Crónica de domingo: Ahí estoy, asere, sobreviviendo

¿Que cómo estoy? Si me preguntas eso te responderé lo mismo que me dirías tú o cualquiera que lea este texto y habite entre las dos costas de esta Isla: “Ahí, sobreviviendo”. Me gustaría poder comentarte algo más. Quizá que me va bien en el amor y que esos ojos aún me quitan el sueño, o que el piquete se reunirá de nuevo después de par de años, pero no, solo puedo contestarte: “Ahí, sobreviviendo”. 

¿Que cómo estoy? A veces siento que la rutina me arrastra. No me alcanza el tiempo para nada. Cierro los ojos y, en vez de encontrar la paz y el descanso, recuerdo que los huevos vinieron a la bodega o que no sé cuándo podré ir a La Habana de nuevo a visitar a mi ahijado, o que extraño las mañanas plácidas en que parecía que la ciudad no acababa de salir de la modorra y todo iba más despacio, no tan vertiginosa como ahora.

¿Que cómo estoy? ¡Sabes de esos días en que te entran unos deseos terribles de tomarte una cerveza! Son pequeños objetivos egoístas. Piensas que si logras hacerlo no te importan las descargas desgastantes del sangrón de tu jefe, porque no acaba de entender que el transporte público es como el Yeti, aún no estamos seguros de si es real, algunos plantean que sí, otros que no y aún se investiga, o que cuando saliste para el trabajo no había llegado el pan y te echaste gran parte del día con solo café en el estómago. Sin embargo, cuando terminas en la pincha, te acuerdas de que te quedaste sin papel sanitario y que en la vida se necesitan prioridades. En fin, quiero regalarme un par de objetivos egoístas, sea una cerveza, un chocolate o una pizza de bacón. 

¿Que cómo estoy? Me viene a la cabeza una idea que alguien compartió conmigo. Rezaba algo como que los cubanos seríamos unos de los pueblos más creativos del mundo, si no estuviéramos todo el tiempo tratando de sobrevivir. Si se nos ocurrió pintar la pantalla de un televisor en blanco y negro con azul de metileno para poder ver los programas en colores, e inventamos una vacuna contra la covid-19; si nos halláramos en mejores condiciones, el primer hombre en Marte se hubiera criado en Matanzas y viviera en Marianao. Ya hubiéramos inaugurado la primera casilla en el planeta rojo.  

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¿Que cómo estoy? Asere, en este momento me declaro un ignorante en lo que respecta a la economía. No sé si se trata de que nunca me consideré bueno con los números, o que no puedo seguirles el paso a tantos cambios, a tantas medidas, a tantas siglas, a tantas formas de propiedad. Tengo que estudiar y ponerme para eso. Tal vez, si la entiendo mejor, no me golpeará tanto o, por lo menos, sabré por qué lo hace. 

¿Que cómo estoy? A ver, hermano, déjame encontrar la manera de explicarte. Es como si el 2024 fuera un tren en el que te montaste y de repente te enteras de que subieron el precio del pasaje y en la billetera solo te queda el carnet de identidad y la foto de sus 15 que te regaló como recuerdo y resguardo. Sientes que te quedarás en el mismo sitio en que estabas en el 23. Cuando un año acaba, no puedes evitar pensar que el próximo será mejor. Constituye un mecanismo de defensa, como mismo cuando te dicen regresa mañana que hoy es el día de la técnica, y solo puedes comentarte a ti mismo, “sucede así en todas partes”. 

¿Que cómo estoy? ¿Recuerdas lo que te decía sobre lo que “sucede así en todas partes”? Bueno, es de lo poco que me reconforta, un pobre consuelo, lo sé, pero es lo que hay. Creo que no existe soledad más cruel que la del náufrago. Hasta Defoe, cuando se percató de eso, le buscó un socio a Robinson y así apareció Viernes. Por lo menos, la certeza de que otras y otros me acompañan me alivia un poco: gente a la que preguntas dónde compró ese picadillo y te ofrece el santo y la seña y te advierte que te apures que está al acabarse; el vecino que te regaló un poco de azúcar, porque bastante malo está el café de la cuota para también tomárselo amargo. 

¿Que cómo estoy? Para no darte más muela, asere, sencillamente, estoy y agradezco por estar. En ocasiones, me sorprendo en Belén, con los pastores en un intento de huir de la realidad que muchas veces me atosiga. Mas, aún me quedan par de alicientes: los amigos con los que escaparme o desahogarme, un colchón con la guata aún compacta, el amor y el sexo, la percepción de que con tanto ajetreo nunca me aburriré, porque siempre habrá algo por lo que luchar y una esperanza rara de que todo no está perdido, porque como dijera Fito, “vengo a ofrecer mi corazón”, y también mis ganas. (Foto: Raúl Navarro González )

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