En las cercanías de Pálpite, un pequeño poblado de la inmensa, misteriosa y acogedora Ciénaga de Zapata, se esconde al visitante un espacio natural muy conocido por los que allí viven y que hoy responde al nombre de “Sabana del Lechuzo”. Sin temor a equivocarme y claro está, salvando las distancias geográficas, por su poca extensión y la diferencias en cuanto a especies pudiera llamársele el Serengueti cubano, aludiendo a la famosa sabana africana, por la riqueza que encierra este lugar, que en su conjunto forma parte del Área Protegida de Recursos Manejados Península de Zapata; una categoría otorgada por el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros de la República de Cuba en aras de proteger las diversas formas de vida que allí coexisten.
Resulta curioso que, siendo un lugar tan preferido por los cenagueros, la gran mayoría ni sospeche el porqué de su nombre, ni la importancia que reviste para la propia especie humana su conservación. Pequeñas lagunas a modo de “oasis” tropicales durante la época de sequía, de las cuales la más grande lleva su mismo nombre y una vasta vegetación típica de estas formaciones, son dignas de una pintura del famoso artista impresionista Claude Monet, quien parece haberse inspirado en sus Nenúfares, que por esta época del año emergen en gran cantidad de las aguas cristalinas que inundan cada palmo de tierra en este ecosistema intermedio entre los grandes herbazales y los densos bosques que se extienden hasta el litoral costero de la Bahía de Cochinos, para crear una de sus más famosas series.
Estudios reflejan que en su gran mayoría las sabanas de la isla de Cuba son el resultado de la intensa tala y quema de sus bosques, durante el período colonial y neocolonial, cuando se redujo considerablemente la superficie boscosa con el propósito de desarrollar la agricultura y ganadería a gran escala. El “Lechuzo” no fue la excepción, aunque otro de sus propósitos lo fue la producción de carbón vegetal. Entonces como espacio asociado particularmente a la actividad humana es de suponer que esté muy ligado a la historia y cultura cenaguera, de ahí el origen de su nombre.
En su libro “Cuatro años en la Ciénaga” ,Juan Antonio Cosculluela, quien durante el gobierno del presidente Mario García Menocal fue designado como Ingeniero en Jefe de una comisión para realizar estudios en el Humedal con el propósito de desecarlo, nos cuenta entre tantas maravillas sobre la leyenda de “Tata Lechuzo”, un incansable hombre que, dada su actividad de “montero” tanto de día como de noche, le hizo ganarse tal apodo. Resulta que en sus andanzas en busca de reses perdidas u otros animales, lo cual era su mayor competencia, encontró un lugar maravilloso donde la abundancia de tales animales le causó gran impacto y fue la fuente de una gran traición, al solicitar a las autoridades estas tierras y confiar a un párroco tal gestión por no saber escribir. Este le jugó una mala pasada y se las arregló para obtener la merced a su propio nombre. El pobre hombre se hundió en un profundo pesar hasta que, viejo y abatido, a los pocos años murió en lo que hoy conocemos como “Laguna del Lechuzo”. Se cuenta que aún se le puede observar en las noches más oscuras en sus cercanías en busca de venganza. Les invito a leer esta fabulosa leyenda descrita por Cosculluela, pues en este libro se ofrecen detalles que sería imposible narrar en el presente artículo dado su extensión.
Independientemente de la belleza del referido lugar y el alto endemismo tanto de su naturaleza como de sus historias y leyendas, que forman parte de la idiosincrasia del cenaguero, este ecosistema reviste una gran importancia pues las sabanas como esta acumulan gran cantidad de Dióxido de Carbono y lo fijan al suelo en forma de materia orgánica, actúan como reguladoras entre los años lluviosos y secos, contribuyendo a la mitigación de los efectos de cambio climático, son fuentes de materias primas y de alimentos que el hombre utiliza en su propio beneficio.
Entonces cada vez que veas a alguien tratando de destruir lo que la naturaleza ha tardado tanto en regalarnos, deberías pensar que para disfrutar de las maravillas “descubiertas” por Tata Lechuzo, no hay más opción que tomar el camino correcto, ese que muchos años atrás transitó el legendario caminante. (Por: Lic. Yoandy Bonachea Luis)