Dentro, en el Teatro Sauto, el público experimenta las sensaciones que produce la función del espectáculo Cafre y las agrupaciones Malpaso, Mi Compañía, Acosta Danza, Ballet Nacional de México. Confirma así que el arte sana y salva; y no es un eslogan, es un acto de purificación, un estallido de emociones que no pueden sentir o comprender los que lo desconocen, los que lo obvian.
Diversas generaciones reunidas en un teatro que nos enorgullece reaccionan, aplauden, se conmueven. Recibí como un fuerte impacto estético la magistral actuación de Katerine Zuasnabar. El regreso después de 25 años de una esencial bailarina demostró su genialidad, fusionada con la coreógrafa Sandra Rami, en sus visiones de La Consagración de la primavera (Carpentier-Nijinski).
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Virtuosismo de organicidad y fuerza poética se sintetizan en una gestualidad, esencialmente expresiva, generadora de signos, que nos llevan al núcleo que proviene de la música de Nijinski y de la novela de Carpentier.
Hay muchas imágenes y lecturas en un cuerpo que se multiplica, se difumina, se concentra en los espejos y en la imaginación de los espectadores. Sentí tantas experiencias en una sola: dolor, ternura, traumas, nacimientos, atmósferas; tantos personajes, espacios, tiempos, que me llevaron a planos diversos en un espectáculo inolvidable.
La función del Ballet Nacional de México también devolvió al Teatro Sauto a un bailarín nuestro. Erik Rodríguez Fernández, el hijo de Pancho y Mercedes, vuelve a un escenario que le pertenece.
En el espectáculo Planimetría del movimiento, de dicha compañía, hay una doble carga emotiva, por lo que significa Erik para los que lo conocemos. Su dúo con Lorena García es de una exquisitez que transmite un universo de simetrías, que están en el espacio y en sus físicos, líricos, precisos en cada gesto. Las formas que elaboran los danzantes nos devuelven otro sentido de lo bello, desde las energías y la fuerza dramática que proponen.
La compañía Malpaso mostró Mujer con agua, del coreógrafo sueco Mats Ek, con Osnel Delgado y Dunia Acosta. Es un hermoso espectáculo, marcado por una metáfora de las relaciones humanas que crea conexiones entre los cuerpos y los objetos. Mediante un juego de interacciones, se denotan el virtuosismo de los intérpretes, la connotación simbólica del espacio, la revelación de una dramaturgia eficaz, que nos sumerge en un mundo que nos sobrecoge y lacera.
Mi Compañía presentó Edén 6, coreografía de Susana Pous, con la actuación de Victor Varela, Darío Ortega y Gabriela Caraballo. Ellos demuestran en escena una potente interpretación, cargada de significados, fuerza expresiva, construcción lírica y dramática de la propuesta coreográfica, que remite a diversas lecturas.
El cierre de esa noche fue con Acosta Danza y uno de sus elencos más jóvenes. La propuesta expuso zonas de la estética de la agrupación, su trabajo coreográfico innovador y audaz, fusión de estilos y tendencias. Un buen cierre para una noche intensa dentro del evento.
La subsede del Festival de Ballet de La Habana en Matanzas, que comenzó con el Ballet de Buenos Aires y su contundente actuación, transitó por las presentaciones en una misma noche de las cuatro compañías reseñadas en este texto, y cerrará el siguiente fin de semana con el Ballet Nacional de Cuba.
Oportunidades únicas para los amantes de la danza. Un evento que prestigia a Cuba y a nuestra ciudad; que dignifica al Sauto, espacio histórico que ha sido escenario de la danza mundial desde su fundación y es símbolo de la identidad matancera en el mapa de la cultura cubana.