Todos ustedes, malditos poetas que no callan

Todos ustedes, malditos poetas que no callan
Todos ustedes, malditos poetas que no callan.

Detente. No hagas eso. ¿No has visto cómo han terminado todos ellos? Julián del Casal destruido porque nunca nevará en La Habana. Los muertos de Bonifacio Byrne, en vez de alzar los brazos, los cruzaron y quedaron impasibles mientras los consumían la pobreza y el olvido.

No te atrevas. No termines ese verso. Déjalo así a medias. Mejor, mira, escribe un memorándum sobre la manera en que deben cruzar las piernas las secretarias o el orden de los folios, alfabético, pero se comienza desde la Z en los archivadores. ¿Quieres terminar como Martí, con el pecho lleno de plomo, aunque por cada agujero le brotara luz —como si su carne solo fuera un revestimiento de su ser luminoso—, pero que al final se nos fue entre el lodo y la pólvora, como si necesitara ensuciarse un poco para ir a echar su suerte con los pobres del mundo?

Sus presupuestos literarios y éticos dan lugar a oleadas sucesivas de escritores profundamente comprometidos con el destino político y social de sus países

¿No te basta con todo lo que te he dicho? Realmente pensaré que todos ustedes están locos de remate. Incluso, aunque creas que serás feliz, no ocurrirá así. Están como destinados al sufrimiento. A Gertrudis Gómez de Avellaneda, tan querida, con tanto lazo de terciopelo, con dos amores en tumba de mármol, nunca la dejaron ocupar su lugar en la academia de la lengua porque era una mujer, si bien utilizaba la lengua madre mejor que muchos catedráticos de levita y talco en el bigote de cimitarra.

¿Quieres parecerte a Plácido, por algún motivo? ¿Te ha dado el síndrome del redentor? Cristo no era mulato. ¿Quieres cargar en ti los crímenes que no cometiste? ¿Atado a una escalera deseas entregar tu carne, desprendida a latigazos de tu espalda, por el prójimo?

¿Pero por qué lo haces? ¿Es algún tipo de trastorno obsesivo-compulsivo? ¿Ya te llevaron a ver a algún especialista? José Jacinto Milanés no pudo aguantarlo. Tanta sensibilidad lo hizo demasiado frágil; tanto amor se le subió a la cabeza hasta que la perdió. Entonces, se convirtió en un espíritu de ciudad que se le aparece a los pescadores con ballesta del Río San Juan, a los enamorados cuyos padres se les oponen y colocan trancas de pesado roble detrás de las puertas para que nadie vaya a fecundar la noche.

Por lo que más tú quieras, por tu madre, por esos libros que te han desquiciado, por la foto de tu abuelo encima de la repisa, no le pongas alas a esa idea. Te vas a escachar. Aprende de Virgilio Piñera, a quien obligaron a soportar el peso de una Isla hasta que, un jueves cualquiera, él se convirtió en Isla también para equiparar pesos, de tú a tú.

Carilda Oliver Labra

La gente no sabrá distinguir dónde comienzas tú y dónde el sujeto lírico. Al final, no serás más que un corpus poético. A Carilda le sucedió. Se transformó en lo que escribía, o tal vez fueron sus vecinos, sus contemporáneos. De repente, fue la más rubia de todas las rubias, la más divorciada de todas las divorciadas, la más amante de todas las amantes.

Dulce María Loynaz, al contrario, brotó como un helecho en la grieta de un capitel decimonónico; un ser de luz y sombra encerrado en una casona del Vedado. Tú siempre me dijiste que yo era demasiado pragmático, me faltaba el no sé qué para entenderla.

Por favor no vayas a completar ese poema. Ahí estarás condenado por siempre a ser el infante terrible, el niño que nunca creció, el señor amargado, el paria, el héroe trágico. Sin embargo, sé que gasto mi tiempo. No importa cuánto te diga, nunca renunciarás a regalar un poco de belleza, una metáfora que crees que nos salvará.

Lea también

Doce poetas matanceros que ya deberías haber leído

Hoy se celebra el Día Mundial de la Poesía y desde el Periódico Girón queremos recomendarte doce poetas matanceros que ya deberías haber leído. Read more »

Recomendado para usted

1 Comment

  1. Hermoso. El poeta y la soledad viven en la complicidad de quien no puede mentir al alma porque si ésta muere, ya no habrá poesía ni verdad ni vida.
    ¡Gracias, Guillermo Carmona!
    Larga vida para usted.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *