El conflicto en Sudán, que ha fragmentado la esperanza de la transición democrática iniciada en 2019 tras el derrocamiento del autócrata Omar al-Bashir, deviene en un sombrío campo de batalla ideológico y económico.
La violencia actual, que estalló en abril de 2023, es la culminación de un profundo fracaso en la gestión del poder post-golpe. El enfrentamiento central se libra entre dos facciones militares que, irónicamente, habían colaborado para ejecutar el golpe de Estado de 2021 contra el gobierno civil establecido tras la caída de al-Bashir: las Fuerzas Armadas de Sudán (FAS), lideradas por el general Abdel Fattah al-Burhan, y las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), la poderosa milicia paramilitar encabezada por el general Mohamed “Hemedti” Hamdan Dagalo.
La causa fundamental del estallido fue la ruptura de la alianza militar y el colapso de las negociaciones sobre la integración de las FAR en el ejército regular (FAS).
Esta integración no era simplemente un requisito técnico, sino un paso político crucial para la transición que habría despojado a Hemedti de su autonomía militar y, sobre todo, del control de sus vastas fuentes de ingresos. Hemedti se resistía a ceder su poder económico y político a la estructura militar tradicional.
El conflicto, que comenzó con intensos combates en la capital, Jartum, se extendió rápidamente por todo el país, reviviendo y exacerbando conflictos étnicos y regionales latentes, especialmente en Darfur y Kordofán.
La pugna es, en esencia, un enfrentamiento por el control absoluto del aparato estatal y de los recursos económicos estratégicos de Sudán, siendo el oro el motor principal de la autonomía y capacidad bélica de Hemedti.
El conflicto sudanés se mantiene gracias a una crucial red de apoyo externo, y Emiratos Árabes Unidos (EAU) ha emergido como el actor geopolítico más criticado por su papel en la escalada. La implicación de Abu Dabi se basa en una despiadada realpolitik donde la búsqueda de beneficios económicos y la proyección de poder regional priman sobre la estabilidad y los derechos humanos.
La clave de la influencia emiratí reside en la minería de Sudán, y específicamente en el oro. Sudán es uno de los mayores productores de oro de África, un recurso estratégicamente vital en un contexto de inflación global y búsqueda de activos tangibles.
Las FAR y sus estructuras afiliadas han controlado, históricamente y de manera férrea, gran parte de las minas de oro en la región de Darfur, una ventaja económica que ha sido su principal fuente de financiación, una autonomía que el Estado sudanés jamás logró subordinar.
Diversos reportes de la ONU y de inteligencia señalan a EAU como el principal destino y centro de procesamiento del oro sudanés. Las exportaciones del metal, a menudo extraídas de manera ilegal, sin trazabilidad ni control aduanero adecuado, llegan a Dubái en volúmenes masivos.
Esta relación simbiótica ha proporcionado a Hemedti y a las FAR la capacidad de monetizar el conflicto, convirtiendo el recurso natural en la divisa fuerte necesaria para pagar a mercenarios (incluidos los que históricamente lucharon para EAU en Yemen) y adquirir armamento avanzado.
Este comercio, al ser tolerado por las autoridades emiratíes, implica una complicidad tácita en el sostenimiento de la guerra. Abu Dabi, al convertirse en el eslabón final de una cadena de contrabando de conflicto, socava directamente los esfuerzos de paz.
Por lo que el objetivo parece ser menos la defensa de la estabilidad regional y más la consolidación de un acceso preferencial y de bajo costo a un recurso estratégico, deslegitimando a las FAS como un actor clave del Estado sudanés que intenta poner orden en las exportaciones. Este ejercicio es una instrumentalización cínica de las tensiones internas para justificar una acción de política exterior con claro interés extractivista.
La implicación de EAU en Sudán se inscribe en un marco más amplio de competencia geoestratégica por el control del Mar Rojo y el Cuerno de África. La región es un corredor marítimo neurálgico que conecta Asia con Europa y es vital para las ambiciones emiratíes de ser una potencia logística y comercial global.
EAU ha buscado activamente acuerdos para establecer bases logísticas y militares en países clave de la región, por ejemplo, el control sobre los puertos del Mar Rojo (como Port Sudan) es un objetivo clave.
El apoyo a Hemedti se percibe como una inversión estratégica, pues, a diferencia de las FAS, que representan la vieja estructura estatal sudanesa y tienen lazos históricos con Egipto y Arabia Saudí, las FAR representan un actor maleable, dependiente del dinero emiratí, que podría garantizar futuros acuerdos de arrendamiento de puertos o concesiones comerciales favorables a Abu Dabi.
El llamamiento a la paz por parte de EAU, en caso de no materializarse de la manera que favorece sus intereses (es decir, la deslegitimación total de las FAS y la consolidación de un gobierno dócil a Hemedti), supondría un descalabro directo al espíritu de multilateralismo regional y confirmaría la primacía de los intereses nacionales por encima de la estabilidad colectiva.
Frente a la injerencia velada, la respuesta de la comunidad internacional ha sido, en su mayoría, tibia y fragmentada. La posición de EAU en el Consejo de Seguridad de la ONU y su capacidad para movilizar ayuda humanitaria sirven como un escudo diplomático que intenta disimular su papel en la escalada.
Si bien EAU ha enviado ayuda humanitaria significativa, diversas organizaciones y países (como Chad y la propia FAS) han denunciado que esta ayuda ha sido utilizada como cobertura logística para el envío encubierto de armas a las FAR.
La supuesta existencia de vuelos humanitarios que, de forma surrealista, transportan equipamiento militar y a nuevos mercenarios, no es más que un ejercicio de negación del profundo legado de la guerra por delegación.
Al prolongar la capacidad bélica de las FAR, EAU se convierte en un actor que, de manera directa, agrava la mayor crisis de desplazamiento del mundo, con más de 12 millones de personas desarraigadas, y acelera la progresión hacia una hambruna catastrófica que afectará a millones de sudaneses.
La consecuencia más atroz y condenable de este conflicto financiado es la resurrección de la limpieza étnica y los crímenes de lesa humanidad perpetrados por las FAR, especialmente en Darfur.
La milicia de Hemedti tiene sus raíces en las tristemente célebres guerrillas Janjaweed, responsables del genocidio de Darfur a principios de la década de 2000. Tras el estallido de 2023, las FAR han reactivado el patrón de violencia sistemática contra grupos étnicos no árabes, particularmente las comunidades masalit en Darfur Occidental.
La ciudad de El Geneina se ha convertido en el epicentro de estos horrores. Testimonios y reportes de la ONU y organizaciones de derechos humanos detallan masacres sistemáticas, donde los combatientes de las FAR y las milicias árabes aliadas han atacado y asesinado a miles de civiles masalit simplemente por su origen étnico.
Los supervivientes describen la destrucción total de barrios, ejecuciones sumarias y el uso generalizado de la violencia sexual como arma de guerra contra mujeres y niñas. Estos actos cumplen con la definición de crímenes atroces y han provocado la huida masiva de cientos de miles de personas a través de la frontera hacia Chad.
Más allá de Darfur, la violencia también se ha extendido con un componente de limpieza étnica a otros estados, como Kordofán del Sur y el estado de Gezira, donde las FAR han utilizado métodos de terror para consolidar su control territorial.
La documentación de estos crímenes es crucial para la rendición de cuentas, pero la comunidad internacional, atrapada en sus propios intereses geopolíticos y la diplomacia del Golfo, se ha mostrado dolorosamente lenta e ineficaz para detener las atrocidades en curso.
No obstante, plataformas de vigilancia remota como Google Earth, permiten apreciar la existencia de fosas comunes, aún con restos de cadáveres; y amplias zonas de destrucción que abarcan todo el terreno, ofreciendo pruebas irrefutables de la extensión y naturaleza de los crímenes de guerra en ciudades como Darfur; por lo que el revuelo en redes sociales y los llamados a la paz y estabilidad en la región están lejos de cesar. (Por Ernesto Alejandro Prado de la Paz/Edición web: Miguel Márquez Díaz)
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