“Por un camino donde crecían muchísimas matas de piñón florido, Cocorioco llegó al pueblo…” Juana Amelia Moreno García narraba el cuento de Dora Alonso y los niños por un rato olvidábamos la atracción que suponía admirar el dedo pulgar duplicado de la bibliotecaria en la mano izquierda.
Aunque solo la escuché una vez, a poco más de dos décadas de distancia permanece en mi recuerdo aquella historia del hombre súper feo que reparó una casa destartalada, derribó el marabú del patio, sembró árboles y regaló los frutos a los infantes del barrio; uno de los textos que con mi grupo de primaria compartió aquella dama de los libros que ocasionalmente llegaba desde la ciudad de Matanzas hasta la escuelita rural de Paso del Medio.
No parece que fuera tanto tiempo el transcurrido ahora que reencuentro a la bibliotecaria, con los 80 años de vida esperándola en noviembre y ejerciendo todavía la misma profesión, en el Centro de Documentación e Información Pedagógica, en la urbe de ríos y puentes. Se mantiene activa y útil.
Muy bien nos sentíamos en todas las escuelas que visitábamos, era una maravilla cuando llegábamos mi colega Sara y yo, porque salían de la rutina del aula, nos dábamos cuenta de que les gustaban las actividades, les incrementábamos el deseo de leer, comentó la maestra de formación.
Como era en zonas rurales sin bibliotecas, llevábamos los libros y todavía es una gran satisfacción que por la calle nos llamen profe, bibliotecaria, ese es el mejor regalo que nos pueden hacer no solo el 7 de junio, Día del Bibliotecario, sino en todo el año, aseguró.
Había que hacer un trabajo previo de qué realizar, era como preparar una clase, determinábamos medios de enseñanza y a veces la actividad terminaba con crucigramas o rompecabezas, explicó con naturalidad y manos reposadas sobre una mesa donde seguramente numerosos ejemplares ha explorado en busca de mayor bagaje para ayudar al usuario.
Tan cómoda en el centro de trabajo que considera un hogar más por el excelente colectivo laboral que integra, contó también que su polidactilia del pulgar es herencia de su tatarabuela, la abuela de su abuelo materno.
Nunca he tenido complejo por ese dedo, ni cuando joven, los pequeños me preguntaban cómo me lo hice, cómo me salió, algunos de pronto me tenían miedo, y por ejemplo, la nieta de una vecina venía de vacaciones y me identifica como la mujer del dedo del corazoncito porque como se separan las dos puntas de la misma base parece un corazón, dijo.
Lea aquí: El bibliotecario, el amigo que no podemos perder
Ella desbordaba su honestidad y yo, de algún modo la encontré en el final de la historia que me leyó en la primaria, el cuento que nunca olvidé y ahora, en las noches, de vez en cuando versiono para mi hijo:
“Cocorioco hablaba y los infantes lo escuchaban con cariño y atención. Ya no les importaba su cara, ni su extraña figura, porque había algo dentro de Cocorioco más importante. Algo tan fino, puro y agradable que estando junto a él se sentían deseos de conocer todo lo lindo y bueno que hay en el mundo; de ser cada vez mejor.»
Mi amiga de la infancia y de Escuela de Maestros Primarios » Conrado Benítez» de Matanzas. Muy responsable, sería y estudiosa. Ejemplar hija, madre y abuela. También ejemplar trabajadora y revolucionaria. Para mí, más que una amiga. Es mi hermana del alma Muy interesante el reportaje.
Gracias por este reportaje maravilloso. Merecido reconocimiento para ella, no era fácil ni es aún hoy el estar recorriendo lugares intrínsecos , pero valía la pena para ella y sus compañeros. Una gran enseñanza para el resto y una gran oportunidad para animar y enseñar a los menores.
Gracias por tu labor Juana Amelia , mi tía .
Felicidades
Sin duda muy querida y amada por todos, no sólo sólo Matanzas en la Habana también la quiere mucho su familia.