Ni 100 clases sobre la historia de la televisión y su auge frente a la radio me han permitido comprender cómo las grandes audiencias “noveleras”, donde con orgullo muchos hemos militado y seguiremos militando, se crean actualmente en torno a lo visual por encima de lo sonoro. Es en este último apartado donde noto más viva la llama de ese conjunto devaluado que es el melodrama y donde se producen las situaciones menos sonrojantes, donde por inexplicables razones los guiones parecen más consistentes, entre otras ventajas, con respecto a la pantalla chica. Por ejemplo, Casa rota.
El feminicidio y su abordaje en los diferentes medios, el nivel de concientización social acerca de este complejo tema, las consecuencias de la disfuncionalidad familiar, el valor de la amistad cuando más se necesita, la nobleza ante la perversidad… Una de las mejores y más impactantes narraciones que he disfrutado en los últimos tiempos proviene de un formato poco corriente entre el gran público de hoy: hablo de la radionovela, como género estandarizado y forma de entretenimiento, y en particular de Casa rota, del Grupo Dramático de Radio 26.
Escrita y dirigida por María Laura Germán, esta “puesta en escena” a partir de la palabra dicha con convicción por voces elegidas según el perfil conveniente para cada personaje, del efecto de sonido exacto en el momento adecuado, de la música utilizada inteligentemente y demás virtudes de este consagrado equipo de la radio matancera, me estremeció de principio a fin.
El escaso cuarto de hora de cada capítulo, 10 en total, conduce a la tentación del buen gusto: nos hace creernos consumidores habituales de un espacio al que solemos dar la espalda, muchas veces por desconocimiento y otras por prejuicios a menudo infundados, pero en el que nos sentimos tan súbitamente cómodos que se antoja la sensación ideal para cada tarde o noche.
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No es que sea yo un reciente descubridor de estos productos, pues entre mis rarezas “biblioratoniles” y retrocinéfilas siempre se ha colado también, como requisito para discrepar entre diversos grupos, el gusto por las radionovelas y su defensa en toda la extensión de su calado. Aunque se dificulte hallar el rato para escucharlas, para verlas y vivirlas a partir del oído, y sea incluso más viable la opción de digitalizarlas para transmitirlas de mano en mano, de USB en USB, a falta de su acceso en plataformas.
De emisión bastante reciente a través de las ondas hertzianas yumurinas y, fruto de la casualidad, preservada en mis archivos digitales a perpetuidad del disco duro, esta temporada en espera de continuación me posibilitó el experimento de congregar a un reducido público joven, de gustos opuestos a los míos, y comprobar la calurosa acogida del producto radial.
Por supuesto, tanto los temas que aborda como la ambientación contemporánea y el estándar de thriller o suspense al que se adscribe tuvieron algo que ver, pero en el fondo lo que permanece es la necesidad humana de ser entretenidos con calidad y sentir que recibimos respeto, que se pensó en nuestra inteligencia y sensibilidad a la hora de escribir.
Así, resulta convincente y aterrador un caso de secuestro y asesinato que escapa a lo convencional; el humor es bienvenido por su dosificación sensata; el romance no parece impuesto ni preconfigurado; la descripción del entorno social en que acontece la intriga es precisa, abarcadora y de fácil comprensión. No pocos alicientes para consumir cualquier libro, película, obra teatral ¡o televisiva! y, ¿por qué no también radionovela?