Archivo Girón: Martí, una misma senda hacia la luz 

Sus presupuestos literarios y éticos dan lugar a oleadas sucesivas de escritores profundamente comprometidos con el destino político y social de sus países

La obra escritural de José Martí resulta inalienable de lo mejor de la literatura universal, sin embargo, este reconocimiento le llegó más tardíamente que sus credenciales como hombre de acción y padre de la independencia cubana. Sobre el tema le proponemos volver sobre este material publicado hace algunos años en nuestro semanario:


“Los poetas y trágicos griegos, Virgilio, Dante, Shakespeare, Cervantes, Goethe, Hugo, Tolstói, se cuentan entre los pariguales de José Martí. Ellos y otros de su estirpe son escritores de todos los tiempos, habiéndolo sido a cabalidad de sus tiempos respectivos”. Así comienza Roberto Fernández Retamar su artículo José Martí, escritor clásico.

A pesar de eso, mientras estuvo vivo, su labor poética apenas interesó a coetáneos dentro de la Isla, como Julián del Casal; tampoco sus primeros comentaristas fueron de aquí. Inexplicablemente, el libro que inaugura el análisis crítico de este aspecto de su personalidad, Martí escritor (1945), pertenece a la autoría del mexicano Andrés Iduarte.

El Héroe Nacional solo publicó en vida dos libros de poesía, en ediciones muy limitadas, Ismaelillo (1882) y Versos sencillos (1891). El resto fue salpicando revistas, diarios, epístolas, apuntes personales, con un estilo impetuoso, libérrimo, colmado de resonancias musicales y de bramidos. Algunos quizás hayan desaparecido por siempre.

Para el crítico argentino Enrique Anderson Imbert, Martí es “uno de esos lujos que la lengua española puede ofrecer”. Imagen: Jorge Arche (óleo sobre madera, 1943)

Impresos póstumamente, sus Versos libres (1913), lo mejor de su producción lírica, quedaron al cuidado de Gonzalo de Quesada, albacea de su papelería. Acerca del epistolario martiano dice Retamar: “Solo un hispanoamericano me ha deslumbrado como Martí con sus cartas: Julio Cortázar”.

Para algunos estudiosos, como el hispanista Federico de Onís, resulta lamentable que dedicase la mayor parte de su corta vida a trabajar para publicaciones periódicas en lugar de asumir empeños literarios de más alto vuelo; aunque en opinión del dominicano Pedro Henríquez Ureña: “Su obra es, pues, periodismo, pero periodismo elevado a un nivel artístico como jamás se ha visto en español, ni probablemente en ningún otro idioma”.

DEBATE MODERNISTA

De todas las cuestiones en torno a la personalidad artística de José Martí, es particularmente debatido el hecho de si puede atribuírsele el título de precursor del Modernismo.

Dicho movimiento, cuyo máximo exponente es el poeta nicaragüense Rubén Darío, representó para la cultura de América lo que la independencia en el plano social. Pretendía crear un arte singular y autóctono para nuestro continente, en el que belleza y libertad estilística se situaran al mismo nivel.

El Modernismo da “cauces a una nueva literatura orgullosa de su lengua castellana, heredera de una tradición humanística en ascenso y, por primera vez, exploradora de sus posibilidades expresivas ilimitadas, sin cánones estrictos y capaz de atenuar hasta la desaparición los límites entre los géneros”.

Esta definición del profesor cubano Luis Rafael Hernández coincide de manera exacta con la obra martiana. A través de ella hallan voz las culturas americanas que han sido soterradas por la conquista. Su prosa hace gala al latinoamericanismo, sin perder la esencia de lo universal. 

Lo que se considera el primer manifiesto del movimiento, el artículo El carácter de la Revista Venezolana, salió a la luz en 1881. En él un José Martí director de dicha publicación daría respuesta a los ataques y críticas suscitados a causa de la extrañeza en su estilo escritural.

Por otra parte, la relación entre el Apóstol y Rubén Darío se irguió sobre una base de total fraternidad. Se vieron una sola vez, en Nueva York, en 1893, y su trato fue el de un padre y su hijo. Sin embargo, el nicaragüense ya conocía al cubano por sus artículos para Opinión Nacional, de Caracas, El Partido Liberal, de México, y La Nación, de Buenos Aires.

Antes, en 1888, el autor de Azul había afirmado: “Martí escribe, a nuestro modo de juzgar, más brillantemente que ninguno de España o de América (…) porque fotografía y esculpe en la lengua, pinta o cuaja la idea, cristaliza el verbo en la letra, su pensamiento es un relámpago y su palabra un tímpano o una lámina de plata o un estampido”.

Justo son esos artículos periodísticos cargados de modernidad, más que la poesía, los que calan en el estilo de Darío. La prosa martiana, con sus períodos tórridos que se van derramando como cascadas de ritmo y color, no solo influyó en él sino que también lo marcó políticamente. 

El español Juan Ramón Jiménez, quien admiraba a ambos, trazó la fibra raigal que va de uno a otro en los siguientes términos: “Además de su vivir en sí propio, en sí solo y mirando a su Cuba, Martí vive (prosa y verso) en Darío, que reconoció con nobleza, desde el primer instante, el legado. Lo que le dio me asombra hoy que he leído a los dos enteramente. ¡Y qué bien dado y recibido!”.

IMPRONTA LITERARIA

La manera en que el autor de Versos libres asumió su vida y obra, esa consecuente unidad entre pensamiento y acción, revolucionó los criterios existentes acerca de la literatura y del papel del escritor y el artista. 

Martí no se adhería a los presupuestos del “el arte por el arte”, al uso en la Europa de su tiempo. Crítica a los parnasianos: “Ni ha de ponerse el bardo a poner en montón frases melodiosas, huecas de sentido”, en especial por el hecho de perseguir la belleza sin otro fin, la forma sobre el contenido.

Los presupuestos literarios y éticos de Martí dan lugar a oleadas sucesivas de escritores profundamente comprometidos con el destino político y social de sus países.

Sus presupuestos literarios y éticos dan lugar a oleadas sucesivas de escritores profundamente comprometidos con el destino político y social de sus países. El ejemplo más inmediato es la generación del 98 (Pio Baroja, Azorín, Ramón del Valle-Inclán, Miguel de Unamuno, Ramiro de Maeztu, entre otros). José Luis Gómez-Martínez, en su estudio Krausismo, modernismo y ensayo: “En lo universal, la preocupación de los noventayochistas por España es semejante a la de Martí por Cuba”.

Más adelante, una parte de las vanguardias artísticas cubanas se encamina por el sendero que antes ha desbrozado el Héroe de Dos Ríos. Mariano Brull, Eugenio Florit, Emilio Ballagas o Rubén Martínez Villena se encuentran entre quienes mantienen con el modernismo martiano un vínculo esencial. 

En el contexto latinoamericano, César Vallejo y Pablo Neruda, si bien no desde el punto de vista estilístico, asumieron posturas éticas equiparables a las suyas. La chilena Gabriela Mistral, quien dedica a Versos sencillos los más altos elogios, llamaría al autor el maestro americano más ostensible en mi obra”.

La escritora cubana Fina García Marruz —citada por Retamar— va más allá de lo evidente: “Sé que va a parecer por lo menos raro afiliar tan vasta experiencia poética como la de Lezama a un viejo movimiento, tanto más cuando debo admitir que jamás oí hablar a Lezama de Modernismo, mucho menos a Eliseo, Gastón, Gaztelu, Octavio, Piñera, en fin, a ningún origenista. (…) Solo el empeño que pusieron en rescatar un lenguaje contemporáneo, ligado a la tradición castellana de la lengua y la voluntad de purificación social mediante la cultura, lo identifican con el proyecto martiano como continuación de una misma senda hacia la luz”.

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Sobre el autor: Giselle Bello Muñoz

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