El Cinematógrafo: Biopics al desnudo, May December

Una de las mejores películas del año se ha estrenado cuando ya casi estamos diciéndole adiós al 2023. May December, del director Todd Haynes, es esa historia que engancha desde el principio, premisa más atractiva no podía tener. Se nos cuenta la transformación de Natalie Portman, quien hace aquí de actriz en representación de un personaje de la «vida real» ficticia, encarnado nada más y nada menos que por Julianne Moore. A partir de este punto, me referiré a ellas solo por sus apellidos, porque la narrativa en que se embarcan ambas actrices, y un Edipo infiltrado de quien ya hablaremos en próximos párrafos, es para mí de corte universal, verdaderamente humano, por lo cual psicótico.

En May December, Moore y Portman protagonizan una dupla que se relaciona entre sí gracias a un crimen y a la actuación, una hace de esposa y la otra de actriz. Cuando Moore tenía poco más de 30 años tuvo un romance con un muchacho de 13. La descubrieron, fue a prisión, tuvo hijos con ese muchacho, y cuando salió en libertad continuaron la relación. Años después, alguien quiere hacer una película basada en esta historia y quien va a hacer de Moore es Portman. 

La película bebe estéticamente de otra dupla, la de Naomi Watts y Laura Harring en la surreal Mulholland Drive. En la película de Lynch, ambos personajes se embriagan en un homoerotismo artístico, lento, medido; pero he aquí la trampa: el de May December castiga al espectador que asiste a su historia con una fascinación de tipo sexual, no es ese tipo de película. Mientras que las mujeres de Mulholland Drive se fusionan a partir del conocimiento que reciben del mundo que las rodea, en May December la fusión es consentida, en apariencia distante pero entrometida, selectivamente clandestina.

Ambas se miran en un espejo que las ayuda a conocerse y a reconocer detalles físicos y sicológicos inherentes a ambas. Una se reafirma o se cuestiona, llora en las noches y necesita estar en constante movimiento. La otra copia y busca emociones que vivió la anterior, está vacía, no piensa, trabaja, actúa. Dicho momento me hizo recordar cuando los negativos de las mujeres de Lynch que visitan Mulholland Drive se unen, y no sabemos quién es quién.

De alguna forma Persona (sensual, íntima, blanquinegra), de Ingmar Bergman, también se cuela en el alma de May December, la Portman de Haynes comparte la misma profesión que la Ullman de Bergman. Y está el tema de la simbiosis humana como elemento narrativo. Algo que mezcla toda la tríada cinematográfica Persona/Mulholland Drive/May December. Y tengo que añadir que, con Carol, ya Haynes estaba jugando con esto; aunque esa historia sí es de tipo romántico, en su última dimensión se pueden escuchar vestigios políticos estadounidenses que las protagonistas ignoran (siempre hay un radio con contenido político que suena en Carol) y eligen de manera poética vivir sus vidas en pareja al margen de establishment

El Edipo infiltrado de May Decemeber (Charles Melton) es ese marido que juega a ser un adulto desde que tenía 13 años. Quién sedujo a quién para que aquellas relaciones sexuales a escondidas ocurrieran; en la parte más oscura de una tienda de mascotas, mujer y adolescente se tocaban como si descubrieran el sexo una y otra vez.

Cuando arranca May December, este muchacho es ya un hombre de 36 años que juega a ser el hombre de la casa. Su matrimonio con Moore está construido en base a lo que normalmente se entiende como matrimonio: muestras constantes de cariño que desaparecen dentro de cuatro paredes, reformas hogareñas que reivindican la continua evolución de la relación, el marido se convierte en la imagen casi exacta de su padre. Juegan a ser el matrimonio perfecto. Hay una especie de evolución también en este personaje, bellamente referenciada con una mariposa que escapa de su capullo. En un principio, vive su vida como lo haría cualquier esposo, observa programas de albañilería hogareña, ayuda a sus hijos, visita y copia a su padre, mantiene una especie de affair por internet como lo haría cualquier hombre de 30 años en la actualidad. Hubo planos en los que se le daba tan poco espacio que se sentía minúsculo comparado con la confianza que emana Portman y los desvaríos de Moore.

Todo empieza con las salchichas.

Moore no sabe si la comida va a alcanzar para todo el mundo, siente ansiedad, quiere caerles bien a todos, complacerlos; manipula a la gente a su alrededor, más bien quiere manipular a la gente a su alrededor. Llora en las noches, no sabemos si siente culpa o si cuando hace un estudio cronológico de su vida no queda satisfecha con quién es. Habla despacio, meticulosamente gesticula palabras que parecen recitadas la noche anterior frente al espejo. Pero a veces explota y mueve los hilos con los que contorsiona a ese marido atlético, joven y apuesto que está a su merced: roto, despojado de toda confianza en sí mismo, testigo de las juventudes de sus hijos; él también llora, muy al final, pero no sabemos si es de orgullo o por dolor. Lo que empiezan las salchichas lo termina la música. Casi como el icónico sonido sanguinario del asesinato en Psycho, en May December la melodía sirve como un impulso que remarca la locura y ambición de los personajes.

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Si usted ha visto Black Swan, de Darren Aronofski, entonces conoce de la capacidad que tiene Natalie Portman para convertirse en seres que harían cualquier cosa con tal de cumplir sus objetivos. Honestamente, amo este tipo de personaje, se acerca más a esa realidad que somos y que escondemos. Justo como el muchacho de Whiplash, que se inserta en el camino donde aguarda la perfección y perece en su misión de alcanzarla, mas, se levanta y lo vuelve a intentar. Son hombres y mujeres que se quitan todos los obstáculos que les surgen enfrente, no les importa si tienen que acostarse con alguien para hacerlo, todas las barreras morales que nos limitan a nosotros son para ellos diminutos puntos en una gramática que solo ellos tienen permitido escribir. Y se llenan de una confianza enfermiza que los aleja del (im)posible fracaso. 

Esa es Natalie Portman en May December: se roba toda escena, cada aliento, cada subidón de adrenalina, sabe que es observada y se luce ante el espectador. Fría, cortante, intrépida, liviana. No alcanzan los adjetivos más perversos para describir la esencia del trabajo de esta mujer en este rol.

Todd Haynes se adentra en el estudio de lo que significa la actuación como profesión y sus consecuencias: quiénes cuentan las historias y cómo lo hacen, cuánto hay de real y de ficticio en esa biopic que acabo de ver sobre alguien que presuntamente violó, mató, cantó, salvó, estuvo en, conoció a, viajó a… Todo puede ser una gran mentira, y la verdadera historia está en quienes la construyen. (Por: Mario César Fiallo Díaz)

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