Gente de Periódico: Fré, una vida en solo tres letras

Gente de Periódico: Fré, una vida en solo tres letras
Desde joven, Fernando Valdés Fré ha puesto su incansable pluma en función del periódico Girón más que de ningún otro medio.

Casi todos lo llamamos por su segundo apellido, dada la brevedad y el particular acento que tiene, pero en esas tres simples letras se resume toda una vida, con sentido de pertenencia y esmero inusuales. Se trata de la vida de Fernando Valdés Fré (1950-): un hombre con la suerte de haber ejercido lo que tanto ha amado.

La primera vez que lo vi fue hace muchos años, como una década ya. Él ni se acordará, tan concentrado como andaba en su mesita al fondo de la Redacción, pulsando las teclas con sumo cuidado para no incurrir en errores. No soporta cometerlos, tiene que ser que le falle la vista, porque si no… Desde su esquina nos daba la espalda a mí y al maestro Vázquez, que acabábamos de entrar.

En lo que el jefe de Cultura me presentaba a varios de los que después, mucho tiempo después, serían mis colegas, el Fré se viró en su silla para explicarle más o menos cómo le había quedado una nota que, si mal no recuerdo, tenía que ver con un concierto de Los Muñequitos de Matanzas. “Oye, puse esto así y así, te lo dejé en tantas líneas, recorté el título…”. Me recordó a los estudiantes cuando explican al maestro su resultado del ejercicio de clase. Enseguida me percaté de que era un tipo aplicado, con notable gramática y, sobre todo, apasionado de su trabajo.

Y hay que serlo para llamarse Fré, autor de las Crónicas Citadinas y periodista cinematográfico de los pocos, muy pocos, que quedan en Matanzas. De lo contrario, no se puede entrar en la flor de la juventud a trabajar de corrector de galeras para, paso a paso, evolucionar profesionalmente y, superación mediante, convertirse luego en reportero, ¡y de los infatigables! Que son una especie aparte, esos que no cejan en su empeño de lograr el mejor texto posible, aunque les cojan las tantas para volver a casa.

No menos muestra de pasión por el periodismo es que, para ejercerlo como lo ha hecho y en la cantidad de años que le ha tomado, el Fré tiene que dejar de lado por un rato la poesía que le encanta escribir y las películas que adora consumir. Su trabajo periodístico es, en cierto modo, una especie de resumen de todo eso: el vuelo poético y las referencias cinematográficas le salen inevitablemente en casi cada material, por lo que más de una vez me he visto reflejado en él.

Hoy, un día cualquiera después de almuerzo, nos sentamos los dos a conversar de un tema aleatorio en la recepción del periódico y es casi seguro que caigamos en el cine. Qué películas hemos visto, qué cineasta viejo hemos redescubierto, qué nos gustaría ver más en la producción reciente… Sí, somos bastante nostálgicos en nuestros gustos, aunque a veces admito que me sorprende lo al día que está “el viejito”.

Pero, y es a donde quiero ir, mi empatía con Fré es tanta que a veces siento que, de haber coincidido en nuestras respectivas juventudes, habríamos sido rivales en vez de conversadores desenfadados. A ver cuál de los dos regresa corriendo antes del estreno que le asignaron, a ver cuál termina su nota cultural antes, a ver cuál de los dos consigue reseñar más películas a lo largo del mes… Es una idea que me divierte, creo que nunca se la he dicho. Tal vez está haciéndole gracia ahora, al leerla con el periódico en sus manos.

Hablando de periódico en términos más amplios, de un lugar más que de un papel, el escenario de trabajo del Fré que conocí más adelante, hacia las segundas prácticas en primer año de la carrera, se diferenciaba en bastantes cosas del que Fré conocía de mucho antes. En tecnologías, en horarios, hasta en los hábitos… como, por ejemplo, que un grupo entero de estudiantes pasara por el pasillo sin dar los buenos días. Eso para él era inadmisible, y le seguía doliendo el día que de casualidad acabamos charlando en el lobby sobre los buenos modales que se han perdido y, poco después, sobre películas viejas.

Sí, reconozco que también soy un poco viejo para muchas cosas, pese a contarme por aquel entonces entre los estudiantes que visitaban Girón, orientados desde la Universidad a aprender el oficio en la práctica. ¿Quién me iba a decir que años más tarde estaría yo encargado de recibir los textos de aquel colaborador sempiterno, hacerles las correcciones y subirlos a la nube de la que se toman para publicar? Y, francamente, lo he seguido haciendo con el placer de quien reconoce en su obra la de otro.

Descubriría, asimismo, que el mundo de Fré se sale de la Redacción y de las salas de cine para orbitar por toda Matanzas —con Tirry como vena conectora a menudo—, contándola en crónicas costumbristas que ya forman una saga, y que incluso fastidiado un poco por la salud era responsablemente capaz de seguir cubriendo eventos de la Uneac y festivales audiovisuales.

Porque está en él, en su ADN: Fré es gente de mucho mundo, pero sobre todo de periódico y, más que todo, de Girón.


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