El autismo en nuestra sociedad

Desde que hace más de una década la Organización de las Naciones Unidas decretó el 2 de abril como Día Mundial de la Concienciación sobre el Autismo, mucho ha avanzado nuestra sociedad con respecto al Trastorno del Espectro Autista (TEA): capacitación de especialistas, iniciativas en apoyo a quienes lo padecen, orientación familiar, entre otras acciones destinadas a asumir este fenómeno desde que se hace patente en la etapa infantil.

Los estudios más recientes contemplan la multicausalidad en sus orígenes, descartando el componente psicológico y de enfermedad mental, refiriendo, en cambio, razones neurobiológicas o medioambientales. Ello ha incidido en el rompimiento de prejuicios que muchos hemos llegado a compartir, condicionados por un mundo donde la figura del autista se ha mitificado a raíz de las más insólitas manifestaciones de bullying y discursos victimizantes en superficiales productos comunicativos.

Pese a las numerosas fuentes de información viable que existen y la posibilidad de atención especializada que brinda el Sistema de Salud cubano, se hace lamentable notar cómo aún restan mentes por convencer y hábitos por cambiar en el escenario cotidiano. Todavía hay personas que, no siempre carentes de afecto y comprensión, permiten que el desconocimiento ponga freno a su empatía y no otorgan al asunto el interés suficiente para atenuar sus efectos en el futuro.

Por otra parte, ¿cuánta atención no requiere un conjunto de adultos que, ante los gritos y manotazos que da en la pared un infante introvertido, optan por subir el volumen de la música y proseguir su fiesta; o que emplean las ofensas y golpes para atenuar comportamientos semejantes del trastorno en edades tempranas? Lo que para cualquier receptor de estos métodos de crianza resultaría nocivo, mayor gravedad adquiere en el caso de los autistas.

Quizá nos haya pasado más de una vez por la cabeza esa molesta, mas no absurda, suposición de que nuestro hijo, sobrino o vecino presente TEA en su conducta, en su manera de socializar, de obsesionarse con un juguete ruidoso o de dar vueltas sobre sí mismo irrefrenablemente. Puede parecer lo más cómodo desechar esa idea, no advertir, no consultar preventivamente, hacer caso del recalcitrante “¿qué dirán?” y dejar transcurrir los años. Ahí reside el primer error.

Por tanto, no todos los silenciamientos al trastorno parten de actitudes violentas o indolentes; padres amorosos, los mismos que se alegraron desde que supieron que iban a serlo y dieron la bienvenida al nuevo miembro de su núcleo afectivo, al no prestar el debido reparo a factores como el retardo del lenguaje, o la introversión excesiva, incurren también en un descuido, que conviene subsanar lo antes posible, mediante la evaluación del médico de familia y el posterior diagnóstico y orientación de un equipo clínico.

Una de las principales tendencias en el panorama actual de esta causa consiste en aclarar que ningún allegado es culpable de provocar autismo, ya sea por sobreexponer al infante a la televisión, celular o cualquier dispositivo electrónico, dado que es “algo con lo cual se nace”. Y es cierto. Sin embargo, no es menor el agravamiento al dejar en el marco de una pantalla la recreación del pequeño y relegar la importancia de dedicarle tiempo, de aclarar sus dudas, verbales o extraverbales, con suma paciencia y serenidad.

Si bien conviene recordar que el TEA hasta el día de hoy no tiene cura conocida, las condiciones de vida ideales para los que nacen y crecen con él dependen, en gran medida, del único remedio a nuestro alcance: la comprensión y la solidaridad, dentro y fuera de casa, como familia, como sociedad. Desterremos criterios como “con esa enfermedad justifican los padres la desatención”, o “pobrecito, si le llega a pasar al mío…”, así como otros que hacen mella involuntaria en el esfuerzo de los afectados.

A las técnicas educativas diseñadas y aplicadas en nuestro país para afrontar estas circunstancias, al seguimiento clínico que implica cada caso y a la concienciación mediática se debe sumar, de manera anónima y uniforme, el respeto a los que viven y ayudan a vivir con autismo.

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