Caricatura: Osvaldo Gutiérrez Gómez (Osval)
―Niña, acaba de tirar la foto.
―Espérate, que esto no enfoca.
―Se te van a ir…
―¡Que voy!
―… y se te fueron.
―Tranquilo, logré tirar una.
―¿Sí? Deja ver… Ño, el gobernador quedó con los ojos cerrados.
―Así mismo se va.
―¿Segura?
―Oye, nuestra pincha es tomar la foto, subirla con un parrafito y listo. No te calientes la cabeza con eso. Si total, lo importante es cumplir, ¿no?
Esta conversación bien pudiera haber tenido lugar entre cualquier dúo de comunicadores del sistema de instituciones y empresas cubano, y hasta entre periodistas de nuestros medios.
Allá por el año 2015, la MSc. Sussene Febles García señalaba en su tesis de maestría la inexistencia de departamentos de comunicación ―o peor aún: de comunicadores como tal― en la mayoría de las entidades del Estado cubano, producto del desconocimiento generalizado en el país con respecto a la importancia de la comunicación institucional.
Desde entonces hasta acá la situación ha cambiado ―y debemos reconocer que bastante―: hay departamentos, hay comunicadores, ¡hay, incluso, presupuestos asignados! Las redes están llenas de publicaciones en páginas oficiales, o sea, que se está trabajando; pero… ¿se está trabajando bien?
Cerremos los ojos e imaginémonos revisando nuestro celular, un lunes a las 10 de la mañana. Abrimos Facebook, y lo primero que nos sale es una publicación de la institución X o el medio de comunicación Y. El texto es escueto: “tal o más cual acontecimiento acaba de tener lugar”, acompañado de dos o tres hashtags (no siempre relacionados con el tema abordado). Y debajo… ―¡Madre mía!, como diría cierta profesora de Lengua Española en Instagram, abriendo mucho los ojos―: una foto en bajísima calidad, la mayoría de las veces movida, con cabezas o extremidades cortadas y ángulos que dejarían frío al mismísimo Korda.
Es esta una generalidad que no por común debe ser pasada por alto. Si bien es verdad que no existen condiciones para poner el iPhone 15 Pro Max o la última Canon en las manos de nuestros comunicadores y periodistas, sí se debe tener un respeto mínimo por la profesión, por las personas fotografiadas y, ¡muy importante!: por el público que consume el contenido. En ocasiones, el recurso está, y es el desinterés o el apuro del fotógrafo lo que da al traste con la calidad requerida.
Son más los factores a tener en cuenta, como la falta de preparación ―otro de los problemas que señalaba Febles García es el hecho de que la mayoría de comunicadores eran (y son) trabajadores de otras especialidades a los que se le asignó dicha tarea, con o sin curso de formación de por medio―, la sobrecarga de responsabilidades y la falta de autoconciencia con respecto a las secuelas que puede dejar una buena o mala comunicación en la imagen de una persona, de una organización, de un país.
¿Soluciones? Impartir talleres de fotografía y comunicación en los que se haga referencia a los errores básicos que deben ser evitados; emplear ―de ser posible, claro está― parte del presupuesto recibido en la compra de al menos un dispositivo con la calidad fotográfica mínima requerida; y, ojo con lo siguiente: si la imagen posee deficiencias o no da contexto alguno, simplemente no publicarla, y ya. Solo así erradicaremos, por fin, la maldición de la foto movida y los ojos cerrados. (Por: Humberto Fuentes)
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Estimados:
Aunque la idea es lanzar un alerta sobre las necesidades de capacitar, no solo en fotografía, a los comunicadores «designados» que cumplen, además, tareas comunicativas en las instalaciones estatales, entre nosotros les dicen community manager, pues se encargan de «lanzamiento» en las redes de contenidos acerca del devenir de su entidad o sector, el diálogo inicial me remonta a una anécdota real, un recuerdo no grato, que se incluye entre mis visiones cada vez que alguien se refiere a los retos de su profesión y menciona la 162 como la tabla salvadora.