En Cuba debería realizarse una especie de examen de aptitud a ciertos funcionarios públicos, y prohibirles asumir determinados cargos y funciones si no logran practicar la empatía.
Ese rasgo es tan necesario, más en tiempos convulsos, donde las personas, además de los recursos, necesitan de un oído receptivo y una mirada comprensiva que mitigue un tanto el malestar ante tantas dificultades.
En cambio, tal parece que algunas personas encargadas de prestar servicios llegaron al puesto por el mal talante y rostro severo que siempre obsequian a quienes les urge un trámite o una simple respuesta.
Imagínese que, luego de enfrentarse a los problemas de transporte, llegue a un lugar donde le responden con evasivas y frases entrecortadas sin apenas mirarle a los ojos.
Supongamos que usted se trasladó desde Jagüey Grande hasta la cabecera provincial para efectuar una gestión y al llegar se tropieza con el recuadro antes expuesto. Es muy probable que en el regreso se carcoma los órganos por tan pésima experiencia.
Si se trata de un cliente de esos combativos que reclaman el mismo respeto a cambio del que dispensan, este exigirá un desagravio con el superior, que en caso de estar en el centro nunca sabremos realmente si tomará medidas precisas contra el o la maltratadora.
Porque siempre llegan hasta nosotros demasiados ejemplos negativos de quienes no cumplen bien su rol de cara a los usuarios, y muy poca información sobre medidas administrativas de jefes contra estos infractores.
El maltrato tiene múltiples expresiones, desde la apatía en responder de los funcionarios, ignorar a la persona que solicita una información o servicio (el teléfono es el mejor aliado de esta gente) y la que más daño causa: la indiferencia.
Cuando un individuo llega hasta una entidad, sea de Vivienda, Trabajo, Correo o la Oficina de Atención a la Población en el Gobierno, de seguro habrá recorrido un viacrucis por lo que quien ha de recibirle debe entender que las buenas maneras disiparán un tanto el malestar.
Por supuesto existen esos seres que, víctimas de la ira, a veces llegan de forma descompuesta; mas, ahí entra en juego esa herramienta indispensable en cualquier proceso, nos referimos a la comunicación.
Precisamente uno de los tantos encargos sociales de esos funcionarios es lidiar con las problemáticas de los ciudadanos, que se complejizarán en la misma medida en que nuestra realidad se torne compleja. Pero esto último parece ignorarse y se asumen actitudes inadmisibles que solo alimentan el descontento de los afectados.
Por suerte no todo está perdido, conocemos de varias autoridades que se hacen cargo de determinadas situaciones de la población y sin esperar el visto bueno de “arriba” actúan en aras de mejorarle su existencia.
Como ejemplo vale destacar el trabajo que se desarrolla en comunidades desfavorables con el apoyo de muchas empresas y organismos que intentan renovar y embellecer zonas durante mucho tiempo desatendidas.
Sin dudas estos habitantes agradecen tanto el gesto de ayuda y la transformación de sus humildes barrios como el trato afectuoso y el oído atento a subsanar los reclamos.
Ese actuar entronca directamente con aquella frase que inmortalizara el Che al afirmar: “El revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor” hacia el prójimo, ese doliente que necesita una respuesta certera y trato justo ante una situación dada. Hoy más que nunca nos urge multiplicar ese apotegma guevariano y ponerlo en práctica.