Cetrería robótica en aeropuertos: Por la seguridad en los cielos

La cetrería robótica es el procedimiento para despejar las aves en áreas de aproximación del aeropuerto.

Era el año 2021. Todavía la covid-19, con su manto de pánico y muerte por doquier, asolaba a múltiples regiones del mundo. En Cuba, específicamente en el Aeropuerto Internacional Juan Gualberto Gómez, de Varadero, poco a poco las aeronaves volvían a surcar el cielo.

En esa vanguardia se inscribió la aerolínea rusa Azur Air, que en breve accedería a la rampa de despegue. Listos los motores, el capitán le imprimió velocidad suficiente para elevarse y separar el tren de aterrizaje de la pista. En pocos segundos las turbinas se “tragaron” cuatro auras tiñosas. Felizmente, el impacto de las intrusas carroñeras no causó males mayores.

El suceso lo narró Guillermo Aguilera Ballester, jefe del Departamento de Seguridad Operacional en el aeródromo matancero, quien ahora manifiesta evidente satisfacción con el servicio de cetrería robótica, que desde el pasado mes de junio ofrece la Empresa Geocuba Matanzas.

¿QUÉ ES LA CETRERÍA ROBÓTICA?

Sin pretender un abordaje técnico de este asunto, se trata en particular del uso de nuevas tecnologías (drones) para la disuasión de aves. “Es el procedimiento para despejar las aves en áreas de aproximación del aeropuerto”, afirma con sencillez el joven Osvaldo Wilson Suárez, especialista en Teledetección Aeroespacial y jefe del taller de Teledetección de la Empresa Geocuba Matanzas.

Según explica Wilson, como todos llaman a este carismático guantanamero-matancero, el empleo de la cetrería robótica tuvo su antecedente cuando se contrató a una entidad española. Más tarde, el Decreto-Ley 34 reguló el vuelo de drones y autorizó a Geocuba tal prestación.

Las aves robóticas, con su apariencia y vuelo realista, crean una amenaza para las aves silvestres. Foto: Raúl Navarro González

Para Wilson, el servicio que lidera al pilotar desde tierra, mediante control remoto, el dron con forma de ave rapaz “ofrece mayor seguridad a las aeronaves y a los pasajeros, pues reduce el riesgo de colisiones con aves, evitando así posibles daños en el fuselaje y los motores, además de menor interrupción operativa.

“Se trata —dice— de una solución ecológica, porque respeta el medio ambiente, evita el uso de sustancias químicas o armas de fuego y contribuye a la vida silvestre. Por otro lado, la confianza de los pasajeros se fortalece, pues esta tecnología es de fácil adaptación a los cambios en el comportamiento de las aves. Ello permite una estrategia de control ágil y operativa en tiempo real.

“Estas aves robóticas, con apariencia y vuelo realistas, crean una amenaza percibida por las aves silvestres, y así las disuaden de permanecer en áreas de riesgo”.

EL DRON, SUS OPERADORES Y LA RUTINA DE TRABAJO

Afirma el entrevistado que el dron que sobrevuela el cielo del segundo aeródromo más importante de Cuba fue construido por una empresa china y ensamblado en la Empresa Geocuba I-C (Investigación y Consultoría), específicamente en la Oficina de Mantenimiento Autorizado.

“Maniobramos desde las 8:00 a. m., hasta las 4:00 p. m. Soporta vientos de 14 nudos. Posee una batería de 12 000 amperes, con durabilidad de una hora y 20 minutos. Alcanza cien metros de altura, a una velocidad media de 60 kilómetros (km) por hora, modificándose de acuerdo con la zona del obstáculo.

Foto: Raúl Navarro González

“Controlamos el dron a la distancia de 5 km en el área de aterrizaje y despegue. Su peso de 5 kg le permite volar en círculos, para así alejar las aves que lo siguen”.

Junto a Wilson, laboran en esta fascinante disciplina David Rodríguez Luque y Ramón Alejandro Valdés Martínez, todos pertenecientes a la Empresa Geocuba Matanzas y certificados por el Instituto de Aeronáutica Civil de Cuba como pilotos a distancia de RPA (aeronave pilotada a distancia).

Wilson sabe que su trabajo no admite imprecisiones. Foto: Raúl Navarro González

A Wilson y sus compañeros (el equipo también lo integran Isleidy Fonseca Rojas, Keyler Martínez Hernández y Henry Tejera Sardiñas, en distinto turno de trabajo) tal vez la cotidianidad no les permita apreciar del todo lo emocionante de su misión. Ellos llegan al aeropuerto y acceden a la pista, distante a 3 km, aproximadamente. Pero antes, se llevan consigo el aviso operacional donde se consignan las salidas y llegadas de los vuelos.

“Ahí preparamos el dron para las maniobras del día, siempre bajo los permisos del Centro Regional de Control, ubicado en Santa Clara. También informamos al puesto de mando del aeropuerto y, por último, avisamos el comienzo de los vuelos a la torre de control. Tenemos 12 patrones de vuelos que están en una carta operacional, una especie de guía que deben conocer los controladores aéreos”.

SIN ACENTO GUANTANAMERO

Aunque Wilson no lo confesó, todo parece indicar que llegó a tierras del San Juan y el Yumurí para quedarse de manera definitiva. “Soy tan matancero como el que más”, expresó sonriente. Y no es para menos, porque aquí ha visto crecer sus anhelos personales desde hace ocho años.

Foto: Raúl Navarro González

Foto: Raúl Navarro González

Me gusta este trabajo porque no admite imprecisiones. Desde 2019 me desempeño con los drones en vuelos para diferentes sectores: agricultura, minería, ingeniería civil y el actual Instituto de Ordenamiento Territorial y Urbanístico. Tengo 31 años. Fui Camilito y en 2015 me gradué en la Academia Naval de las FAR, en la especialidad de Hidrografía y Geodesia. Soy máster en Geomática e iniciaré estudios de doctorado”.

La plática fue escuchada por Mirian Marta Fernández Casal, especialista en Teledetección en la Empresa Geocuba Matanzas, quien confirmó la profesionalidad y alta calificación de los tres expertos. Se estima que entre el 75 y el 95 % de las colisiones con aviones civiles ocurren en el aeropuerto o cerca de él. Por eso, no dudó en valorar que “este servicio ha tenido muy buena aceptación. Es muy apreciado por los trabajadores del Aeropuerto Internacional Juan Gualberto Gómez. Transitar sin accidentes resulta el aval más significativo”, precisó. 

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Sobre el autor: Fernando López Duarte

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