Amanecer con titulares sobre la muerte violenta de adolescentes y jóvenes no pasa inadvertido, aun cuando es común en buena parte del planeta. Mucho menos en Cuba, donde la seguridad ha sido por años uno de los pilares fundamentales. Justo por ello alarman y duelen las noticias, esparcidas en redes sociales, de asesinatos de menores en la Isla.
No es casual que sean estos y no otros los escenarios de divulgación y denuncia en un contexto marcado por la sobreexposición en dichas plataformas, donde se han creado, incluso, nichos alternativos para contabilizar, por ejemplo, los femicidios o desapariciones de mujeres. Se trata de un tema, además, del que apenas se reportan estadísticas. El Anuario de Salud de 2020 contabilizó en 2020 unas 31 defunciones por agresiones de menores entre 0 y 19 años de edad.
Las causas de un fenómeno como este resultan lo más llamativo y se configura desde hace años como un problema en ascenso para Cuba, si bien a escala discreta. Para entenderlo, son múltiples las aristas de análisis, pero sin dudas, aunque duela reconocerlo, la pérdida de valores y la naturalización de la violencia en todas sus formas desde la propia socialización en la familia y la comunidad, son determinantes.
Nos referimos a los casos de niños y jóvenes que conviven en familias disfuncionales, donde el machismo se impone; por tanto, la gestión emocional, de los varones en su mayoría, se reduce a actuar y responder “como hombres” ante situaciones de conflicto.
En paralelo, la escasez de opciones culturales y recreativas, la confluencia de estos grupos etáreos en ambientes donde no se regula el consumo de bebidas alcohólicas, la tenencia de armas blancas en espacios, por tanto, carentes de seguridad, favorecen que se ejerza la violencia con sus consecuencias fatales implícitas.
La responsabilidad no recae solo en los jóvenes ni en sus familias, ni siquiera en los escenarios donde se desarrollan, sino en la multiplicidad de causas y en la capacidad de hacer las preguntas correctas, cuando se trata de responder por qué asumen nuestros adolescentes las agresiones como única solución ante un conflicto.
Hay mucho que pensar y mucho más por hacer, por prevenir, para que los espacios donde las personas confluyen se configuren como sitios seguros; para que nuestros niños y niñas crezcan sanos de cuerpo y mente; para que en un futuro no maten, violen o agredan bajo ningún concepto.
Insisto en la prevención, pues es en este tema una palabra clave, comenzando por las instituciones educativas y el seno familiar, pilares en la formación conductual que después asumen los adolescentes en el medio donde se desarrollan. Fomentar el debate en torno a estos temas también desde los medios de comunicación; generar productos audiovisuales libres de estereotipos y que reflejen estas realidades desde una perspectiva crítica representan solo algunos de los pasos hacia el tan necesario cambio en torno a la violencia.
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Estos hechos lamentables se esparcen y divulgan en redes sociales porque sencillamente no existe otro lugar donde el público pueda informarse al respecto. Estos datos y muchos otros no aparecen ni se conocen a través de la prensa nacional o provincial, que serían las fuentes oficiles. Asi, considero que son ustedes los periodistas y la medios oficiales los que dan pie a este tipo de divulgación. Es mi criterio
Es muy cierto, lo estoy viendo en la escuela primaria donde estudian mis hijas, desde que la mayor esta en primer grado, esta viendo la agresión entre sus compañeros, al punto que cogio miedo de ir a la escuela, ahora está en cuarto y sigue pasando y la maestra y los padres no toman medidas. Cuando los padres preocupados hacemos comentarios, responden que eso es normal al entre niños. Es una pena lo que se está viviendo en nuestra sociedad