“La vida me reservó honores revolucionarios con los cuales nunca soñé». Foto: Fidel Soldado de las Ideas.
Dicen que todos vamos a morir y hasta cierto punto es indiscutible, pero también es verdad que existen seres especiales, tocados por la divinidad, que son eternos, ese el caso de Raúl Roa García. Hoy 6 de julio se cumplen 40 años de su expiración, que dejó de respirar, porque la palabra muerte es demasiado vulgar para un hombre con la talla de ese intelectual de cultura infinita, ese que nos hacía correr hacia el diccionario luego de una conversación, una entrevista, una conferencia de prensa, y muchas veces ni el mismo libro que guarda el significado de todas las palabras podía descifrar algunos modismos de Roa, maestro del lenguaje español, más bien del cubano, porque los inventaba.
Fidel Castro y Raúl Roa, en mi modesta opinión, tenían más similitudes de las que podemos imaginar. Tuve el privilegio de conocerlos a los dos, desde mi humilde escaño de periodista, y sólo se me ocurre decir que eran una misma matriz con dos estilos. Gigantes de cuerpo, espíritu y pensamiento, pero Roa era más explosivo, espontáneo e irreverente que Fidel.
Según cuentan los archivos, el 11 de junio de 1959, en sesión del Consejo de Ministros, Fidel Castro anuncia que el Ministro de Estado, Roberto Agramonte Pichardo, será sustituido por el doctor Raúl Roa García. Su designación fue resultado del momento histórico, en que el poder revolucionario se hizo cargo del gobierno, ocupado hasta entonces por apáticos reformistas, para dar un nuevo rumbo a la sociedad cubana.
Para Roa aquello significó el regreso a sus años mozos, cuando tuvo lugar la primera Revolución antimperialista en la historia de Cuba. El Comandante en Jefe Fidel Castro había encontrado en él un intérprete idóneo de sus concepciones sobre la diplomacia revolucionaria.
Así describió Roa aquel momento:
“La vida me reservó honores revolucionarios con los cuales nunca soñé ni cuando colgué una estrella de bombillo eléctrico en mi celda de Presidio: haber merecido la confianza de nuestro Comandante en Jefe para desempeñar el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores y ser contemporáneo de Fidel y haber merecido su aprecio colma mi felicidad revolucionaria. Más que eso, ¿qué?”
Roa fue la mano que ejecutaba la política exterior que pensó Fidel, porque la política exterior de Cuba la pensó Fidel Castro, sus allegados afirman que Roa interpretaba a Fidel, su pensamiento y sus ideas, como pocos.
Roa certificaba: “Fidel oye la hierba crecer y ve lo que está pasando al doblar de la esquina”, e hizo tal afirmación cuando el líder histórico de la Revolución cubana transitaba por sus 36 años, justo en los inicios de su larga trayectoria como estadista, y aun siendo un joven dirigente revolucionario.
Fidel oía la hierba crecer, desde la convicción fidelista de que el pueblo debe ser, desde su heterogénea composición, sujeto social protagónico de las rectificaciones a hacer, quizás ayude a explicar por qué y cómo el “proceso de rectificación de errores y tendencias negativas”, ocurrido en la etapa 1986 a 1989, preparó subjetivamente al país para resistir las duras pruebas del llamado período especial. Él ya intuía que el socialismo este-europeo y la propia URSS estaban en fase de autodestrucción. Así lo expresó en Camagüey y sorprendió a todos con su visionaria advertencia el 26 de julio de 1989.
A eso le sumamos el pensamiento estratégico a la hora de visualizar en fecha temprana la necesidad de transformar a Cuba en un país de “hombres de ciencia”, así como el desarrollo e innovación en las condiciones de país de escasos recursos naturales, bloqueado por los EE.UU. y obligado a formar sus propios recursos humanos calificados a ritmo acelerado.
En el campo de la política internacional, su intuición no solo le permitió evadir trampas y obstáculos diseñados por la Casa Blanca para asfixiar la economía cubana y aislar políticamente a Cuba, sino que diseñó respuestas y conjuntos de respuestas que colocaron a la Revolución en posición de ofensiva. Baste, como ejemplo, la votación abrumadora contra el bloqueo en las Naciones Unidas que ha terminado aislando a los EE.UU. y a su aliado sionista del medio oriente.
La naciente Revolución en el poder necesitó rápidamente de Roa y le designó embajador en la Organización de Estados Americanos (OEA). En su presentación como representante de Cuba, después de dejar en claro «la profunda desconfianza del pueblo cubano» en la organización, Roa advirtió: «A la diplomacia de la Revolución Cubana corresponden deberes y responsabilidades congruentes con su naturaleza democrática, proyección continental y trascendencia universal».
Cuentan quienes le acompañaron entonces que, como ministro, Roa estaba pendiente del chofer que no cobraba por insuficiencias burocráticas, de la trabajadora ingresada en un hospital, de las medicinas que requería alguien o la nieta de alguien.
Su sentido del humor conquistaba la simpatía de todos y generó una serie de fabulaciones y leyendas inexactas. A un embajador foráneo que no cuidaba el protocolo en el vestir, lo recibió en camiseta y le advirtió: «La próxima vez que usted venga en mangas de camisa, lo recibiré en calzoncillos».
En una reunión interparlamentaria, ante un diplomático yanqui que exigía con apuro que se le concediese hablar, apuntó: «Tiene la palabra el delegado de EE.UU., pero sin guapería».
Su oratoria antológica en la épica batalla verbal durante los días de Girón, contra la diplomacia yanqui, Roa refutó todas las mentiras estadounidenses, demostró fehacientemente que la invasión mercenaria había sido organizada y entrenada por la CIA, con la complicidad de los Gobiernos títeres de Centroamérica. Hizo justicia, en esa batalla y las demás que librara en el escenario internacional, al apelativo que los pueblos de nuestra América y el mundo ya le daban: Canciller de la Dignidad.
Pero, ¿de dónde le venía a Roa su lenguaje y su actuar tan genuinamente cubano? En el primero de esos apuntes, fechado el 18 de julio de 1948, trasluce desde lo más hondo de su ser la imagen preservada del abuelo. Testimonio cuya carga sentimental nos permite, deducir la fuente en la que bebió el Canciller de la Dignidad desde la infancia. Así describía al abuelo:
“No podía yo sospechar, cuando recorría de la mano en sus matinales paseos por el barrio de la Víbora, que aquel viejo alto y fornido, decidor y esclavo dócil de mis arbitrios, era quien era. Me llamaba su hermano y yo le llamaba Manito. Ni, mucho menos, pude siquiera entrever que, tras su alegre y limpia sonrisa, hondos pesares le sajaran el pecho. Parece un cuento de hadas; pero no lo es. (…) Ramón Roa fue un mambí de pluma y machete. Nació rico, peleó por la independencia de Cuba y murió pobre. (…) Era un hombre del 68. (…) y ya en plena lidia conquistó la confianza, el afecto, la estima de Ignacio Agramonte, Máximo Gómez, Antonio Maceo, Calixto García y Julio y Manuel Sanguily. Figuró en las principales acciones de la guerra grande. Hizo versos, redactó arengas, compuso proclamas, refrendó decretos, propagó la causa. Durante diez años de hazañosa brega disputó, a la par, con la pluma y el machete, respaldando bizarramente sus dichos con sus hechos. (…) Era mi abuelo. Y llevar su apellido, honrado a toda hora y haberlo reproducido es mi único patrimonio. Guardo de mi abuelo un extraño recuerdo. Un viejo membrudo, de estatura imponente, cabellera fúlgida, perilla vibrante, corazón de seda y gesto bravío. En los ojos, entre irónicas lucecillas, el mar, su cielo y su abismo. Y en la boca, tierna y desdeñosa, un panal circuido de avispas, esa misma lengua afilada y suelta que me legó de puño y letra. Me parece verlo levantarse de súbito y ponerse febrilmente a emborronar papeles. Sobre todo cuando, sin pedírselo nadie, se daba a referir fabulosas hazañas de héroes anónimos. Muchas veces creí que se fugaría por el techo en alado jamelgo. Nunca olvidaré que al mencionar al Mayor –apelativo sin sentido a la sazón para mí- se transfiguraba de pies a cabeza y, como en una alucinada convocatoria de titanes, su mano se erguía blandiendo invisible machete. Más, en ocasiones, se le ocurría a aquel gigante sentimental disfrazarse de brujo y entonces yo reía feliz de oreja a oreja. Por obra y gracia de su cariño, tuve el privilegio de poseer la lámpara de Aladino mucho antes de leer Las mil y una noches. Florecía en tono mágicamente lo ansiado, con solo frotar mis caprichos en los botones de su chaleco. Saltaban confites, leyendas y juguetes en revuelta y curuscante cascada. ¡Bienaventurados los nietos que han podido crecer y espigar junto al tronco añoso de sus mayores, injertándole renuevos de primavera! No tuve yo la fortuna de que mi abuelo viviera lo suficiente para conservar de él la presencia inmediata que deja el canje racional de afectos. Ni le fue dable a él tampoco henchirse de jovial complacencia al rebrotar en mi juventud su indómita rebeldía. Se desapareció de mi vista, misterioso cometa, cuando yo andaba por los cuatro años del círculo encantado de mi infancia. Innumerables noches una buida angustia se me cuajaba en llanto al percibir fugazmente el rastro centellante de su caudal. (…) A pesar de haberla planeado minuciosamente y de tener a mano los papeles de Ramón Roa y suficientes datos, notas y referencias, no me fue dable dar cima a la biografía.
El tiempo pre-revolucionario exigía otros afanes y dedicaciones. Da muy escasa oportunidad el tiempo revolucionario para hurtarle, lícitamente, espacio, al múltiple cumplimento del deber. Sin desatenderlo un solo minuto, haciéndole trampas al sueño y escribiendo a destajo, entre rollos diplomáticos y siembras de café, intento ahora revivir, en su contexto histórico, las aventuras, venturas y desventuras de este personaje de carne y hueso”.
Las batallas de Raúl Roa en la ONU durante los momentos dramáticos de la invasión de Girón y durante la Crisis de Octubre, en San José, Costa Rica, a finales de agosto de 1960, cuando, ante las denuncias de Cuba en la OEA, anunció su retirada y dijo: «Me voy con mi pueblo y con mi pueblo se van también los pueblos de nuestra América»; su ¡Patria o Muerte!, ¡Venceremos!».
Se ha hablado, escrito y pensado mucho acerca de Raúl Roa como intelectual, como revolucionario y como ser humano. Tenía el don de darle una pizca de humor, de simpatía auténtica a cada una de sus expresiones.
Lo obsesionaba la edad, y ahora lo comprendo bien. Fui testigo de una reunión con un grupo de periodistas, el día en que cumplía 70 años, ya Roa era vicepresidente de la Asamblea Nacional, y el periódico Granma había publicado un poema que Nicolás Guillén le hizo como regalo de cumpleaños, donde con su verso sonoro Guillén repetía: … “son 70, 70, 70 , ison 70 , querido Raúl”. Aquello no le gustó mucho y nos comentó: “ya tengo el contrapoema para Guillén, pero no me lo van a publicar, pero aquí está para ustedes: Guillén, con mis 70, 70, 70, me zumba el merequetén sin tener que tomar menta”
En esos años se decía que la menta era un afrodisíaco y basado en esa afirmación hizo su respuesta que como pueden imaginar acabó con una carcajada colectiva.
Por esos días, el insigne periodista de Radio Habana Cuba, Orlando Castellanos, le preguntó acerca de su edad, a lo que Roa respondió:
“En cuanto a tu indiscreta pregunta sobre mi cumpleaños, ahí va la respuesta. Cumplo los setenta abriles sin darme por enterado. El calendario va por un lado y yo voy por el otro. Retórica de un viejo que quiere seguir siendo joven?, no, de un joven que no ha llegado a viejo, y por ende, se pasa por la piedra la edad que cumple. Esa es mi respuesta a los que se imaginen que voy a estar por fuerza, cañengo, renqueante, desmemoriado, paseando por el malecón como un bobo en un sillón de ruedas… la raíz de esa juventud que todavía cabalgo es clara y obvia: la Revolución Cubana, fuente inagotable de proteínas, vitaminas y hormonas para el espíritu. Por eso puedo decir que el 18 de abril, vísperas de la histórica victoria de Playa Girón, entro en la segunda juventud. Eso significa que el ropón morado y el capirucho con una estrella roja que me mandé a hacer para encasquetármelo el día en que sintiera el primer síntoma de vejez, permanecerá guardado por un siglo, un siglo más por lo menos… Patria o Muerte y hasta la Juventud siempre!
Serían infinitas estas notas si quisiéramos compartir en ellas las tantísimas anécdotas y los jugosos pensamientos de Roa, pero considero que no puede faltar ésta, referida a José Martí: «Todo el que cumple ampliamente con su tiempo, lleva en sí una partícula de eternidad».
Nuestro Canciller de la Dignidad falleció el 6 de julio de 1982 en La Habana. Puente de la Generación del ´30 con la de Fidel, el Comandante tuvo en Roa a un intérprete idóneo de sus concepciones sobre la diplomacia revolucionaria. Los disfuncionarios, los burócratas y los ¨neosocialistas¨ de hoy no estarían a salvo en las cercanías del verbo encendido y la valentía política de Raúl Roa. Para reafirmarlo, baste con recordar la anécdota con el diplomático chileno que tras el golpe de Estado al Gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, se puso a hablar mal de Cuba y de Fidel en la ONU, nuestro Canciller le fue para arriba mientras le gritaba en el más castizo español las palabras que tales infundios merecían. El mismo Roa cuenta, que ante las difamaciones del delegado de Pinochet, >