
¡Debí comer más pizzas cuando costaban cinco pesos!, pensé e, incluso, me molesté conmigo mismo por imbécil. Sin nada mejor que hacer esa larga noche de apagón, me había puesto a revisar unas carpetas de fotografías viejas para aprovechar la mínima carga de la laptop.
Así encontré una foto de hace unos ocho años. La tomé en una excursión a un pueblito al interior de Matanzas, San Miguel de los Baños. Era una tabla con precios de una cafetería de esas que son unos zincs escarrachados. Ahí fue la última vez que hallé una pizza a cinco pesos, de esas que doblas y toman forma de abanico, que la grasa y el queso gotean por los costados y los bordes quedan con encaje negro.

En aquel tiempo su costo, lentamente, comenzaba a aumentar. Escuchabas a los pizzeros veteranos, que eran la mayoría de los cubanos, quejarse todo el tiempo como si les hubieran arrancado un pedazo de vida. Hablamos que de cinco pesos las habían subido a veinte o treinta ¡Qué hermosamente ingenuos éramos!
Mientras más observaba la imagen, mejor entendía que ante mis ojos estaba una verdadera muestra de arqueología socioeconómica. También pensé que había perdido miserablemente mi tiempo en aquel entonces: «debí comer más pizzas cuando costaban cinco pesos».
De esa manera, en medio de una larga noche de asueto y apagón, comencé a enumerar todo aquello que debí hacer más antes del reordenamiento. Así mientras hacía memoria, por un simple ejercicio de asociación comencé a tararear la canción que da nombre al ultimo disco de Bad Bunny, «Debí tirar más fotos».
Debí tomar más cervezas Cristal cuando costaban, primero un «chavito» y luego un CUC. Como los Beatles hicieron con champagne, llenar una piscina y quedarme, flotando ahí, mientras sentía el burbujeo bajo mi piel. Y agarrar buchitos y luego lanzarlos hacia arriba como cachalote prepotente y cebado (de cebada).
Debí permanecer mucho más rato frente al ventilador; solo eso, estar ahí, entender al observar cómo giraban sus paletas que habitamos un país cíclico.
Debí haberme quejado menos por el transporte público, aunque me sintiera como sidra de fin de año dentro de los ómnibus, efervescente, y que cuando debía bajarme en una parada salíamos disparados a presión por las puertas automáticas.
Debí comer muchas más croquetas de DiTú. Empalagarme. Agarrar un empacho de pura gula, que me hiciera recordar que frente a una cajita de estas no existían los amigos. En ese mismo punto se me podría olvidar la unión de los pueblos y el internacionalismo proletario.
Debí aprovechar más cuando el CUC estaba a 24 el cambio, y las cuentas eran relativamente fáciles; no como ahora, que el dólar anda en los trescientos y pico a la hora de comprar algo. Personas como yo que nunca fuimos buenos en el cálculo oral, nos marea cuando nos traduce a moneda nacional – la de Byrne, la de que no necesito dos, si con una me basta – la cantidad de dinero necesario para comprar un tanque de agua, para mantener con lo mínimo un hogar un mes.
Debí comer mucha más carne de cerdo. Masitas fritas. Costillas. Chicharrones. Empellas. Pata de puerco. Casi me parece ahora un chiste aquella canción de Buena Fe, «El puerco, el mamífero nacional». El pollo, solapadamente, le propinó un golpe de estado. Lo sacó de la palestra pública. Ahora ese que fue rey se esconde en las sombras, en los mercados negros de las monarquías cárnicas.
No se me ocurría nada más, así que detuve ese agotador ejercicio nostalgia. Además, se acabó la carga de la laptop. La pantalla se oscureció y el cartel de la última pizza de cinco pesos de Matanzas (para mi) se fusionó con la oscuridad del cuarto, de la ciudad, del país. Yo en penumbras seguí un rato tarareando a Bad Bunny, «Debí tirar más fotos …cuando te tuve», pero toda mi atención se desviaba hacia esa última parte, a la de «cuando te tuve». Entonces sentí que se me apretaba el pecho.
Lea también

Yo también debí tirar más fotos
Yo también debí tirar más fotos. Debí encaramarme más en aquellas sillas plásticas, que se apilaban unas sobre otras para que el niño que fui subiera hasta la cima y se sintiera… Read more »