Las vírgenes de Sancho

“La obra está ahí para que la gente la sienta como suya y para que la cuiden también”. Foto: Mariano García-Cortés Cadavid

La Virgen María, como depositaria de fe y a la vez como símbolo de la cubanidad, ha sido una constante dentro del universo pictórico del artista cardenense Adrián Gómez Sancho. Cada una de sus propuestas para las sucesivas ediciones de Ríos Intermitentes, segmento matancero de la Bienal de La Habana, han referenciado dicha imagen religiosa, haciendo hincapié en su carácter popular. 

Tal es así que, a finales del pasado mes de enero, Sancho hizo un regalo muy especial a la ciudad: María de Matanzas, la nueva escultura que ahora adorna el paseo de Narváez. “La Virgen es una figura cargada de significados, de rezos, pedidos y promesas también —asegura el autor—. Me considero un poco devoto y, de alguna manera, la he querido enaltecer, porque siento que su presencia bendice mi trabajo. Es una relación muy íntima entre ella y yo”. 

Indagando en los inicios de esta fascinación, retrocedemos hasta la muestra Mi vida en curso (Centro Provincial de las Artes Plásticas, 2019),  cuando comienza a aparecer su silueta muy sintetizada como pequeños destellos, suerte de guiños lúdicos. Ese mismo año, llega la Bienal a la urbe yumurina y hace su aparición Virgen que llegas por aguas. 

“Se trató de una pieza de participación colectiva. Sobre una pequeña barca iba una figura cónica adornada con 325 imágenes pequeñas, el mismo número de años que cumplía la ciudad —recuerda el artista—. Cada una fue decorada por niños de los talleres de artes plásticas, aficionados, creadores, tal como la imaginaban, con su aureola, su manto. Yo también realicé algunas, dejándome llevar por la espontaneidad del color, de la línea, por lo que estaba sintiendo en ese momento”.

En los dos años que separaron a esta pieza del siguiente arribo de Ríos Intermitentes, Sancho continuó perfilando la fuerza del símbolo. En algunas ocasiones aparece como un personaje más de los que pueblan su imaginario, junto a las avecillas y las figuras taurinas; en otras, es apenas una transparencia o unos pocos trazos.

“Un día estaba mirando la parte de abajo de una plancha eléctrica y pensé que esa forma me servía, por tener cierto parecido con su silueta, solo había que añadirle la aureola”.  

Así nació Ella entre nosotros, una serie de ocho vírgenes en forma de gavetero, que estuvieron emplazadas por toda la ciudad. No había en ellas ninguna referencia a la madre de Dios; por el contrario, todo el espacio de la figura sacra, apenas esbozada, se poblaba de alegorías, algunas a la matanceridad, como el puente de la plaza, o a la cubanía, como la bandera de Carlos Manuel de Céspedes.  

Estas Marías transitaban por un doble discurso. Por un lado, las gavetas estaban pensadas para interactuar, para que funcionaran como una suerte de macetas donde el público “sembrara” sus ofrendas, porque el tema de esa edición era los jardines de belleza. Por otro, se las representa como depositarias de significados, desde lo universal hasta lo estrictamente personal.

Ya para ese entonces el creador se sentía con el suficiente dominio plástico para referirla de cualquier manera, no solo en lo plano, sino también en lo tridimensional. 

“No es la típica Virgen de la Caridad del Cobre con su escudo en el pecho, su túnica dorada, su niño; es la virgen de Sancho. Suelo hacerla con los ojos cerrados, no porque quiera reflejarla dormida, sino buscando para dar idea de pensamiento, de análisis. Me gusta que tenga una sonrisa, símbolo de que todo puede cambiar para mejor. El manto deja de ser ese manto bordado, hermoso, y se llena con motivos típicos de mi obra”. 

Las obras de Ella entre nosotros tomaron un curso de coleccionismo institucional. La Oficina del Conservador de la Ciudad, Ediciones Vigía y la Dirección Provincial de Cultura poseen algunas; pero la visión del artista iba un poco más allá, quería presentar otro proyecto que quedará para todos en un espacio público, una suerte de reclamo social que le había llegado a través de amigos y especialistas.

“No tenía noción del espacio donde podría emplazarse y, en un primer momento, el conservador de la ciudad, Leonel Pérez Orozco, me habló del parque de Peñas Altas, cerca de donde está la ceiba. Allí antes hubo una virgen y él quería rescatar eso, pero el lugar tenía muy mala visibilidad”. 

Entonces, surgió la idea de ponerla junto al río, como la Oshún que también es. Su realización planteó un nuevo reto, pues Sancho nunca había trabajado el metal, mucho menos a escala monumental, como es el caso de esta pieza que mide casi tres metros, contando su pedestal. 

“Hice el boceto, pero la realización estuvo a cargo de Keirel Construcciones. Me sorprendió muchísimo el tremendo amor  y profesionalidad con que ellos trataron hasta los más mínimos detalles, copiaron perfectamente mi línea y el sentimiento que quise imprimir a cada personaje, a cada trazo”. 

Ahora María de Matanzas, erigida en una de las arterias más concurridas de la urbe, es una propuesta abierta a que el imaginario colectivo le asigne un sentido propio, puede ser la Caridad del Cobre, la Virgen de Regla, o sus respectivas versiones en los cultos sincréticos de origen africano. Puede, incluso, como imagen de la madre, ese ser que da vida, convertirse en una representación de Cuba.  

No obstante, para el autor ese diálogo va mucho más allá del contexto nacional, porque su devoción trasciende fronteras. “Es una obra que dialoga con los cubanos dentro y fuera de la Isla, pero también con el mundo; como símbolo, posee mucho significado, una vida propia”.

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