El vigilante acecha desde el rincón, esperando paciente porque la luz se apague abruptamente y las siluetas se pierdan, que pase el desprotegido, o que los cuerpos se venzan ante el sueño y el cansancio de las horas de labor.
La oscuridad se ha vuelto su cómplice, la misma que antes visitaba poco y ahora parece no querer salir de casa. La que se ha instalado sin permisos, ignorando inconvenientes. La de la contingencia energética, de las añosas termoeléctricas que gritan por un remozamiento general. La del petróleo que no para de subir en el mercado mundial y por el que porfían las naciones, enfrentándose como bestias sedientas de sangre.
Al vigilante no le importan los infortunios de una economía dañada y bloqueada con ensañamiento, más bien le favorece que el último año haya sido tan duro. Al final, las penumbras son sus aliadas, y mientras más parezca la boca de un lobo, más letal puede ser la mordida que engorda su bolsillo.
Al vigilante lo único que le importa es generar ingresos. No, salario no. ¡Qué va! ¡El no le trabaja al Estado! Ni tampoco se aventura al cuentapropismo porque eso de generar ingresos con lentitud no es lo suyo, ni tener que llevar a lápiz una contabilidad que prefiere no entender, a fin de cuentas, las Matemáticas tampoco alguna vez se le dieron bien.
Prefiere el dinero “fácil”: el que otro sudó por 30 días o 30 años, el que se cobija en algún hogar y que hurtarlo puede traer “daños colaterales”, el que le duele a otro y a él solo lo alegra.
¡Que ingrato y malnacido el vigilante! Sin una gota de empatía por los demás, sin preocuparse por el dolor ajeno, por las lágrimas que se derraman, por las llagas que causa a las almas. ¡Y todavía hay algunos que se atreven a justificarle! A hablar de malas crianzas, de pérdidas y abandonos que marcan desde la infancia, de alcohol mellando familias y dosificando golpes… “Violencia genera violencia”- repiten a cada rato.
Aunque pensándolo bien quizás la culpa sí es de otros: de los que dejaron que el tronco creciese torcido, sin apuntalar e intentar desviar, permitiendo que los gafos se dispersasen en libre albedrío; de los que descuidaron lo suyo y entregaron la seguridad de sus calles, olvidando las patrullas de tiempos de antaño, esas que andaban sobre suelas y no sobre ruedas, las que se organizaban en comités y hacían de cada cuadra su zona de defensa.
La culpa es también un poco de los que cedieron responsabilidades, que un día se desentendieron de la lata fuera del cesto, y al otro del producto del agro multado o la cápsula de medicamento que por el precio que se cotiza en el mercado informal pareciese bañada en oro.
Lo cierto es que el vigilante está ahí, tras la columna, camuflajeado, usando como escudo la noche y sus apagones. Esperando para satisfacer su hambre y ambiciones, para llenar sus bolsillos a costa de lo que sea.
Puede que hoy no seas su blanco, pero ¿y mañana? Recuerda que la inercia no trae ni luz, ni consuelo. La unidad es otra cosa, esa sí que tiene lo suyo. A fin de cuentas el vigilante no es tan inmune ni inmortal, es tan de carne y huesos como tú.
Sonia López interpreta la canción «El ladrón» – (1964)
(Edición web: Miguel Márquez Díaz)
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