
El pasado 29 de septiembre el presidente estadounidense Donald Trump lanzó desde la Casa Blanca una nueva propuesta de paz para poner fin al conflicto entre Israel y Hamás. Esta, como no podía ser de otra manera, fue recibida con numerosos elogios por el premier israelí Benjamín Netanyahu, de visita en Washington a propósito de una reunión acordada con el mandatario norteamericano. Punto por punto, el plan cumple con las aspiraciones de Israel, cuyas exigencias habían impedido en varias ocasiones las posibilidades de poner fin a una guerra que ha dejado un saldo de más de 67 000 muertes.
La pronta liberación de los rehenes israelíes por Hamás y la deposición de las armas, así como el desmantelamiento efectivo del grupo —al que se margina de forma total de la política palestina en el futuro—, se presentan como condiciones que necesariamente tendrán que ser cumplidas a cambio del cese de las operaciones militares israelíes, la liberación de los presos políticos palestinos —que el documento de ningún modo menciona de tal forma— y el ingreso de ayuda humanitaria a Gaza.
Para el futuro inmediato, delinea también el plan, sería constituido un gobierno “tecnocrático y apolítico” palestino bajo la tutela de una “Junta de Paz” encabezada por el propio Trump y figuras como el exjefe de gobierno británico Tony Blair —el mismo que secundó a George W. Bush en su guerra imperialista en Irak—. De dicho gobierno quedaría excluida, al igual que Hamás, la Autoridad Palestina, que gobierna actualmente los territorios de Cisjordania y que, con anterioridad a la derrota electoral frente a la organización insurreccional, también lo había hecho en Gaza.
Pese a ello, la Autoridad Palestina no tardó en acoger con beneplácito el plan, sin emitir denuncia alguna sobre su carácter colonialista e imperialista, mostrando sin ambages que, más que un partido legítimo, no pasa de una organización que ha servido en todo momento a los intereses de Tel Aviv, como instrumento de este en los territorios palestinos.
A esta tutela extranjera, asimismo, y al gobierno que se impondría sin mediar consulta o proceso electoral alguno entre los palestinos, se une la conformación de una Fuerza Internacional de Estabilización (ISF) para asegurar la defensa del país que, en la práctica, anularía las capacidades defensivas del pueblo al que la paz de Trump, al mismo tiempo, niega toda posibilidad de autodefensa.
La ISF, según lo expuesto en el documento, actuaría como un mecanismo de control para Occidente e Israel en la región, de conjunto con las fuerzas policiales que, igualmente, serían reconfiguradas de acuerdo con las exigencias de la paz o, más bien, los intereses de Tel Aviv.
Presionados por la prolongación y magnitud de la guerra, así como por el ultimátum de Trump, que fijó el 5 de octubre como fecha límite para recibir una respuesta de Hamás, el grupo militar mostró su disposición de participar en el intercambio de rehenes con Israel, al tiempo que afirmó aceptar el pasado viernes la propuesta norteamericana, no sin declarar que debían ser negociados determinados puntos de su contenido.
Hoy lunes, las partes beligerantes discutirán en Egipto el desarrollo del intercambio de prisioneros, dando los primeros pasos necesarios para un alto al fuego. Hamás, no obstante, no tendrá seguramente demasiado margen de maniobra frente a israelíes y estadounidenses.
El grupo al que Occidente cataloga como terrorista, aun cuando este virtual acuerdo de paz viola abiertamente el derecho a la autodeterminación del pueblo palestino y anula las posibilidades reales de la constitución de una verdadera nación para este pueblo, deberá de aceptarlo, incluso, sin grandes cambios. El hambre, la destrucción y la muerte que Israel siembra en Gaza desde 2023 lo obligan a ello.
De no ceder, bien comprende la organización insurreccional que pudiera enajenarse el apoyo de una población hastiada de la guerra, para la cual la soberanía y la autodeterminación siempre han sido utopías inconquistables.
Incluso, cuando esta “paz” hecha en Washington ponga fin a un genocidio que pocos en el llamado mundo libre reconocen, la odisea de este pueblo no cesará.