Gente de Periódico: El sueño de Maritza

Gente de Periódico: El sueño de Maritza

La labor de Maritza Tejera en Girón fue profusa, sobre todo en la página cultural; en la foto, junto a la icónica Carilda Oliver. Foto: Internet

Hoy por hoy, Maritza Tejera García pertenece al medio radial, ocupándose nada menos que de una página web. Ahí está: la parte escrita. Eso es lo que nunca la ha abandonado, ni ella lo permitiría tampoco. Esté donde esté, lleva el sello de Girón impreso en el alma.

Es difícil, muy difícil, que los que hemos estudiado su profesión en esta provincia no la conozcamos. O que no nos haya brindado una conferencia, un consejo, una tutoría de prácticas. Lo que sea, hasta un abrazo maternal. Le sale solo.

Siempre se le dio bien leer y escribir y, aunque educada por religiosas, salió un poco contestona en la vida: elementos más que suficientes para escoger la carrera que escogió, en la que continúa, y de cuyo primer día en Servicio Social guarda una de sus tantas anécdotas:

-Bueno, ¿y dónde está la redacción?

Así le preguntó Maritza a una colega, el 25 de noviembre de 1975, al llegar al Girón en una mañana de lluvia y fango, recién graduada de la Universidad de La Habana y habituada como estaba al aspecto más apabullante de los medios nacionales.

-Maritza… ya tú estás en la redacción -le contestó Alba Rosa, una de esas compañeras que se vuelven hermanas y siguen siéndolo pese a haberse ido demasiado pronto.

Pero aún no eran aquellos los duros tiempos del éxodo profesional ni de los achaques de salud, sino de la efervescencia con olor a plomo y del martilleo constante de los dedos sobre las máquinas de escribir, de las grabadoras que pesaban al hombro y de las coberturas interprovinciales hasta tarde, de las notas informativas que caían como un diluvio y del diarismo trasnochador.

No eran los tiempos de la reducción de tamaño del papel por la crisis, ni del paso de la frecuencia diaria a la semanal: entonces trabajar en un periódico todavía significaba vivir en un periódico, más horas al día y más días a la semana de lo que hoy se sabría capaz.

Mi entrevistada había llegado a un medio provincial de prensa escrita en los 70: había llegado, en sus propias palabras, «a un lugar mágico».

Su Girón era la liga mayor de periodistas en Matanzas, con una red de colaboradores tan ilustre que apenas se cree, donde pintores participaban en las portadas e incluso Carilda prestaba su pluma. Precisamente en la página de Cultura encontró ella su panacea, a pesar de hallarse dispuesta a la encomienda que fuese… incluyendo los siempre pesados reportajes.

Primero arrimada al buen árbol de Aurora López y posteriormente ella sola al frente de ese sector, el mundo de los artistas y la fuerte raíz cultural de la tierra matancera le granjearon un no parar de actividad profesional a lo largo de los años. De los 25 que duró su estancia en Girón, nada disfrutó tanto como el lenguaje sensible que le inspiraba la vertiente de su preferencia. Era mucho más agradecido eso que, por ejemplo, cubrir la captura de un gran tiburón.

Nunca se consideró buena titulando. Sus trabajos eran como hijos mimados, revestidos de corrección e impolutos en lo gramatical, pero carentes de nombre. Prefería ceder esa tarea al legendario Celestino García Franco, un titulista descomunal del que le divertían sus manías, dueño de un buró cercano al suyo lleno de trastos que el regordete periodista reparaba como hobby. Solía caer en gracia a la gente mayor que ella.

El corrector de estilo era Eugenio Díaz, de esos al viejo estilo -valga la redundancia- que incluso a una perfeccionista autoexigente como Maritza eran capaces de decirle lo del salero de comas o cualquier otra ocurrencia fraguada en la profesión. ¿Y qué es un salero de comas?, se preguntaba la jovencita. Y enseguida se le explicitaba: un reguero de comas a lo largo del texto, como esparcidas por un afán de puntuación excesiva.

De tal modo, aprendiendo y produciendo, consolidó su nombre en aquellos impresos al ritmo del oficio. Que no es un ritmo cualquiera, que no es un oficio cualquiera: es un privilegio maravilloso, y también «un moledor de personas».

El Período Especial coincidió con su maternidad, una etapa de dicha por la existencia de su único hijo, Frank, y al mismo tiempo compleja desde el punto de vista de la salud: una transfusión de sangre tras el parto le indujo hepatitis C y ello la apartó del ejercicio profesional durante un paréntesis de pocos años, necesarios para su organismo, demasiados para su deseo.

Al volver a Girón… Ella siempre hace una pausa cuando lo relata: aquel ya no era su Girón. O al menos eso sentía.

Los retirados, los emigrados, los fallecidos… El puesto de Celestino vacío, como esperando por ella. Una rutina cambiada por la nueva época. La armazón digital sustituyendo a la analógica a pasos agigantados. Habían pasado pocos años, pero suficientes para producir en la ausente esa sensación odiseica de no reconocer su propio hogar.

Activa a sus 73 años en lo que estos le permiten, refugiada entre párrafos y titulares incluso a través de una pantalla, igual de exigente en la composición y corrección de los textos y todavía más plena ante los materiales de Cultura que los de otras esferas, Maritza me confiesa tener a cada rato un sueño recurrente.

Ese sueño es el de entrar un día a Girón y encontrarse por allí a Celestino, a Aurora, a Alba Rosa, a Eugenio, a Roberto Pérez Betancourt, a Ventura, a Pacheco, a Paredes, ¡a tantos! Y volver a escuchar el martilleo imparable de las teclas, y respirar la tinta, y recibir las planas, y el privilegio de volver a revisar al menos su página favorita en una edición especial…

Cosas que solo podría soñar la gente de periódico, como la profe Maritza.

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