La Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), nacida el 22 de agosto de 1961, sigue teniendo el mismo latir de los tiempos fundacionales, incorporada en su médula al acontecer y vida de la nación y recordando siempre las históricas Palabras a los intelectuales pronunciadas por el Líder de la Revolución Fidel Castro antes del acontecimiento.
Es, además, este un año de jubileo por el 120 cumpleaños del natalicio del Poeta Nacional Nicolás Guillén, el lírico mayor que encabezara entonces la organización, fuertemente inspirado por tales pronunciamientos, reafirmantes de la esencia liberadora, profunda, múltiple y abarcadora que las transformaciones revolucionarias traían a todos los ámbitos de la vida nacional.
Los cubanos han homenajeado con alborozo a Guillén y su obra trascendente, como si se congratularan también a sí mismos y a su propia identidad nacional, de la cual el bardo descubriera tantas esencias y verdades cristalinas e irrefutables.
Igualmente relevante ha sido la celebración del aniversario 120 del artista de la plástica vanguardista Marcelo Pogolotti y el centenario de la poetisa matancera, también gloria de Cuba, Carilda Oliver Labra.
En tiempos en que a pesar de vivir el control de la COVID-19 y los logros de la campaña de inmunización masiva nos alientan, sin bajar la guardia, es imposible ignorar las terribles contingencias que han sacudido la vida de la sociedad cubana.
Nos referimos a los accidentes de la explosión en el Hotel Saratoga, en La Habana, 6 de mayo último, y el incendio descomunal originado por una descarga eléctrica en la base de supertanqueros de Matanzas, a partir del 5 de agosto.
El dolor multiplicado por la pérdida de hijos de esta tierra y de cuantiosos bienes materiales convive con los efectos crecientes del bloqueo agresivo de Estados Unidos que no ha cedido un minuto y agrava los problemas económicos, sociales y humanos de la nación.
Podríamos pensar que esto nada tiene que ver con una entidad como la Uneac. Y tal vez así fuera si esta viviera en un parnaso elitista o en una suerte de torre de marfil, al estilo de lo que preconizaran los poetas románticos del siglo XIX.
Pero ese no es el mundo ni la razón de ser de la asociación cubana, entroncada hoy más que nunca en la cotidianidad de las comunidades y el acontecer vital del país, sobre todo repartiendo la felicidad de su arte a los más vulnerables o sufrientes. O a quienes viven lejos de los grandes centros culturales.
Que quede claro, es una organización que defiende hoy más que nunca la cultura, la educación auténtica, el fomento de la lectura y la práctica del arte, como enaltecedores del enriquecimiento cultural y espiritual, en pleno combate contra lo burdo, lo grosero y la chabacanería, disfrazados de productos artísticos populares.
Este modo de proyectarse muy en boga hoy, sin embargo no es nuevo y acompaña a la Uneac desde sus orígenes. Desde el primer día se proclamó defensora del proyecto de justicia social e independencia nacional de la naciente Revolución cubana y cerró filas junto al resto de la sociedad, empeñada en construir un mundo mejor, sobre todo en los ámbitos de los sueños y el intelecto.
Como todo lo que tiene una esencia o componente intangible, se mueve a veces por atmósferas repletas de complejidades y desafíos. En esos dominios inapresables de la naturaleza humana es donde habita la mayor diversidad, variaciones infinitas, agudezas y sensibilidad. Valores y miserias humanas cohabitando a veces muy cercanas.
La lucha es para que triunfen el bien, la solidaridad. Alejada del culto al ego o las viejas torres de marfil, la Uneac optó por el camino que protege el derecho a la creación individual y colectiva, al tiempo que preconiza el compromiso y la interacción con la sociedad dentro de la que estaba insertada. Con ello también asume plenamente su nombre.
Roberto Fernández Retamar, Lisandro Otero, José Lezama Lima, Argeliers León, Juan Blanco, Pablo Armando Fernández, José A. Baragaño, Alejo Carpentier, Harold Gramatges, Fayad Jamís, Cintio Vitier, Fina García Marruz y Luis Martínez Pedro, entre otros, figuran entre los legendarios afiliados.
Pero sería interminable el nombramiento de todos los que tienen una historia o trayectoria destacada.
A los narradores y poetas que integran esa Unión, suman también los artistas de las diversas manifestaciones: actrices y actores, trabajadores de la plástica, artesanos… un amplio espectro de una parte importante de la sociedad cubana relacionada con el pensamiento y la belleza.
Es una organización que no intenta suplantar al sindicato. Durante su existencia ha mejorado mecanismos para estimular, proteger y defender la creación intelectual y artística, reconocer la libertad de creación, favorecer el estudio, la valoración crítica y difusión, tanto nacional como internacional, de las obras representativas de la cultura nacional.
A su membresía no le dan miedo los retos ni los desafíos y la versatilidad, el espíritu de superación y el dinamismo constante la caracterizan. No les preocupa el perfeccionismo en el que algunos creen todavía, sino la entrega, amar lo que hacen. Y soñar, tal vez soñar, como dijo aquel viejo Maestro. (ACN)