Amor para todos.

  2. Es inmenso el dolor de esa familia destrozada en ese fatídico momento y otras que sufrieron perdidas similares. Lo triste que no recuperan nunca ese espacio. Con dolor cual familia fuera asumo esta partida sin apenas haber conocido a estos muchachos que la inocencia conllevó allí y ninguno de ellos imagino no regresar. Acompaño ese inmenso dolor de las familias. Dios guarde esas almas en un lugar especial.

  3. No puede haber dolor más grande para una madre que perder un hijo. Imaginar el dolor de los seres queridos tras perder a un familiar en estas circunstancias es algo muy difícil solo el que lo vive en carne propia sabe lo que se siente. Admiro a esta madre y deseo que dios en su infinita misericordia sea con ella y su familia. Su tan amado hijo vivirá por siempre con ella. Mucha fuerza 🙏🏻🙏🏻

    1. Mis respetos para los héroes que enfrentaron la muerte cumpliendo una noble labor.
      Siento mucho la pérdida de vidas humanas y el dolor profundo de las familias.
      Gracias por compartir esta historia, muy conmovedora.

  4. Estoy a punto de graduarme de periodismo en la UCLV, pero sólo ahora vengo a saber qué es un testimonio. Extraordinario, aunque ojalá nunca hubieran ocurrido los hechos que lo motivaron.

  5. Desgarrador, triste, sin palabras también he quedado yo…
    Toda la fuerza del Mundo para esa Madre del rey… y de todos esos héroes.
    #JamásOlvidaremos
    😭😭😭😭😭😭😭🌹🌹🌹🌹🌹🌼🌼🌼

  6. Cuánto dolor, es una herida que nunca sana, una pérdida irreparable, son las cosas de la vida que no encuentran explicación. Es el testimonio que nadie quiere escribir porque no existe consuelo para tanto sufrimiento. En paz descansen Leo y sus colegas, están en el altar sagrado de la Patria 🌹

  7. He llorado mucho con este testimonio, apenas alcancé a terminar de leerlo, cuanto dolor, cuanto sufrimiento. No hay consuelo posible para una madre. Sin embargo debe sentir orgullo del hijo q tuvo.

  8. Desgarrador testimonio y como madre me coloco en su lugar. Mucha fuerza a todos los familiares y allegados de los fallecidos. Aún es profundo el dolor por las pérdidas de tan lamentable suceso. Agradecimiento eterno a los que valientemente entregaron sus vidas enfrentando las voraces llamas.

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