De cómo Allen Ginsberg se perdió a Carilda Oliver

El escritor Miguel Barnet cuenta sobre la breve estancia en Matanzas del poeta beat

Allen Ginsberg (con barba), en La Habana, junto a Nicanor Parra y Miguel Grinberg. Foto: Tomada de Internet.

Allen Ginsberg, el famoso poeta norteamericano de la generación beat, estuvo de paso por Matanzas, como parte de su estancia en Cuba en el año 1965. Quien rememora la anécdota es el escritor Miguel Barnet, el cual fungió como acompañante del autor de Aullido, durante su periplo por nuestro país. 

“Haydée Santamaría y Mariano Rodríguez me encomendaron atender a Ginsberg”, cuenta Barnet con la picardía y complicidad de aquellos que reviven sus más alocadas peripecias juveniles. 

“Era un gran poeta, Cálices constituye un hito dentro de la literatura de los Estados Unidos, pero también era un tipo muy raro. El protocolo de la Cuba de los sesenta no era para un hombre así, tan provocador como todo lo que tiene que ver con una generación artística que promulgaba la anticultura. 

“Recuerdo cuando lo recogimos en el aeropuerto y lo llevamos a su habitación en el Hotel Riviera. Me dijo: ‘Pero todo esto es para mí, esta habitación parece un aeropuerto’”. 

El norteamericano vivía por ese entonces en el Chelsy Hotel de la calle 23 de Nueva York, en una variopinta comunidad de artistas y bohemios redomados, que acogió en distintos momentos a Arthur Miller, Gore Vidal, Tennessee Williams, Stanley Kubrick, Patty Smith, Bob Dylan o Robert Mapplethorpe, por solo citar algunos nombres.

“Se me ocurrió llevarlo de paseo y lo más cerca de La Habana era Matanzas”.

El escritor Miguel Barnet cuenta sobre la breve estancia en Matanzas del poeta beat, Allen Ginsberg.
El escritor Miguel Barnet cuenta sobre la breve estancia en Matanzas del poeta beat, Allen Ginsberg.

Por esa época un destino turístico muy socorrido eran las populares Cuevas de Bellamar, pero el improvisado guía no podía anticipar lo que se le ocurriría a su invitado al poco tiempo de desembarcar en ese paraje natural.

“En un momento Ginsberg se quitó la ropa. Él era budista y le interesaba mucho experimentar distintas formas de la espiritualidad. Desnudo y con unos crótalos, comenzó a entonar cánticos. Los turistas pasaban y lo miraban. No era un hombre agraciado y estaba dando todo un espectáculo”.

Finalmente, el escritor habanero logró convencer a su excéntrico colega angloparlante de continuar viaje.

“Le prometí que iba a conocer a una gran poetisa y me lo llevé para la casa de Carilda Oliver, que para mí era de lo más relevante de Matanzas; pero no me sabía aún la contraseña y ella no nos recibió, por más que llamamos a su puerta de todas las formas posibles”.

Barnet no puede reprimir una explosión de risa: “El pobre, debió pensar que yo estaba loco”.

Vale aclarar que por ese entonces la inquilina de Tirry 81 solo abría a las visitas si estas tocaban en el portón de su casona colonial con una secuencia de repiques de aldaba, previamente acordados. Los que desconocían la contraseña rítmica se quedaban fuera irremediablemente.

Concluye su narración sobre tan singular viaje con una sentencia magnífica: “Así Ginsberg se perdió a Carilda y Carilda se perdió a Ginsberg”.


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Sobre el autor: Giselle Bello Muñoz

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