Solo en la madrugada, entre el infierno de las llamas y la oscuridad que se retiraba, un hombre de 68 años, “hecho y derecho”, solloza como un niño. Acaba de sobrevivir por un tris a la gran onda térmica, sumamente devastadora, que sobrevino casi al amanecer del seis de agosto, durante el incendio en la Base de Supertanqueros de Matanzas.
Un siniestro no es nada nuevo para Israel Pacheco Martín, quien lleva casi medio siglo moviéndose entre las llamas, como quien dice. Ha pasado 25 años de su vida en el Cuerpo de Bombero del Ministerio del Interior y otros 23 como especialista de la Agencia de Protección contra Incendios.
Muy pocos segundos ha tenido para lanzarse detrás de la estructura de hormigón que sostiene las tuberías de agua de la Empresa Comercializadora de Combustible de Matanzas (ECCM).
“La ola de fuego pasó sobre mí, pero como estaba protegido no me tocó directamente. Tuve que hacerme un ovillo porque la radiación era muy fuerte. Estimo, como ingeniero, que la temperatura andaba entre los 250 o 300 grados en ese golpe térmico. Eso produjo pérdidas en la técnica y heridas a los compañeros”.
Cuando se levantó, pasado el instante abrasador, pudo ver que estaba solo.
“No sabía nada del destino de mis dos compañeros. Los perdí de vista y eso me asustó bastante. Me di la vuelta, no vi a nadie, no por debilidad, sino por impotencia, viendo los carros arder, lloré ahí solo en la noche”.
CONVOCADO POR LAS LLAMAS
Esta historia había comenzado algunas horas antes, durante la noche del cinco de agosto. En cuanto Pacheco supo del incendio, no esperó a que lo llamaran.
“Me comuniqué con el director de la Agencia y con el compañero que atiende directamente la ECCM. No está dentro de nuestras obligaciones participar en ningún esquema de bomberos, pero tenemos un gran compromiso con esa empresa pues la atendemos desde el punto de vista de la asesoría técnica y conocemos a los que allí laboran. Sabiendo que había semejante problema, partimos para allá.
Una vez en el área del tanque encendido, ayudó a trasladar mangueras, a recoger un dispositivo de ataque al fuego, incluidos los pistones especiales de espuma, participó en la organización del tiro de agua para una cisterna, aconsejó, vigiló las llamas.
“Nos pasamos la madrugada allí, con los trabajadores de la Comercializadora de Combustible, con socorristas, con los de la Cruz. Eso para nosotros, desde el punto de vista laboral, no era algo fuera de lo común, aunque aquel fuego sí era fuera de lo común, una escena dantesca. Realmente muy atemorizante, incluso para los compañeros que hemos reunido algunos años de experiencia.
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“En todos mis años de labor, lo único que vi, que se pareció un poco, pero ni por asomo tomó las mismas dimensiones, fue un incendio en la cachurra del tanque número 8, que logramos apagar felizmente.
“Aquel era un recipiente de 10 mil metros cúbicos, ahora teníamos 5 veces más producto. No estaba completamente lleno pero el espejo de líquido resultaba tan grande, setenta metros de diámetro, eso significa combustión en masa. Las personas a veces consideran que un derrame es peligroso, depende en qué condiciones, pero un derrame significa una película de combustible, no combustible en profundidad.
Fueron horas de muchas amenazas y sobresaltos.
“Se produjo el lanzamiento de material, una erupción ocasionada por el vapor proveniente de la almohadilla de agua que generalmente contienen estos tanques de combustible. Tuvimos que correr a guarecernos, de ahí salí con una pequeña quemadura en la cabeza. Se salvaron todos, no pasó nada, regresamos a los esquemas de trabajo.
“Los bomberos mostraron un valor y una determinación que puede catalogarse de extraña, cuando uno está sometido a un estrés tan poderoso. Nadie manifestaba miedo, todos se mantenían dentro de la zona de calor, con las capas despidiendo vapor porque la radiación era intensa, muy intensa”.
El incendio, reconoce, causaba una rara fascinación con sus bengalas iluminando todo el cielo y las detonaciones de determinadas partes del domo geodésico de aluminio, pero el escenario era muy comprometido.
“El crudo tiene un régimen de fuego turbulento, no laminar, eso significa que la llama salta de un lado a otro, que hace las piruetas que usted ve en la noche, quemando dentro del humo denso”.
UN TEMPORAL DE FUEGO
Raspaban ya las seis de la mañana, empezaba a clarear, cuando sobrevino el infernal estallido.
“Vi un gran lanzamiento de combustible que, al caer por la borda del tanque sobre el agua ya derramada en el muro de contención, produjo una ola, vamos a decirlo así, una ola de fuego que se nos vino encima. Escapé ileso de puro milagro”.
Pasado el primer instante de conmoción y llanto, caminó alrededor de la batería que no estaba encendida y se dirigió hacia donde sabía estaban las fuerzas, en la línea de entrada a la base. En el trayecto aconsejó a algunos miembros de la policía que se retiraran del área porque, por “simpatía”, las estructuras podían seguir deformándose y creando problemas de seguridad.
“Con una autoridad que ya no detento, porque no soy militar hace años, le grité a las ambulancias que no se acercaran, que no era posible buscar a nadie en medio del mar de llamas”.
Le resulta difícil describir el desespero y la frustración que sobrevinieron en ese momento, cuando sabían que había colegas perdidos y no se podía entrar a la zona del desastre.
“Fíjese usted, como si fuera un temporal de lluvia, pero era un temporal de fuego. Altas temperaturas, marejadas de candela por todas partes”.
Al final, supo de sus dos acompañantes que también se encontraban a buen recaudo.
“El jefe de la Agencia sufrió daños, quemaduras en la espalda. Ya está en su casa. El otro compañero, Rodolfo, se dio un golpe en una pierna tratando de ayudar, abriendo válvulas en el sistema, cerrándolas”.
“Hay cosas que suceden, al margen de lo que se pueda prever. Eso es parte de la valentía innata de nuestros bomberos, retirarlos de un área peligrosa muchas veces lleva a una discusión porque no quieren abandonar”.