Una croqueta no es muy coquette. Le falta glamour, finura y caché. Si por glotón las agarras recién fritas te puedes quemar las puntas de los dedos y si no las masticas bien se te pegan al cielo de la boca, como si te encapotaran el paladar. Frente a un plato de croquetas nadie puede ser coquette, porque ahí sacas tu lado más humano. No caben fingimientos ni exageraciones, solo dejarte ser y disfrutar tu porción de harina y aceite y el ingrediente sorpresa que a veces resulta preferible, por tu salud mental, no saber qué es.
El mundo en ocasiones parece una shopitrapo —que, por cierto, no sé si aún en Cuba existe este tipo de tiendas—, y cuando los de mercadotecnia se quedan en blanco reciclan alguna moda. Si seguimos así regresaremos al Jardín del Edén y estarán en boga las hojas de parra, a lo Adán y Eva; y habrá que enterarse a cuántos MLC las hallas en los grupos de Compra y Venta. En mi vida he tropezado con mucho marabú, pero nada de parra; así que seguro hay que importarlas y eso encarece el precio, casi como si pagaras por day pass en el Paraíso. Creo, además, que, si vamos a reciclar, la croqueta de los DiTú merecen un chance, aunque estos establecimientos abandonados parecen los caparazones de animales muertos en medio de la ciudad.
Coquette es una palabra francesa y significa coqueta; y es que todo lo que articules en ese idioma parece más atrevido y cosmopolita. Picadillette. Bodeguette. Bancarizacionette. ¿Ven lo que les digo? Incluso, la manera en que contorsionas la lengua, como si te quitaras los restos de la croqueta granada de las muelas, luce como una provocación.
No obstante, nunca he creído que en esta Isla, entre el calor y los precios de los preservativos, hemos sido muy coquetos. Nosotros los cubanos no insinuamos, atacamos. Una mirada es como un lengüetazo en el alma, y un toque ligero en el brazo es una declaración de guerra sin banderas blancas para rendirte, sábanas en que imprimes el contorno de tu cuerpo en sudor.
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Perdemos demasiado el tiempo muy a menudo en menudencias —la búsqueda de la masa cárnica nuestra de cada día, de los huevos que nos faltan, de la papaya para hacer dulce—, y no podemos limitarnos ahí también, a veces el cuerpo es lo único que nos resta para disfrutar gratis; por supuesto, sin caer en ninguna de las formas del acoso, porque eso no resulta ni coquette ni croqueta, porque no es seducción, sino imposición.
Este nuevo estilo es una hiperfeminización, según escuché por ahí, y se puso de moda en los últimos meses, gracias a productos comunicativos como la película Barbie o la vestimenta de algunas estrellas que hacen ¡pop!, en los cielos de la farándula. Recurre a ropas color rosa o pastel y al vuelo y al encaje y a las cintas, como para resaltar la feminidad o al menos los estereotipos que, históricamente, se han construido alrededor de esta.
Cuando he consumido los memes relacionados con esta tendencia, me remito a mi primaria y a cómo vestían los padres a las niñas; sobre todo, me viene a la cabeza un tipo de medias que terminaban en un dobladillo de muselina encima de unos popis rosados; o cabellos adornados con felpas y felpas, cintillos y cintillos. También los conecto a las fotos de 15, que décadas y décadas transcurren y aún se utilizan los mismos vestidos, como si hubieran saqueado el guardarropa de María Antonieta.
A la vez me recuerda a Pilar, la de los zapaticos de rosa y el sombrero de plumas, por las ilustraciones que acompañan a algunas de las ediciones de La Edad de Oro; aunque esa dama en miniatura, por corazón, tiene sol bueno y mar de espuma; así que pienso en su contraria, la mala Magdalena, que con tantas cintas y lazos a la muñeca sin brazos enterraba en la arena. La virtud no la confecciona una señora con unos espejuelos a medio caer en el puente de la nariz y que cose para la calle con el objetivo de ganar unos pesos extras, o un obrero infravalorado en un taller ilegal en Manila, sino que se lleva por dentro.
Cada cual posee el derecho a emplear el atuendo que quiere y que puede; y en Cuba, tristemente en demasiadas ocasiones, el que se puede y el que venga en las maletas de los que esperamos en los salones blancos de los aeropuertos. Mas, se debe ser precavido para no asignarle arquetipos de adultos a infantes y sexualizarlos sin más motivo que un principio estético.
Lo coquette es lo coquette y la croqueta, la croqueta. Me decanto por la croqueta. Creo que nunca habrá nada más hermoso que la naturalidad de los objetos y personas que se muestran como son, que no temen a embarrarse las manos de grasa. Espero que les haya gustado esta croniquette de dominguette y que hoy se puedan dar un buen pase de croquetas.