No me mientas más, Alejo. Sé que para el narrador es como el hielo que se le echa al Cubalibre, la disuelve y la deshace hasta que no se sabe dónde comienza ella y en qué lugar la ficción- ron con cola.
Tal vez tu necesidad, casi patológica, de reinvetarte esté en tu famosa explicación que solo en el reino de este mundo se alcanza la gloria, porque en el de los cielos todo es recompensa y felicidad y ángeles cantores sin necesidad de tomarse un Cubalibre para entrar al karaoke celestial.
Sin embargo, ese mismo apremio para que tu trayectoria vital estuviera a la misma altura de tu prosa, provocó que tus biógrafos se traspapelaran. Sus investigaciones van más de discernir los «machos» y las piedras del arroz.
Quizás esta sea una de las características más loables de Carpentier, la otra novela, de Urbano Martínez Carmenate, publicada recientemente por Ediciones Matanzas; pero que lleva dentro de sí años de búsqueda documental y testimonial.
Esta biografía contiene dos niveles de lectura. El primero, el de siempre, el texto donde se analiza la vida y obra de Alejo y otro en los pies de página en los cuales se cotejan fechas, datos y hechos que el protagonista en diversos escritos y entrevistas acotejó a su manera.
El mismo Martínez Carmenate en el prólogo de su texto describe a Carpentier como un fabulador en toda la medida de la palabra, porque mezcló la fábula literaria con la biográfica. Por ejemplo, solo después de su muerte se reconoció que él no había nacido en Cuba, como defendió a machete y capa, sino en Suiza y a los ocho años sus padres, un francés y una rusa, se trasladaron junto a él a la Isla.
Como resulta propio de este tipo de literatura, su valor no solo se centra en el personaje, porque el autor de El siglo de las luces lo fue en todo el sentido de la palabra, sino también en su contexto histórico, porque como escribiera Ortega y Gasset, el hombre es él y su circunstancia.
Por ello, podemos sumergirnos en una Cuba a principios de siglo que después de la derrota que significó el establecimiento de una república truncada emergen una serie de intelectuales que abogan por una dignidad y cultura nacionales, como Rubén Martínez Villena o el controvertido Jorge Mañach.
También conocemos acerca de un París, al que Alejo escapa por las presiones políticas que sobre él pesaban en la Isla, donde se relaciona con las diferentes vanguardias artísticas de la época como los surrealistas.
Otra cuestión fundamental en la que el autor hace hincapié está en el antiguo debate de si Carpentier es un intelectual del Viejo Continente que escribió sobre el Nuevo -provocado por los recelos con sus orígenes y el acento afrancesado que lo persiguió y que le costó más de una burla- o realmente alcanzó la cabal comprensión de la realidad de estas tierras, muchas inexploradas y con mitos por contar.
A través de un análisis de su pensamiento y de su labor creativa, Urbano nos plantea una tesis parecida a la que esgrime Jorge Luis Borges en su poema conjetural, Carpentier alcanzó «su destino americano». La mayor prueba de ello se encuentra en su producción con textos monstruosos como La consagración de la primavera, El recurso del método o Los pasos perdidos.
Carpentier quizás sea uno de los fabuladores más grandes que ha parido este continente acostumbrado a dar a luz lava e Islas. Sin conceptos esbozados por él, como lo real maravilloso, donde se fusionan el inconsciente colectivo con la memoria de los pueblos, no hubiera surgido después el realismo mágico que sirvió como eje al boom latinoamericano. Por ello y por si le gusta el chisme bien contado, con normas científicas, les recomendamos que lean este volumen.