En la mañana del 6 de agosto de 1945, ni Toshiko Sasaki ni Masakazu Fuji ni Hatsuyo Nakamura ni Wilhem Kleinsorge ni Terufumi Sasaki ni Kiyoshi Tanimoto tenían idea de lo que era una explosión como la que verían pronto. Más tarde, ese mismo día, lo descubrirían: aproximadamente a las 8:15 a.m. en Hiroshima caería Little Boy, la primera bomba atómica detonada en la historia.
Morirían cientos de miles de japoneses. Sin embargo, esos seis civiles contarían entre los supervivientes.
John Hersey viajó hasta Japón y durante tres semanas investigó y se entrevistó con ellos. Como resultado, escribió un reportaje de 31 000 palabras con el mismo nombre de la ciudad, que fue publicado en The New Yorker, el 31 de agosto del año siguiente. Tras leerlo, comprendí lo que es una bomba atómica.
Pudiera decir que el texto fue un hito en el mundo del periodismo, además de un atrevimiento de la revista dedicar toda la edición a ese reportaje, tirada que se agotó al instante. Albert Einstein, incluso, recurrió a copias facsimilares para hacer llegar mil ejemplares a sus colegas científicos.
Dos semanas después, una copia de segunda mano de la revista se vendió por 120 veces respecto a su precio original. No obstante, lo más estremecedor, quizás un poco menos que la onda expansiva, constituyó lo que dijo Hersey y que hasta entonces nadie había dicho: en Hiroshima hubo gente, no había solo edificios; no había solo objetivos militares, sino médicos, padres, costureras.
El periodista podría haber escrito, como muchas veces le instaron a hacer, una gran novela sobre las catástrofes bélicas y la naciente carrera armamentística nuclear. Él sabía que no era necesario, que la realidad se había ido mil veces por encima de la ficción y que cualquier detalle inventado no hubiese hecho más que contaminar las experiencias de aquellas personas.
En la parte final del texto, Hersey explora el “después de”. Explica la forma en que nadie en el resto del mundo hizo caso a las consecuencias de la bomba. Todos siguieron su campaña bélica como si nada. Solo los japoneses supieron a qué se enfrentaron.
Hay una frase en el libro que puede ser empleada como una imagen del punto de no retorno a que llegó la historia de la Humanidad: “Bajo lo que parecía ser una nube de polvo del lugar, el día se hizo más y más oscuro”.
El futuro del hombre se hacía, poco a poco, más y más oscuro.
(Por Erick Hernández Pino, estudiante de Periodismo)