El Acuerdo de Sharm el-Sheij: ¿Paz o tregua geopolítica para Gaza?

A Contragolpe: El Acuerdo de Sharm el-Sheij: ¿Paz o tregua geopolítica para Gaza?

En el complejo tablero de Oriente Medio, donde las palabras suelen esconder más de lo que revelan, la reciente «Cumbre por la Paz» en Sharm el-Sheij merece un análisis que vaya más allá de los titulares triunfalistas. 

Egipto, Qatar, Estados Unidos y Turquía firmaron lo que han llamado pomposamente un «Acuerdo de Alto el Fuego». Pero, ¿realmente estamos ante un paso hacia la paz o ante una pausa táctica que consolida la asimetría entre ocupante y ocupado? La respuesta, como suele ocurrir en esta región, está en los detalles que los grandes medios omiten.

Lo primero que salta a la vista es el lenguaje manipulado. Hablar de «guerra» entre Israel y Palestina es como hablar de una pelea entre un elefante y una hormiga. No hay simetría. Hay una potencia nuclear ocupante y un pueblo bajo ocupación militar que ejerce su legítimo derecho a la resistencia. Las cifras, esas testarudas verdades, lo demuestran: más de 100 000 palestinos muertos frente a unos 1 500 israelíes; 10 000 presos políticos palestinos en cárceles sionistas frente a 200 retenidos inicialmente por la resistencia.

Como bien señalan especialistas, «llamarlo guerra sitúa a ambos en el mismo plano, lo que evidentemente es falso». Esta manipulación semántica no es inocente: busca legitimar la agresión israelí al presentarla como un «conflicto entre dos bandos».

Resulta curioso -por no decir cínico- que en esta «cumbre por la paz» no estuvieran los dos actores principales: Israel y el pueblo palestino. Pero más curioso aún es que Estados Unidos, el mismo país que ha proporcionado las bombas y el veto político que permitieron el genocidio, se presente ahora como «pacificador».

Donald Trump espera conseguir con la diplomacia lo que Israel no pudo con sus bombas: la rendición palestina. Pero como bien advierten analistas, «está por ver si eso llega». La resistencia palestina ha demostrado una capacidad de aguante que ha forzado esta mesa de negociación, algo que ni siquiera ocurrió con Irak, donde Estados Unidos no necesitó acuerdos.

No obstante, el acuerdo es deliberadamente vago. Nadie sabe realmente qué va a pasar. Netanyahu no piensa reconocer un Estado palestino y Hamás no piensa desarmarse. La siguiente fase del plan de Trump incluye un «organismo internacional que gobierne Gaza», algo que Hamás ya ha rechazado.

Esta ambigüedad beneficia a Israel, que gana tiempo para reconfigurar su estrategia. Como señaló un analista palestino: «Estamos ante el inicio de no se sabe muy bien qué». Lo único claro es que Israel y Estados Unidos tienen planes para Gaza que poco tienen que ver con la autodeterminación palestina.

Pero, sin duda, hay una verdad que brilla por su ausencia en los comunicados oficiales: esta negociación existe únicamente porque Gaza resistió. Resistió sitiada por hambre, bombardeada impunemente, infiltrada por bandas mercenarias.

Contra todo pronóstico, Gaza forzó al mundo a sentarse a la mesa. Y es significativo que sea Hamás, el movimiento que Israel juró destruir, quien hoy negocia en representación de Gaza. Esta ironía histórica no escapa a nadie: aquellos a quienes quisieron borrar del mapa son hoy los interlocutores necesarios.

Uno de los puntos más delicados es la cuestión de los retenidos. Existe un temor comprensible entre sectores palestinos: si Hamás libera a todos los retenidos, Israel podría romper el acuerdo una vez que ya no tenga ese factor de presión.

Sin embargo, como señalan lúcidamente, la «utilidad» de los retenidos ha disminuido. Israel ha demostrado que no tiene miramientos a la hora de bombardear Gaza, incluso sabiendo que hay ciudadanos israelíes entre la población. Además, como seres humanos que han compartido el horror gazatí, merecen ser liberados.

Este conflicto ha trascendido las fronteras de Palestina para convertirse en un catalizador de la conciencia global. Lo que hemos visto en universidades estadounidenses, en calles europeas y en foros internacionales es un cambio tectónico en la percepción del «conflicto» palestino-israelí.

La juventud occidental, especialmente, ha despertado a la realidad del apartheid israelí. Ha elevado la conciencia de los pueblos sobre las decisiones de los estados, y este factor podría ser decisivo en los próximos meses.

Mientras escribo estas líneas, en Gaza siguen respirando el polvo de sus casas destruidas. El «acuerdo de paz» les ofrece, en el mejor de los casos, «el derecho a volver a sus ruinas». No habrá un Nuremberg para los crímenes sionistas, ni justicia para los mártires palestinos. Pero hay algo que Israel no puede destruir: la dignidad de un pueblo que prefiere morir de pie a vivir de rodillas. El pueblo palestino se ha llenado (más) de dignidad en la defensa de su tierra.

La verdadera paz no llegará con acuerdos ambiguos firmados por potencias extranjeras. Llegará cuando se reconozcan los derechos históricos del pueblo palestino, cuando termine la ocupación y cuando Israel rinda cuentas por sus crímenes. 

Mientras tanto, como cubanos que conocemos el precio de la soberanía, sabemos que la lucha continúa. Hoy Gaza merece poder dormir una noche sin bombas. Ese mínimo, ese respiro, es hoy la única victoria posible en medio de tanta destrucción.

La historia es larga, pero la dignidad palestina ha demostrado ser más duradera que todos los misiles israelíes juntos. Y eso, queridos lectores, es un hecho que ningún acuerdo ambiguo podrá cambiar.


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Sobre el autor: Gabriel Torres Rodríguez

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