“Cuando la gente sabía de su pasado a través de los cuentos, explicaban su presente contándose cuentos y predecían su futuro con cuentos, el mejor lugar de la casa junto al fuego se le reservaba siempre al Cuentacuentos…”, así comenzaba la inolvidable serie de televisión británica creada y producida por Jim Henson en 1987, cuyos episodios míticos ocuparon un sitio especial en la pantalla cubana y en la memoria de niños y adolescentes.
En una atmósfera prodigiosa en torno a la lumbre, descubrió también el escritor y narrador oral asturiano David Acera Rodríguez el poder de la palabra contada.
“Mi abuelo, que antes de enrolarse como militar en la Guerra Civil de España fue pastor, mantuvo la costumbre de subir junto a sus hijos y nietos a las altas montañas de Asturias, no a trabajar con el ganado como antes, sino a pasar una temporada. Allí nos refugiábamos en una cabaña, y los hombres empezaban a regalarnos historias, cantar canciones… Recuerdo que un amigo de la familia describía siempre cómo había matado el último oso del pueblo que durante tres años le había estado comiendo el maíz. Ahora reflexiono sobre por qué me dedico a esta profesión, y el origen de todo puede estar ahí en esas horas mágicas de mi infancia”.
David define la narración oral como “una herramienta ancestral de los pueblos para conservar tradiciones valiosas”. Sin embargo, desde su perspectiva adquiere, además, una función transgresora, capaz de transformar el mundo real y espiritual.
“Se trata de un arte muy libre. En la narración no existe la cuarta pared. Es decir, el público está continuamente presente en la representación y sus reacciones forman parte del cuento. Es un espectáculo vivo: hablar y escuchar forman parte del mismo acto. Contar cuentos es como hacer un viaje, tengo que pasar por diferentes puntos, pero fluyo en cada uno de esos trayectos hasta llegar a la estación.
“Me gusta narrar para públicos mixtos, para los niños, sus padres y abuelos. En mis relatos hay distintas capas en función de la edad, de los conocimientos. Un cantautor de mi tierra afirma que ‘nos quieren en soledad, pero nos tendrán en común’, y siento que juntarnos alrededor del cuento es un paso para lograr esa unidad”.
En el 2019 llegó por primera vez a Cuba con cientos de historias ansiosas por saltar de su voz y desandar una Isla de grandes narradores, donde habitan fábulas que escaparon del olvido y fueron transitando de boca en boca hasta instaurarse en el imaginario popular.
Acera Rodríguez sabe que el escenario propicio para narrar se construye en cualquier espacio, porque la oralización se abre paso por sí sola y va por el mundo despertando sensibilidades, afectos, disipando los sonidos exteriores, de modo que queden suspendidos en un trance mágico el cuentero y quienes escuchan. Por eso, no se circunscribe al calor de los teatros, sino que ha visitado áreas rurales, barrios populares; ha estado en la capital cubana y en el extremo oriental del país, y ha sentido también el abrazo matancero.
“Guardo imágenes imborrables de Matanzas. Me parece una ciudad culturalmente muy viva. Recuerdo con agrado un curso que tuve la oportunidad de impartir en el Salón de los Espejos del Teatro Sauto y amigos entrañables como Ulises Rodríguez Febles, director de la Casa de la Memoria Escénica; además de Rubén Darío Salazar y Zenén Calero, ambos Premios Nacionales de Teatro.
“Mi relación con Cuba es de mucho respeto a un pueblo que, a pesar de las limitaciones, mantiene un amor por la cultura muy importante y dota de medios suficientes para que sigan existiendo muchísimos artistas. Su sistema de institutos no me deja de asombrar. Que los niños puedan acceder a distintas expresiones artísticas me parece admirable. Es una tierra que llevo siempre en mi corazón y he incorporado a mi repertorio gran parte de sus cuentos. Me encanta la tradición afrocubana y descubrir la herencia española en la Isla”.
Quienes lo han visto narrar y combinar en la escena elementos teatrales aseguran que tiene una conexión especial con el público infantil, quizás porque conserva en el alma un lugar donde no ha dejado de ser el pequeño deslumbrado por las vivencias compartidas junto al fuego.
Cree fervientemente en la internacionalización del arte como la vía para hacerlo más fuerte y como una misión de llevar la fantasía, incluso, a los que han olvidado el valor de soñar.
“Hay un autor que decía que en vez de homo sapiens nos deberíamos llamar homo dicens. El lenguaje construye nuestro mundo y nos constituye como especie. Siento que es la clave de lo que somos y, por lo tanto, para todo sirve la palabra dicha y el cuento”.