Registro Civil, la jungla de papel

Registro Civil, la jungla de papel. Foto: Raúl Navarro

Amanece un día cualquiera y usted, ciudadano común, se dispone a hacer un trámite que considera tan común como su propia persona, para el cual debe dirigirse al Registro Civil. 

Fotos: Raúl Navarro

Hace ya bastante tiempo que el Ministerio de Justicia de Cuba, en su afán por facilitar las cosas, ha automatizado parte del proceso. Se accede a su portal web y desde allí se pueden solicitar nacimientos, defunciones, matrimonios, lo más usual. En menos de una semana, la mayoría de las veces, vía correo electrónico, llega la respuesta: su documento está listo. Hasta ahí parece fácil.

Se dirige hacia las oficinas en cuestión, en horario normal, dígase pasadas las ocho de la mañana. La concentración de público ya habla por sí sola. El Registro Civil es el paraíso de las colas: las hay para todos los procedimientos: solicitar, recoger, recoger online o subsanar. Por supuesto, también están los “VIP”, esos no piden último, entran y salen ante la mirada atónita de la multitud.

La funcionaria que se encuentra en la puerta aclarando dudas lo mira a usted de arriba abajo para saber si tiene lo necesario para enfrentarse al “monstruo”. Por hoy ya han venido más personas de las que es posible atender en un día, puede quedarse, cómo no, pero no se le garantiza nada. 

Una viejita con cara de haberlo visto todo en este mundo se apiada de usted y decide iluminarlo: “Es que aquí tiene que marcar muy tempranito; de ser posible, de madrugada”. Armado con esa información y sin ganas de intentar un picnic de ocho horas en un banco, que a la larga puede resultar infructuoso, decide volver al día siguiente. 

Cinco de la mañana, “seguro que hago el uno”, piensa; mas no, ya hay tres personas en la puerta y una de ellas viene con otras dos, sospechoso, pero bueno, ya se sabe lo que dicen de las colas cubanas, que crecen más rápido que una familia de conejos. 

Transcurren las horas matinales, la cosa va lenta, pero va. Inestabilidades en la plataforma digital sobre la que se monta el proceso no permiten más velocidad. Llegan las 11:00 a. m. y ¡oh, sorpresa! se va la luz. En un derroche de empatía, las funcionarias se brindan para llenar a mano las certificaciones —es legalmente válido—, pero solo pueden hacerlo con las que constan físicamente en los libros que ahí se guardan, si usted nació en cualquier otra ciudad de la Isla, no va a resolver así. 

Entonces, le toca volver una madrugada y otra más, las caras de la multitud también se repiten. Los que antes le saludaban tímidos se convierten en compañeros de infortunio. Incluso, tiene su banco favorito, se sabe los nombres de los trabajadores y hasta del custodio, quien le da los “buenos días, otra vez por acá”. Se ha convertido usted en un organismo perfectamente adaptado a la jungla de papel que es el Registro Civil.

Y cuando por fin tiene el trámite en sus manos, cuando se han alineado los astros de la corriente, la cola y la conectividad, resulta que su abuela tiene más o menos nombres de lo esperado, su madre, una falta ortográfica —o un cambio de letra, que en materia de nombres propios no hay nada establecido— y a usted le han alterado la fecha de nacimiento. Resignado, pide el último para las subsanaciones.


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Boris Luis Alonso Pérez – Me hizo falta sacar un documento para un trámite legal, el papel en cuestión era el certificado de matrimonio de mis padres; así que averigüé dónde quedaba el Registro Civil y puse la alarma para las seis de la mañana.


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Sobre el autor: Giselle Bello Muñoz

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