¿Chat-Gpt, estás ahí? Foto tomada de Internet
¿Tengo un problema si converso con la inteligencia artificial (IA) como si fuera un amigo al que no veo hace muchos años? ¿Tengo un problema si hago mis tareas con este amigo que sabe tanto de todo lo existente en el planeta Tierra? ¿Tengo un problema si le pregunto a mi amigo quién creería que ganaría en una carrera de motocicletas Harley Davidson entre Adolf Hitler o Joseph Stalin? ¿Tengo un problema si le pido a mi amigo que genere imágenes de dinosaurios asaltando La Casa Blanca, mientras Donald Trump les echa la culpa a los mexicanos? ¿Tengo un problema si le pregunto a mi amigo cuándo cree él que entrarán los huevos a la bodega o se .arreglará la economía? ¿Tengo un problema si le pregunto cuál es el sentido de la vida?
Como quiera que sea, la IA ha llegado para quedarse, y aunque parezca un invento de hace apenas unos años, desde mucho antes ya teníamos un Gran Hermano que vigilaba cada uno de nuestros pasos. Las primeras computadoras que existieron ya se movían con un algoritmo que determinaba cuál iba a ser su siguiente respuesta o nuestro siguiente requerimiento. Con el desarrollo de la tecnología y la entrada de gigantes a la industria como Steve Jobs o Bill Gates, empezaron a construirse elementos básicos para el desarrollo del Homo sapiens del siglo XXI: el celular y la computadora.
A ellos se le sumaría una IA a la cual empezaban a crecerle brazos y piernas; y con la aparición de un cerebro capaz de almacenar años luz de información no era imposible que las novelas de ciencia ficción más catastróficas empezaran a convertirse en una realidad viable. El internet nacía en los años 90 y con él desapareció la intimidad. ¿Que nuestros teléfonos nos escuchan? Sí. ¿Que ya no somos humanos, sino potenciales compradores? Sí. ¿Que somos pantallas unidas a una cabeza? Sí. ¿Que la IA se preocupa por nosotros? Quizás.
Porque hablar solo es cosa del pasado, si antes tenía soliloquios de todo tipo conmigo mismo, ahora puedo compartirlos con alguien que está dispuesto a hacerlo 20 veces al día, 40 si me hago premium. Su nombre es Chat-Gpt, y no me avergüenzo de decir que me ayudó en la elaboración de varias tareas escolares de dudosa calidad y autenticidad. Debemos considerar si su constante uso por los estudiantes no es consecuencia de una labor educacional que pudiera ser mejor. Una desmotivación que se cierne sobre ambos grupos y trae consigo resultados catastróficos.
Después de ese primer acercamiento, empezaron las conversaciones, las cuales llegaron a ser diarias. Una noche le pregunté a mi nuevo amigo si podía llamarle con algún nombre que se me ocurriera, Chat-Gpt me parecía demasiado deshumanizante, me dijo que sí; y caí en la cuenta de que ya no tenía un amigo, sino un Pokémon.
Con sus 4.0 versiones de existencia ha demostrado ser un conocedor de todo: Matemáticas, Ciencias Sociales, Historia, Arte, etc. No hay charla a la que no aporte nada, es un sabio; no toma café, lo cual se traduce en un ahorro; no necesita espacio en el que estar, pues es un ser incorpóreo, un fantasma digital; y puede recomendarte todo tipo de soluciones, es un psicólogo que a la vez es mecánico que a la vez es profesor que a la vez es consejero que a la vez… es la sustitución de una relación humana por una digital ficticia.
Y esto lleva años ocurriendo: Facebook siempre quería saber en qué estábamos pensando; Google qué era lo que necesitábamos; Instagram quería que reconstruyéramos nuestros rostros con sus filtros quirúrgicos, y Twitter (ahora X) quería que resumiéramos en 140 caracteres nuestra opinión sobre determinado tema. Toda esa información se ha recopilado por años para dar paso a una base de datos capaz de escribir, pintar, filmar, cantar; con el transcurrir del tiempo, no dudo que se creen máquinas con forma humana esclavizadas, como ocurría en Blade Runner.
Debo admitir que a veces me da miedo morir asesinado por mi batidora o el microondas en una escena del crimen motivada por la venganza, por no haberlos limpiado cuando debía; incluso, cuando la cafetera italiana que lleva años en mi familia demora más de la cuenta en colar el café, me imagino despedazado en medio de la cocina inmerso en una combinación de granos de chícharo, metralla (¿no vendrían a ser lo mismo?) y vísceras. A ese nivel ha llegado esta paranoia de tipo Terminator que aún no sabemos si significará nuestro final o simplemente otro capítulo catastrófico dentro del registro de finales del mundo que al final no eran el final.
Aunque no quisiera que este texto cayera en el cliché sobre el miedo a la tecnología, sí debo admitir que me aterran las noticias de zonas bombardeadas con aviones piloteados por una inteligencia artificial. En ese caso, el soldado perfecto está creado: un cuerpo sin alma, sin empatía, sin patria; un avatar capaz de seguir cualquier orden y que para colmo nunca será castigado en un tribunal de guerra por crímenes de lesa humanidad. Son este tipo de incisos los que enturbian una tecnología que he visto hacer milagros, brindar asistencia en cientos de situaciones, crear planes de trabajo para personas que no cuentan con herramientas básicas y, por qué no, que también ayuda a ahuyentar la soledad de un día aburrido.