El 9 de mayo no puede ser una fecha más en el calendario. Si la humanidad se extravía en el laberinto del olvido, en el que preludian las trompetas del apocalipsis fascista, esta vez no sobrevivirá a la experiencia
El 9 de mayo de 1945 la Alemania nazi capituló incondicionalmente ante el alto mando militar soviético y de los aliados, lo que aseguraba la derrota de las potencias del eje fascista en el teatro europeo.
Después de seis años de conflagración mundial, en la que intervinieron 61 Estados, abarcó a casi todas las regiones del mundo y costó la vida de millones de personas, parecía que la sierpe fascista nunca más volvería a levantar cabeza.
Dolor, sufrimiento y muerte fue el legado de la experiencia. Millones de personas sucumbieron en los campos de concentración del Tercer Reich, concebidos para matar, para quebrar el alma y convertir al mundo en un gran predio dominado por los arios, donde trabajarían como esclavos los de las llamadas razas inferiores.
Prisioneros de guerra soviéticos, comunistas, miembros de los grupos nacionales de resistencia, civiles polacos y soviéticos, judíos, romaníes, testigos de Jehová y homosexuales fueron el blanco predilecto de la barbarie.
En Auschwitz-Birkenau, Belzec, Chelmno (Kulmhof), Majdanek, Sobibor, Treblinka, etc., nunca se detenían las cámaras de gas; el humo de los crematorios anunciaba el destino fatal de las víctimas de la deshumanización y la locura. La maquinaria nazi, con presunción de macabra eficiencia, producía abono con las cenizas de los fallecidos y, aunque parezca espeluznante e inconcebible, hacían jabón con la grasa, aprovechaban la piel, los cabellos, los huesos, las prótesis de oro y plata.
No es un cuento de horror, es el fascismo que floreció al amparo de la ambición, el anticomunismo, el odio y las apetencias, siempre incontrolables, del capitalismo, que nació de la ignorancia y de la deshumanización de capas amplias de naciones «cultas», movilizadas por la xenofobia, el miedo y la propaganda «sabiamente» administrada.
Parecía que la bestia había sido exterminada para siempre. Sin embargo, los huevos de la serpiente fueron incubados en el regazo de la revancha y el olvido.
Renace el fascismo de la matriz generadora, levanta cabeza ante la complicidad de los mismos de antaño, esos que de nuevo asumen la política del avestruz, por connivencia y por conveniencia.
Desfilan con sus estandartes y entonan sus viejos himnos de odio, derriban los monumentos de la lucha contra el fascismo, rescriben la historia convirtiendo en héroes a carniceros sin alma, mientras amenazan al resto de la humanidad, a nombre de una «superioridad étnica» de la que creen ser representantes.
La desmemoria llega a tanto que, incluso, algunas víctimas hoy rinden homenaje a sus antiguos verdugos.
El 9 de mayo no puede ser una fecha más en el calendario. Si la humanidad se extravía en el laberinto del olvido, en el que preludian las trompetas del apocalipsis fascista, esta vez no sobrevivirá a la experiencia.