Recuerdo la primera vez que entregué una información para que viera la luz en el semanario Girón. Era un texto de unas 20 líneas que mi mejor amiga y yo redactamos y a duras penas logramos llegar antes del cierre del periódico. El profe Roberto Vázquez era mi tutor en aquellas primeras prácticas pre-profesionales y con su bondad de siempre recibió la pequeña nota.
Al día siguiente, la emoción nos impedía perder de vista aquel espacio diminuto que ocupaban nuestros párrafos en la página seis. Entonces, no comprendíamos que más allá del júbilo familiar (que propagó de mano en mano aquel fragmento de papel) nuestros nombres allí, al final de la última línea, nos hacían deudoras de cada letra ante cientos de miradas.
Bajo la égida de la Academia, se comienzan a dar pasos, a sentir el primer amor por una carrera que idealizamos desde que nos conquista el poder de moldear la palabra. Sin embargo, no es hasta que se asume como ejercicio diario, que se advierten las luces y sombras del Periodismo.
El primer hallazgo resulta percibir que una vez convertido en periodista, no podrás desconectar jamás el botón de reportero que llevarás encendido incluso en tiempos de vacaciones. Por eso a veces te sorprenderás a ti mismo en medio de una cafetería imaginando cómo hacer un comentario acerca del mal servicio; o no podrás siquiera concentrarte en la lectura de un libro durante un viaje porque estarás pendiente de la historia de vida que cuenta algún pasajero, de los precios adulterados, las frases que están de moda…
Comprenderás también que nunca puedes decir que ya “lo sabes todo” y solo sentirás satisfacción en el alma cuando estés dispuesto a aprender de las generaciones de periodistas que te precedieron y de los alumnos que inician su trayecto.
Conocerás que perseguir “la verdad” implica el encuentro con fuentes que se resisten (casi siempre para ocultar sus manchas) y subestiman tu inteligencia. Por supuesto, algunos hasta te preguntarán por qué escogiste esa profesión y no otra más lucrativa donde no tuvieses que andar de un lado a otro, grabadora en mano, intentando ganarle la pelea al tiempo para conquistar la inmediatez.
Vendrán también noches donde no puedas conciliar el sueño uniendo ideas para ese material polémico que no dejará de buscarte problemas, pero te hará ganar lo esencial: la credibilidad de los lectores.
Sufrirás también cuando se escape una errata y las llamadas no cesen; amarás más tu esencia humana cuando sientas una lágrima en el rostro al darle voz a la perseverancia de los hombres, sus pérdidas y reencuentros y sonreirás el día en que caminando por una calle cualquiera, alguien te ofrezca un abrazo porque tu obra lo ha conmovido.
Por eso, te exigirás tener de veras “la fusta en la mano” para arremeter contra las injusticias, y “los labios sin mancha” para traducir la voz del pueblo.
Han transcurrido ya varios años desde la primera nota que publiqué en el semanario Girón, el medio donde hallan refugio mis ideas y conocí sobre el trabajo en equipo, donde cada voluntad es imprescindible.
Por eso, cuando la rutina parece atentar contra mis fuerzas, busco entre los archivos aquel fragmento de papel y recuerdo ese “amor a primera vista” que sentí por una profesión que supera tiempos y espacios porque, como reflejo social, es un oficio de eternidad.