Nosotros, aquí y ahora
We Are Who We Are. Somos quienes somos, vendría a ser la traducción, o estamos los que estamos. Pero ¿quiénes y dónde, y por qué no soy alguien más o no pertenezco a otro sitio?, se preguntan los adolescentes de cualquier generación y lugar, acosados por las dudas y los silencios que los abrasan. Y no solo ellos: cualquier adulto tiene el mismo derecho a cuestionarse todo de sí, aunque las reglas le impongan enjuagarse el rostro y volver a ser “fuerte”.
Frente a un espejo, escudados bajo las sábanas, en diálogo íntimo con nuestra propia frustración, todos somos candidatos a protagonizar algo como We Are Who We Are en disímiles momentos de la vida. No hay que estar en los 16 para sentir “la conexión” ni otros requisitos reduccionistas que propugnan las fanaticadas masivas de la ficción juvenil. Uno se siente a tono con la sensibilidad y la mirada humanista, tan honesta y abarcadora, de esta historia de mentira con personajes de verdad.
En cine, Luca Guadagnino acumula unas cuantas películas muy buenas y un par de ellas, sobre todo las dos últimas, para mí se convierten en las palabras mágicas: obras maestras. En cuanto a series, hasta el momento, brilla con una sola y, por fortuna, magistral. Ahora, si disolvemos las fronteras y entremezclamos cine y series como si fueran una materia única, probablemente la cúspide de este autor sigan siendo los ocho capítulos que agrupa bajo el subtítulo Aquí y ahora.
Si algún seguidor suyo aún la desconoce, limitado quizá por la palabra “filmografía” o prejuiciado por la industria a la que pertenece, se pierde no solo un eslabón indispensable dentro de la evolución de Guadagnino, sino una de las auténticas maravillas que la pantalla chica ha forjado en los últimos años. Desbordante de creatividad y armonía, humor e ingenio, “prosa y poesía”, como diría el paisano Pasolini.
Es un éxito artístico en todos los sentidos, y no me nubla el mero entusiasmo al decirlo. Creo que, de haberla visto en su natal 2020, seguiría recordándola con la misma fuerza que desde hace unos meses la retengo. El solo hecho de que su narrativa avance firme y sin rellenos, como si todo el tiempo tuviese algo que contar o sugerir y, en efecto, lo consiga, me parece bastante inusual en esta década. Cada vez me cuesta más hallar productos que, aparte de largos, también estén vivos. Es un coming-of-age con la estirpe de las sagas, da igual el número de episodios en que se divida o el formato de transmisión.
Y dentro de su propio género tiene algo que la hace especial desde el comienzo, por eso atrapa e intriga, por eso sin ser un thriller inquieta más que muchos thrillers. Enseguida sentimos que aquí la adolescencia es exactamente eso, un volcán en constante peligro de erupción, y no la edulcoración comercial tantas veces vista ni una explotación hiperdramatizada. La frecuencia con que los mayores irrumpen en escena y protagonizan sus propias catarsis no tiene nada de gratuita, pues ellos complementan con sus actitudes y conflictos a los jóvenes, como si ambos grupos etarios conformaran una balanza necesitada de equilibrio.
We Are Who We Are describe la marcha del tiempo en una base militar americana en Italia, liderada por una coronel lesbiana (Chloë Sevigny, espléndida en su madurez) y madre de un teenager nefasto (Jack Dylan Grazer, el perfecto histrión odioso) que hace migas con una chica sin identidad de género definida (Jordan Kristine Seamón, prodigio de introspección).
A la rutina castrense se opone la desazón del autodescubrimiento y todos, sin excepción de rango o edad, acaban teniendo su momento: a una amistad de barreras confusas se opone una tensa relación materno-filial; a un disfraz para ligar más allá del género, una adulta que se abraza tal cual es con otra; a un conato de orgía imberbe, el vacío de un padre de familia prejuicioso; y así se alternan y suceden los impulsos, hay de todo en todas partes de la base.
Imagino la premisa en resumen de esta serie, nada más presentarse a algún directivo de cadena, y creo que en su lugar me daría por pensar: “O este tipo que hizo Llámame por tu nombre está bien loco, o empiezo a pagar cuanto antes por saber cómo prosigue la historia”.
He mencionado palabras como adolescencia, dudas, adultos y conflictos, que con solo asociarse ya bastan para anunciar peligro. Pero ello no quiere decir que la asfixia de la serie se nos quede ni que una terrible desolación arrase con nosotros sin remedio; al contrario, la libertad con que Guadagnino filma el mar, las carreteras, los espacios abiertos, incluso los espacios cerrados cuando los ocupan esos personajes que allí hacen sus cosas y se entienden, es sumamente contagiosa. Es un cineasta libre, mostrando a la gente cuando es libre y, bueno, en lo que se convierten cuando no.
Hasta un soplo de alegría ondea en el vitalista amanecer con el que nos quedamos al pendiente de una ¿segunda temporada? Un amanecer que, como la vida misma y sus ciclos, necesita de un árido día y de la oscuridad nocturna para luego volver a existir.