
El mundo quedó paralizado luego de los sucesos del 26 de abril de 1986. Lo ocurrido en Chernobyl cambió para siempre la percepción de la energía atómica. Es conocido como el mayor accidente nuclear de la historia.
La serie, que lleva como nombre el lugar de los eventos, es un retrato visceral que abarca todo lo ocurrido desde el fatídico día del desastre hasta la ineficaz respuesta gubernamental. Con las formas de una ópera trágica, el audiovisual traza su narrativa con sutileza entre el drama histórico y la sordidez humana.
El primer capítulo cuenta, a un ritmo acelerado, cómo un error técnico desencadena la calamidad. En una consecución de hechos, son narradas las negligencias humanas que acrecentaron la tragedia y permitieron el crecimiento del problema. El ritmo del episodio carga al espectador con una mezcla de emociones y deja al descubierto la magnitud del incidente.

La puesta en escena es sobrecogedora. La fotografía, cargada de tonos grises, remarca el daño y la destrucción. El rojo aparece como elemento representativo de la radiación. Las secuencias de muertes son brutales. Con una sinceridad abismal el plano encierra la descomposición y los decesos.
Es preciso visualizar la serie con ojos críticos que cuestionen todo. La producción es americana y evidencia, en su totalidad, una aversión ante el sistema político de la URSS. Si bien muchos de los tópicos tratados son fidedignos, existen escenas y personajes influenciados por la hegemonía y las contradicciones. Los detalles políticos no sobrepasan la calidad del producto, aunque es imprescindible no fiarse de todo.
El apartado sonoro puede recordar al género de terror o al suspense. La música acompaña de una manera efectiva a la oscura temática. El ruido metálico de la planta nuclear y el tenebroso sonido mostrado en el entorno ofrece una experiencia totalmente inmersiva.
Chernobyl puede ser presentada de varias maneras: un drama histórico, un thriller o género catástrofe. En sus pocos episodios el relato toma distintos caminos. Convergen en la pantalla muertes, reuniones de políticos y diálogos conmovedores. La maestría con que fluyen las tramas secundarias refuerza la variedad del producto.

Un increíble Jared Harris lleva a la vida al atormentado científico Valeri Legásov, víctima física y psicológica del accidente. Representa los deseos de cambiar y hacer algo bien frente a un desenlace inevitable. Su magistral monólogo del capítulo final denuncia a todos los responsables del desastre y pone en tela de juicio la manera en la que se manejó la verdad y hace énfasis en el costo de las mentiras.
Boris Shcherbina (Stellan Skarsgard) es el político encargado de gestionar la crisis. La evolución del personaje simboliza el dilema moral al que muchos altos cargos fueron sometidos. Su desarrollo refleja el atisbo de humanidad que pueden poseer los más poderosos al convertirlo en una figura compasiva, anteriormente un burócrata cínico. Las tensiones del momento impidieron la unidad, pues elegir entre el deber y el bien ético siempre ha sido un debate sin respuestas.

Ciertas imprecisiones históricas son vislumbradas en algunas escenas. La simple existencia de Ulana Khomyuk, representación rebelde de las mujeres de la época, es totalmente falsa. Su personaje es un compuesto de varios científicos, aunque Khomyuk en sí nunca existió. Los buzos encargados de drenar el agua bajo el reactor sí sobrevivieron. Uno de ellos murió en 2005 por causas no relacionadas a la radiación. Los roles soviéticos son ridiculizados. Políticos, trabajadores y científicos son retratados como ineptos y generalizan la ineficacia como algo total.
El famoso Puente de la Muerte, uno de los pasajes más oscuros de la serie, carece de diálogos y posee una música escalofriante. La escena es deliberadamente exagerada para la narración. No necesita monstruos o muertes brutales para ser paralizante. Las personas mostradas en pantalla, incluyendo niños, son afectadas directamente mientras observan el llamativo desastre.
La serie se define con total originalidad. El dramatismo que mina cada escena logra convencer al espectador de lo que ve. Es fácilmente repetible por su formato corto y la intensidad que posee. Chernobyl explora el comportamiento humano, la magnitud del accidente y el horror que significó. (Por: Máximo Enrique Badía Yumar, estudiante de Periodismo)