Marta Valdés en un foto hecha por otro amante de Matanzas, el poeta Sigfredo Ariel.
Con tenue luz de la luna delineando apenas la silueta de los pinos, bajo una niebla densa que torna en fantasmas a los vivos, con estás imágenes pintó a Matanzas la cantautora Marta Valdés (La Habana, 1934-2024). La descripción corresponde en su tema «José Jacinto», dedicado al poeta de la locura enamorada y escrito entre los vaivenes del tren de Hershey, durante un de sus viajes por la conocida vía férrea que termina en Versalles.
Marta amó profundamente a esta ciudad desde que la descubrió en el año 1969, aquí hizo grandes amigos, disfrutó del ambiente cultural, interpretó sus canciones, estrenó algunas e incluso unas pocas le nacieron entre el San Juan y el Yumurí. A ella dedicó su famoso danzón El octavo día, donde asegura que Dios envió a sus ángeles a edificarla porque “al mundo le faltaba una ciudad”.
Su primera visita la hizo junto al colectivo de Teatro Estudio, ella, como tantos otros había encontrado refugio en la institución que dirigía Raquel Revuelta de los desafueros de la política cultural que dominó el panorama cubano a finales de los 60 y durante buena parte de los 70. Antes solo era un punto de paso entre La Habana y Cárdenas, donde tenía familia.
“Traían Don Gil de las calzas verdes —rememora la pianista Elvira Santiago, quien asistió a la puesta en el teatro Sauto— en esos días yo coincidí fortuitamente con uno de los actores que buscaba un local para hacer una despedida de su pequeña temporada matancera y les ofrecí mi casa”.
Así se conocieron la instrumentista y la autora de Palabras, mientras la primera tocaba el piano y la segunda se deleitaba, “con ese gesto de apoyar la cabeza en la mano, tan suyo”. Marta hizo el compromiso de volver en breve, preguntó cuáles eran las vías más fáciles y le encantó la idea del tren de Hershey. Durante sus estancias se quedaba en el hogar del matrimonio compuesto por los músicos Maira Carreras y José Antonio Barreras, pero su cuartel general lo fijaba junto a la Santiago, en su vivienda de estilo colonial de la calle Santa Teresa.
“Salíamos desde aquí a recorrer la ciudad, unas caminatas preciosas. Así fue como la sorprendió la Luna sobre la estatua de Milanés o la neblina que cubría el puentecito del parque Watkin cuando amanecía sobre el Valle del Yumurí. Éramos un grupo variado, de gente de la cultura fundamentalmente, recuerdo que en una oportunidad estaba hasta Jorge García Porrúa quien fue director nacional de música.
“También la llevé a la Escuela de Arte y allí conoció a Rolando Estévez, siendo este un apenas un adolescente, y quedó maravillada con su obra plástica. Nació así una amistad que duró hasta la muerte”.
Canciones como Llora o Hacia dónde se escucharon por primera vez en la urbe yumurina, la propia Elvira confiesa haber tenido en sus manos algunas de esas partituras. “Se sintió muy bien acogida por todo el gremio, querida y arropada y devolvió esos sentimientos con amabilidad y devoción. Cada vez que iba de regreso a La Habana, pasaba a visitarme para que yo le tocara una pieza de Debussy que le gustaba mucho. Siempre me decía ‘Hasta pronto, Alcaldesa —era el sobrenombre con el que me había bautizado— y seguía su camino a la estación del tren’”.
LA HUELLA EDITORIAL
Libros y Cancioneros de la autoría de Marta Valdés vieron la luz en Matanzas, resultado de su amistad con los con los poetas Rolando Estévez y Alfredo Zaldívar y de su estrecho vínculo, desde el nacimiento mismo, con uno de los proyectos más emblemáticos e identificativos de la ciudad, las Ediciones Vigía.
El propio Zaldívar, fundador de esa casa editora, recuerda cómo la conoció, entorno a 1980, en la Peña del Yumurí, que se hacía bajo un árbol cerca del estero, con el río de fondo y el público sentado sobre tocones de árboles. “En esa época venía muy frecuentemente, invitada a hacer conciertos, y yo le enseñé un poema mío que le había dedicado”, cuenta.
Entre las primeras obras manufacturadas por Vigía, en 1987, estuvo un pequeño cancionero, apenas algunas hojas sueltas reunidas en un cartucho, con las letras de Marta y un prólogo de Reynaldo González. Incluía su Estampa Matancera: “Yo vi sobre la bahía/ una luna impresionante/ y supe desde ese instante/ que siempre regresaría”.
“La relación se estrechó con los años —recuerda el también editor— ella visitó la casona de la calle Magdalena, muchas veces acompañada tanto por músicos: Elena Burke, Miriam Ramos, Teresita Fernández, Sara González u otros artistas como la poeta Nancy Morejón o la pintora Diana Balboa. Participó en todos nuestros festivales y nosotros fuimos su peña en la Casona de Línea en el Vedado habanero”.
“Tenía un ritual muy interesante, todas sus canciones las componía en una silla de mimbre y dondequiera que iba, la llevaba. Ella siempre nos recordaba a Estévez y a mí cargando con su silla por el Parque de la Libertad rumbo a la Sala White. La evoco especialmente durante una tertulia en casa del músico Fran Pablo Lauzurique, cómo se quedaba absorta viendo al público cantar los temas de los trovadores matanceros”.
Marta también compiló y prologó para Vigía el Cancionero mínimo de Cesar Portillo de la Luz, que se presentó en 2002 en la Feria del Libro de Guadalajara con la presencia de ambos. En años más recientes colaboró con Ediciones Matanzas, donde publicó La cuerda al aire, un texto donde aborda su formación artística, la relación con sus maestros, las peculiaridades que caracterizan su música y Horario Abierto, en el que se acerca a sus vivencias con muchos artistas: Carucha Camejo, Sergio Corrieri, Berta Martínez, Sindo Garay, Sergio Vitier, Ñico Rojas, entre otros.
“Su sólida formación literaria la convertía en una escritora excelente. Además poseía una vocación muy fuerte por dejar memoria, rememora Zaldívar. Siempre tuvo un carácter fuerte y un trato muy especial, le costaba trabajo darle entrada a las personas, al menos hasta descubrir si eran genuinos admiradores de su obra o verdaderos creadores, pero a partir de que ella creía en ti, se mostraba abierta y afable. Tenía un don singular para saber cuándo valía la pena sostener un vínculo.
“La caracterizaba un sentido del humor finísimo. Estando un día en su casa, a donde habíamos ido el poeta Camilo Venegas y yo para preparar el Cancionero Propio (Vigía,1995) ella se puso a escamar pescado y un gato apareció en su venta. Camilo le preguntó entonces: ‘¿Marta, tú tienes un gato?’, a lo que, seriecísima, le respondió: ‘No, él me tiene a mí’”.
En los comentarios incluidos en dicho libro, exquisitamente ilustrado por Rolando Estévez, la cantautora suscribe una de las más bellas declaraciones de amor a la ciudad: “…Matanzas, cuyo nombre llena de espanto a los forasteros, alimentó mi fantasía cuando la infamia amenazaba con tapiar cualquier ranura por donde pudiera iluminarme la inspiración; dulcificó las amarguras del silencio que estaba sirviendo de mortaja a los mejores acentos musicales que ya irremediablemente habían salido a probar suerte desde la entraña de mi guitarra; me cobijó entre los juncos del Yumurí para que volviera a nacer…”.
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