K-pop: desde Corea con brillantina

K-pop desde Corea con brillantina

El espectro musical de una Isla, de por sí bastante musical, como si los cuerpos en movimiento no le temieran al calor “pegatina”, desde hace unos años para acá se ha incrementado. Antes, pudiéramos decir que se dividía en dos subunidades bastante reconocibles: los mainstream, esos que consumían lo que se “usara” en el momento; y los alternativos, aquellos que buscaban escapar de lo popular, mercantilizado y fugaz. No obstante, con la llegada de Internet a Cuba se diversificó.

Han aparecido de a poco, mas, con una gran pegada, como un piñazo de la colonización, lento, pero con potencia, varios géneros que han devenido, incluso, en subculturas. Entre ellos, el k-pop me parece uno de los más curiosos, por el sinnúmero de seguidores que tiene en el público joven; y por cómo a veces, sutilmente, y otras no tanto, influye en su comportamiento y deriva en la enajenación; como sucede cuando uno se adueña de códigos culturales tan lejanos a los propios de forma inconsciente o acrítica.

Tal vez la invasión silenciosa —demasiado silenciosa para lo exuberante de este estilo, con mucha brillantina y pespuntes kitsch— a Cuba comenzó con otro producto coreano, los doramas, que hasta el otro día podías encontrarlos a montones en las estanterías de los negocios que se dedicaban a la venta de CD. De una manera u otra estas teleseries abrieron el camino, como zapadores en el campo de las guerras del consumo, al k-pop; que con la llegada de las redes a manos de los isleños, sobre todo de adolescentes y jóvenes, realizó su entrada triunfal.

La korean popular music (k-pop) surge desde los años 90 del siglo pasado. Su éxito primero se concentró en su país de origen y luego se expandió por otras tierras asiáticas. Con el surgimiento de las redes sociales y el acceso masivo a Internet se empezó a propagar por otros continentes. El Instituto Nacional Audiovisual francés lo caracterizó como una “fusión de música sintetizada, rutinas de baile y ropa colorida de moda”.

Varios elementos lo definen. Si de música hablamos, se mueve entre el music dance house, el hip hop, entre otros; aunque uno de los principales cuestionamientos que se le hace es que lo artístico se subordina a lo estético, en sí: que importa más cómo lucen que como se oyen. También en búsqueda de una expansión internacional acuden a las apropiaciones culturales, sobre todo del mundo occidental, donde toman desde el idioma, al formato de las bandas, hasta parte de su proyección escénica. Recuerdo ahora boy bands, como los Backstreet Boys y NSYNC, y no puedo dejar de pensar en un “refrito”.

El porcentaje de canciones de k-pop tituladas en inglés y que se posicionaron en los primeros lugares de las listas de éxitos en 1995 fue de un 8 %, creció a un 30 en el 2000 y a un 44 en el 2010. Esto indica cómo, de manera gradual, el género dejó atrás sus raíces endémicas en aras de ubicarse en el canon occidental. Algunos especialistas lo nombran como la mezcla de tendencias mainstream con la idea del concepto del rendimiento asiático.

A muchos de los exponentes del género o idols los captan desde edades tempranas. Los entrenan en ambientes controlados donde son amoldados para convertirlos, yo diría más que en estrellas, en un producto humano o humanizado eficiente. Estudian lenguas extranjeras, danza, música y otras habilidades necesarias para su debut. En 2012, The Wall Street Journal informó que el costo de la formación de uno de ellos, bajo la compañía S. M. Entertainment, rondaba los tres millones de dólares.

No son pocas las críticas que ha recibido este modo de preparación por lo riguroso que resulta para los idols, sobre todo porque la mayoría entra a él cuando son apenas niños. Por ello se habla del “rendimiento asiático”. La idiosincrasia de los pueblos de este rincón del globo terráqueo tiende a ser en extremo metódica y perfeccionista. Cuando a esto se le suman las exigencias del mercado, se somete al artista a una presión que puede descompensarlo física y emocionalmente. Además, en un sistema donde la belleza, muchas veces andrógina, posee un lugar tan preponderante, las estrellas pueden ser fugaces cuando el tiempo, el imponderable e implacable, hace de las suyas.

Son numerosos los valores que propugna el k-pop que no distan de ser nocivos: la banalidad —la apariencia por encima de las esencias—, la frugalidad del artista, si se entiende de manera irresponsable. Cada uno tiene el derecho de consumir lo que desee, porque en el arte todo no puede ser, como se diría por ahí, «dura y pura metatranca». Este posee un componente de entretenimiento, aunque en dicho contexto quedaría mejor entertainment.

Sin embargo, hay que tener mucho cuidado de los códigos que asumimos y cómo los manifestamos en torno a nosotros, para no crear una dicotomía o ruptura, respecto a nuestra identidad, que nos conduzcan a la alienación.


Lea también

Embajada de Japón convoca a 17mo Concurso Internacional de Manga

Boris Luis Alonso Pérez – La Embajada de Japón en Cuba compartió en su página web la convocatoria al 17mo Premio Internacional del MANGA de Japón. LEER MÁS »


Recomendado para usted

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *