Luis Navia, judo y disciplina como postulado

Luis Navia Hernández es uno de los principales baluartes de la llamada, con justicia, primera época dorada del judo masculino en Matanzas. Reconocimiento que se mantiene y otorga a esta provincia la condición de principal potencia en Cuba.

Aval que lideran el subtitular del orbe Iván Silva, multiganador en mundiales, Grand Slam y Grand Prix y monarca en no pocas justas panamericanas; Magdiel Estrada, plata en el Grand Prix de Zagreb, Croacia-2022; y Andy Granda, oro en el torneo panamericano y de Oceanía este año en Lima, Perú; además de otros atletas que ahora integran la nómina de la preselección nacional.

“Los resultados de los actuales atletas constituyen orgullo para nosotros, porque no solo son el legado de quienes en las décadas de los 70 y 80 del siglo precedente comenzamos el camino hasta aquí, sino que muchos de ellos, como el también bronce paralímpico Yordanys Fernández, fueron nuestros alumnos cuando dejamos el tatami como área competitiva y nos dedicamos a formar generaciones de practicantes de este arte marcial”.

El diálogo con Navia, séptimo dan, se desarrolló la tarde del lunes último en la Escuela de Cinturones Negros, ubicada en la calle de Milanés, entre Medio y Río, en esta ciudad, en un ambiente familiar, rodeados de múltiples fotos de las principales figuras cubanas, incluidas las del fundador del judo, el japonés Jigoro Kano, y el afamado profesor, Ronaldo Veitía Valdivié, con más de 20 medallas olímpicas.

A Luis Navia le resulta difícil separarse del tatami y las áreas competitivas; como la familia, son parte de su vida.

“Llegué a esta disciplina por embullo, porque inicialmente me dediqué a atletismo y béisbol, del que era cuarto bate de Matanzas en equipos infantiles. Con el deporte rey acudí a unos Juegos Escolares Nacionales cuando tenía 12 años; allí obtuve bronce en el relevo 4×60 metros en el estadio universitario Juan Abrantes, de La Habana.

“Yo solía andar con un muchacho —no recuerdo su nombre—, al que había aplicado, sin saberlo en ese momento, una técnica de koshi guruma (proyección), uno de los 40 lanzamientos originales de este arte marcial; entonces, ambos decidimos ir al colchón. Nos admitieron y ahí mismo dije adiós a la pelota y a la velocidad. Estudiaba, interno, en la escuela Antonio Berdayes Núñez, en La Playa.

“Tuve como primer entrenador a Carlos Ruesca, con quien asistí a una competencia provincial, y esto me valió para ser admitido en la Eide Luis Augusto Turcios Lima, con Pablo Pozo como preparador. Con él acudí a los Juegos Nacionales Escolares en 65 kilos, mi peso histórico. Quedé tercero, y al parecer me vieron cualidades, y fui ascendido a la Espa nacional.

“De pronto me vi compitiendo entre juveniles y mayores. Figúrese, lo mejor de Cuba y su relevo. Pero siempre decidido, era mi oportunidad y la aproveché, e incluso mi primer viaje al exterior fue a la República Popular Democrática de Corea, de donde regresé con un bronce, único medallista de la delegación. El certamen resultó fuerte, por demás en Asia, cuna de este arte marcial. Fui considerado el atleta más combativo. Estaba eufórico, supercontento.

“Desde el principio de mi estancia en la élite del país, acudí a numerosos torneos nacionales de máxima categoría, con tercer lugar en las dos incursiones iniciales. No fue hasta 1980, en Camagüey, que conquisté el principal lauro. Este fue frente a un grande del judo cubano, el espirituano Ricardo Tuero, mi gran amigo y principal adversario local de por vida. Volví a vencerlo al año siguiente acá en Matanzas; pero en 1982, en San José de la Lajas, se desquitó al dejarme en plata.

“En 1984 acudí al Campeonato Panamericano, en México. Allí logré un tercer peldaño en los 65 kg, y en otras incursiones internacionales archivé una plata y dos terceros puestos. Resulté cuatro veces monarca en Cuba, donde también obtuve el mencionado segundo puesto ante Tuero y en cuatro oportunidades quedé en la tercera posición.

“Clasifiqué para asistir a los Juegos Olímpicos de 1984, celebrados en Los Ángeles, Estados Unidos, a los que Cuba no asistió, por lo que fui convocado para los Juegos de la Amistad, en Polonia. En el pase a la medalla de plata perdí con Nikolái Solodujin, entonces campeón olímpico y mundial de la ex Unión Soviética. Ganaba el combate por un yuko, pero logró proyectarme y ahí terminó el combate. Quedé sin medalla al caer luego por dos kokas, sistema de puntuación aplicado en esa época”.

Luego de transitar por no pocos escenarios del mundo, Navia se despidió del tatami en 1987. “Lesiones e incomprensiones de los profesores del equipo nacional me desajustaron, ya no era el mismo. Decidí colgar el kimono de competencia y ajustarme el de profesor, una nueva pero no menos importante responsabilidad deportiva.

“Tuve entre mis alumnos al nombrado Yordanis Fernández, bronce paralímpico y titular de incontables torneos mundiales de primer nivel, así como a otros monarcas nacionales que hoy forman parte de la preselección del país. Agradezco a Justo Noda, Enrique Pérez y Juan Almea, por citar algunos, quienes me formaron como deportista y entrenador.

“Aunque no existen quejas acerca del desarrollo del judo varonil, sí las hay sobre el femenino; no marchan paralelos desde hace años. Con ellas, por su particularidad como mujeres, hay que trabajar fuerte, muy duro, para crecer. Muy pocas llegan a lo más alto, pese a tener fuerza técnica. La base es la que está muy requerida de un mejor sistema de enseñanza y preparación. Puede lograrse, pero, reitero, es necesario trabajar con calidad y sin descanso.

“Quiero que me recuerden siempre como un deportista disciplinado dentro y fuera del tatami. De hecho, no recuerdo que me aplicaran el hansoku make (descalificación) por ser irrespetuoso ante el rival, árbitro o mesa de jueces. Eso es importante siempre”, concluye Navia.

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